Masiosare, domingo 14 de diciembre de 1997
Tras el primer resbalón del gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas -la renuncia del director de la policía judicial- parecería que la lección está clara. Pero todavía quedan funcionarios ajenos a la cruda de la feliz mañana del 7 de julio: ``No nos van a pasar una'', dijo entonces más de un perredista.
Algunos nunca lo han pensado así. Por ejemplo, el alto funcionario que dos días antes de la caída de Carrola batalla con sus teléfonos, mientras hilvana: ``Pensamos que los ataques pueden ser parte de una campaña, pero la verdad es que no sabíamos cómo reaccionar, porque ahora tenemos que actuar como un solo cuerpo'', dice, y va de una bocina a otra.
Cerca de la oficina de este nuevo funcionario suena fuerte la voz del procurador Samuel del Villar, que defiende a su efímero director de la policía judicial. El funcionario sigue en su pleito con la red telefónica: ``En la oposición hubiera sido más fácil, ya estaríamos dando de gritos'', confiesa, y ¡pas!, azota el teléfono.
La imagen hará las delicias de un priísta: el nuevo funcionario ha marcado un número equivocado.
El pañuelo y el caño
Los tanteos del gobierno perredista.
Samuel del Villar confirma pronto que Masiosare erró al tachar un pie de foto que decía ``el blanco perfecto'' y en su lugar poner ``el blanco preferido''.
Las acusaciones y dudas que cayeron sobre Jesús Carrola, sin embargo, no bastaron para que Del Villar se deshiciera de él. Lo conservó en su oficina. Y así, indirectamente, favoreció a los demás funcionarios: ``Mientras estén ocupados con Samuel, nos dejarán en paz a nosotros''.
Y es que, ya en el gobierno, los funcionarios de Cuauhtémoc toman la medida exacta de las ``insuficiencias'' del ``modelo de transición'' que aceptaron, o tuvieron que aceptar, en los tiempos de la Comisión de Enlace.
Si no era un simple cambio de gobierno, sino ``un cambio de régimen'', como les gusta decir, les hacían falta muchos más hilos de los que tienen en sus manos una semana después del 5 de diciembre.
Los argumentos son variados.
``Es lo normal en un cambio''.
``Nos tocó arrancar en la época navideña''.
``¿Y qué querías? Estamos recibiendo, es un proceso que demora un par de semanas''.
``Los rezagos tienen su origen en la forma como se dio la transición''.
Javier González, en tareas de Comunicación Social, explica que no se han topado con irregularidades ``pero la revisión va a tardar por lo menos diez días. Todavía no se ha elaborado el acta de entrega formal.''
Un asesor de Cárdenas advierte que ``no es la dominante'', pero no faltan los funcionarios que llegaron sin equipo y sin proyecto, ``están tapando la fuga del caño con un pañuelo''.
En esas circuntancias estarían al menos tres secretarios y media docena de directores generales, que se enteraron de cuál sería su responsabilidad una semana antes del viernes 5 de diciembre.
Por eso en algunas áreas, como la Secretaría del Medio Ambiente a cargo de Alejandro Encinas, ya están pensando en quedarse con buena parte del equipo anterior.
La incertidumbre que durante semanas vivieron muchos de los actuales funcionarios, debido al silencio de Cárdenas, la padecen ahora los empleados de las delegaciones, a la espera de sus titulares, y de otras dependencias, como la antigua Dirección General de Comunicación Social, donde unos 250 trabajadores de base aguardan a su nuevo jefe en sus atiborradas oficinas. Y no es el único lugar donde falta la cabeza.
Guerrillero no, funcionario si
``¡Guerrillero no, funcionario sí!'', corean 500 miembros de una de las facciones neopriístas del Frente Popular Francisco Villa. Es miércoles 10 de diciembre. En el estacionamiento trasero de la delegación Iztapalapa, Juan Nicasio Guerra, subdelegado jurídico con menos de una semana en el cargo, espera en vano que los ``panchitos'' acepten dialogar con él. Minutos antes había ordenado que abrieran un auditorio para recibirlos.
