Es ir en estas fechas al Centro Histórico, en donde se pueden adquirir los regalos a precios excelentes y con el agasajo adicional de admirar la decoración navideña y la hermosa iluminación del majestuoso zócalo capitalino, sin duda una de las mejores plazas del mundo. A todo ello hay que añadirle el disfrute gastronómico y el encanto de comprar en tiendas cuyos inmuebles son en sí una joya arquitectónica.
Un buen ejemplo es el Bazar del Centro, ubicado en el antiguo palacio del conde de Miravalle, en Isabel la Católica 30. Construido en el siglo XVII, fue remodelado en el XVIII, cuando lo adquirió el elegantísimo conde de Miravalle, Caballero de la Orden de Santiago, Canciller de la Santa Cruzada y Limosnero del convento de la Merced. De esa época data su belleza barroca con dos patios; el principal amplio y luminoso, actualmente está sombreado por perfumados naranjos, que se ve que se sienten muy a gusto, pues siempre tienen flores o dorados frutos.
Lo de bazar lo lleva de herencia, ya que cuando dejó de ser residencia, en el siglo XIX, se tornó en el Hotel Bazar, muy de moda en la época por su fonda a la francesa, su servicio de baños y el sitio de coches de alquiler para los huéspedes. Allí funcionó también el Ateneo Mexicano, una de las primera asociaciones literarias del país. En este siglo su nuevo dueño, don Francisco S. Iturbe, lo bautizó como Edificio Jardín y le acondicionó oficinas y departamentos. Demostrando su buen gusto, un tiempo vivieron ahí el dramaturgo Rodolfo Usigli y el destacado crítico de arte Francisco de la Maza.
El señor Iturbe evidentemente era un hombre de sensibilidad ya que, además de adquirir la espléndida construcción, encargó al pintor Manuel Rodríguez Lozano, decorar el vasto descanso de la escalera con un mural titulado Holocausto, una de las mejores obras de ese artista contemporáneo de los tres grandes: Siqueiros, Rivera y Orozco; a este último, don Francisco le encargó realizar el maravilloso mural Omni Ciencia, que engalana la escalera del Sanborns de los Azulejos.
Actualmente en su nueva vida como Bazar, ofrece el más amplio surtido de perlas cultivadas japonesas al mejor precio de la ciudad. Una visita es imprescindible aunque no se compre, pues es un deleite ver la enorme variedad de perlas: rosadas, azulosas, nacaradas, negras, de río, barrocas, pequeñitas y grandes calabazos. No importa qué tan exigente sea, allí encontrará lo que su fantasía o capricho le pida. También hay otras piedras semi y preciosas como alejandrinas, azabaches, zafiros y mucho coral en todas las gamas del naranja e innumerables formas.
Este bello palacio está rodeado de tiendas en donde venden casimires; esto es otra fiesta, pues son tantas las calidades, diseños y colores que se pueden pasar varias horas viendo y escogiendo. La amabilidad y paciencia de los vendedores es infinita; con una sonrisa le bajan rollo tras rollo, le explican las cualidades, acarician la tela, la sacan al sol para que aprecie bien el color y con la ventaja que en los mismos edificios se encuentran los diestros sastres que disimulan los bodoques y realzan los encantos.
Para el señor habilidoso que esas elegancias le importan un comino, está la tradicional Casa Boker, en donde se encuentra la mejor herramienta y la más sofisticada: taladros, pinzas, llaves, la tijera para el bigote o el pelo en la oreja y las brochas europeas para rasurarse con espuma jabonosa al estilo antiguo, y desde luego toda clase de navajas; para la señora también hay regalito: cubiertos finísimos, tijeritas para manicure, tela o carne, rizadores eléctricos y capillos de cerda natural.
Todo esto lo encuentra en la misma cuadra en que está el famoso Casino Español, que conserva la excelente comida que lo mantiene vigente desde principios del siglo. No está de más recordar que la construcción fue de las más avanzadas en materia constructiva, ya que fue de las primeras en utilizar estructura metálica con rieles y lámina acanalada para formar techos de bóveda catalana. En 1910 con gran pompa sustituyó su iluminación de gas por la eléctrica y lo festejó ofreciendo una cena-baile al presidente Porfirio Díaz en su imponente Salón de los Reyes, en donde hace unos años se agasajó de igual manera al rey Juan Carlos de España.