Ex miembro de la Cocopa, guerrillero en su natal Sinaloa en los setenta, Juan Guerra se queda esperando. Al parecer los ``panchitos'' sólo quieren hacer boruca, no arreglar nada. Pintarrajean los vidrios de la delegación, rompen un par de máquinas de escribir y se van.
También a media semana, otro panorama se vive en la Cuauhtémoc.
El subdelegado Francisco Saucedo sonríe nervioso cuando una atractiva secretaria se incorpora para saludarlo. El aspecto de la muchacha choca con el ambiente lúgubre de la oficina de Vía Pública. Saucedo saluda y agradece el buen trato, se diría que esperanzado, de los empleados que dejó ahí el gobierno anterior.
``Creo en la gente'', dice ufano, feliz por la ``voluntad de trabajo'' de los empleados de base.
- ¿A pesar de la fama de los de Vía Pública?
- A pesar de eso. Mira, puede ser explicable... El gobierno de la ciudad tiene que ser sensible a sus demandas, mejorar las condiciones laborales y que ganen por lo menos un salario justo, porque si no estás dando eso, mejor ni tientes al diablo.
``Hay un consenso real para darnos la bienvenida'', sonríe Saucedo.
Enseguida va al recuento del estado en que encontró la delegación: archivos en cajas sin protección alguna, escritorios rotos, máquinas de escribir inservibles, sillas sin patas... Imagínate, no hay una computadora, y a veces tenemos litigios con empresas trasnacionales que tienen que ver con servicios públicos. No es posible. Así, vamos a perder''.
Un problema menor, en todo caso. Porque la bronca de la Cuauhtémoc son los líderes del ambulantaje, que desde el primer día del nuevo gobierno mandan señales de que no respetarán los acuerdos tomados con la Comisión de Enlace.
¿Entrarán en acción los inspectores de Vía Pública de la Cuauhtémoc, que se bañaron y trajearon, sin perder su aspecto de luchadores, para recibir a los nuevos funcionarios? Un cambio cosmético, claro, porque en los primeros días de Cárdenas los inspectores se encargaron de probar que el cambio no será fácil: aumentaron de mil 500 a 2 mil pesos la ``cuota'' para vender en la Alameda Central.
Para otros, los problemas no son heredados, sino producto de decisiones del presente. Es el caso de Francisco González Gómez, director de Servicios Urbanos -gracias a su renuncia a la candidatura del Partido del Trabajo-, a quien ya le avisaron de un recorte de 31% al presupuesto de su área: ``Estoy gestionando que se quede por lo menos en lo mismo de este año, sin considerar el incremento de la inflación. Yo espero que todo salga bien'', dice, esperanzado.
Las puertas del director
René Bejarano alza el directorio con los datos de todas las asociaciones civiles del Distrito Federal y celebra: ``Pudieron no haberlo dejado, no está en el inventario''.
Bejarano está aprendiendo los vericuetos de sus oficinas de la Dirección General de Gobierno con la ayuda del secretario particular de su antecesor, quien aceptó quedarse una semana para resolver diversos asuntos y mostrar al nuevo funcionario las rutas de escape, las mil puertas y el montón de salas de juntas.
Al nuevo director de gobierno le fue bien con sus predecesores. No sólo se pusieron a sus órdenes ``por si me hace falta algo'', sino que dejaron un equipo que colaboró, entre el domingo y el lunes pasados, a integrar los expedientes de los 16 aspirantes a delegados, para entregarlos a la Asamblea Legislativa.
Eso sí, nadie sabe qué pasó con los teléfonos y la computadora que estaban en una oficina cercana: la que ocupaba Oscar Espinosa Villarreal.
El novel funcionario por fin logra comunicarse a la delegación Magdalena Contreras por la red telefónica interna. Saluda. Pregunta por el subdelegado. Su rostro muestra contrariedad. ``¿Cómo que no hay nadie? Localícelo y dígale que me llame''. Vuelve a colgar con un golpe. ``Llevo toda la mañana'', confiesa.