Cuando la Nueva poca de La Jornada Semanal cumplió dos años, llegó el momento de ponerle otra turbina a la nave. Enrique Serna, autor del espléndido libro de relatos Amores de segunda mano y de la lograda parodia sobre la república de las letras El miedo a los animales, se incorporó como nuestro columnista y durante cerca de un año ofreció un contundente remate al suplemento con su "Traspatio". Serna ya había demostrado su fibra periodística en los textos que recopiló en Las caricaturas me hacen llorar, entre ellos el ensayo sobre Patricia Highsmith que publicamos en nuestro primer número. El oficio de columnista es un maratón en el que muchos se acalambran. Serna cumplió como el mejor hasta que las musas lo taclearon para obligarlo a regresar a la novela. Este domingo el "Traspatio" está desierto. Como editores de La Jornada Semanal lamentamos la partida del columnista, pero nos apresuramos a anunciar que seguiremos contando con ensayos y cuentos salidos de su pluma. Como amigos, le deseamos la mejor de las suertes con la novela de la que esperamos ser los primeros lectores. Un abrazo, Enrique.
Julio Ortega
El escritor peruano Julio Ortega, autor de una nutrida biblioteca que va de La contemplación y la fiesta al Arte de innovar, es titular del departamento de estudios hispánicos de la Universidad de Brown, y en su doble faceta de académico y ensayista, ha sido un incansable forjador del gusto literario. Buena parte de esta tarea se ha cumplido en sus célebres antologías. En esta vertiente acaba de publicar Las horas y las hordas. Antología del cuento latinoamericano del siglo XXI. La editorial que ampara el proyecto es -nobleza obliga- Siglo XXI. En su Prólogo, Ortega afirma: "Esta antología parte de una convicción: el futuro ya está aquí, y se adelanta y precipita en algunos textos recientes que abren los escenarios donde empezamos a ser lo que seremos [...] éste es un libro del porvenir, el lector es ya su primer habitante." Las horas y las hordas reúne a 63 narradores del idioma, nacidos entre 1972 y 1949, y ordenados del más joven (el puertorriqueño Bruno Soreno) al mayor (el peruano Fernando Ampuero). Para La Jornada Semanal, el futurismo literario de Julio Ortega ofrece adicionales motivos de alegría. Los cuentos de Jorge Volpi, Luis Humberto Crosthwaite, Naief Yehya, Ignacio Padilla, Daniel Sada, Pedro çngel Palou y David Toscana incluidos en la antología fueron tomados de las páginas de La Jornada Semanal. Nos enorgullece saber que, desde su escritorio en la nevada Brown, Julio Ortega sigue nuestro trabajo.
Premio Nelly Sachs
Nuestro amigo y colaborador Javier Marías, acaba de recibir en Alemania una de las principales distinciones literarias del mundo, el Premio Nelly Sachs, que en ocasiones anteriores obtuvieron Elias Canetti, Milan Kundera y Nadine Gordimer. Juan Goytisolo había sido el único escritor español en precederlo en los honores. Con modestia, Marías declaró sentirse un intruso entre tan destacada alineación, aunque los 600 mil lectores alemanes de su novela Corazón tan blanco aplaudieron la decisión del jurado. En unos días empezará a circular en Alemania la novela Mañana en la batalla piensa en mí, que seguramente volverá a unir el criterio de la crítica especializada con el del gran público. Pocos renovadores de la literatura son celebrados en su tiempo. Marías es uno de ellos. El motivo de festejo es doble.
Esta semana hubo otro triunfo de la razón literaria. El principal escritor cubano vivo, Guillermo Cabrera Infante, fue distinguido con el Premio Cervantes. Sus crónicas de cine, escritas con el seudóndimo de G. Caín, bastan para asegurarle un lugar entre los milagrosos paramédicos que reviven el idioma, y sus novelas Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto, y sus cuentos Así en la paz como en la guerra, lo convierten en uno de los principales narradores del siglo. Por si fuera poco, Cabrera Infante es el hábil guionista de Vanishing Point y The Lost City (la película que algún día producirá Andy García), y, al decir de Susan Sontag, el único autor de habla castellana que ha logrado la hazaña de Beckett y Nabokov de ser un clásico en dos lenguas; en Holly Smoke!, su trepidante historia del tabaco, Cabrera Infante lanza virtuosas volutas de humo y despacha un neologismo tras otro con un ingenio digno de Carroll y Marx (Groucho). Este año, el espíritu de Cervantes fue a la niebla y al exilio. Su anfitrión en Londres no podía ser mejor, Guillermo Cabrera Infante, a quien sólo le faltó la compañía de su desaparecido Offenbach, el gato que recibió su nombre porque maullaba tan feo que ofendía a Bach.
|
Los recetarios de magia muy antiguos, antiguos o modernos tienen todos un mismo fin: la adquisición de poder inmediato y eficaz sobre personas y cosas. De donde se infiere, sin más premisas, que la gente que los usaba vivía muy sometida, en un mundo sin leyes ni garantías de ninguna especie. A veces este poder, que debería sacudir al universo con invocación de tremebundos demonios como Sabaot, Brasax, Tifón, Semelisam, que respira fuego, o el horrendo Besos-Acéfalo, se utiliza para cosas indeciblemente triviales, como encontrar una llave perdida. Este es, por ejemplo, un conjuro muy antiguo para abrir una puerta, que figura entre los Papiros griegos de magia: "Toma el cordón umbilical de un carnero primogénito sin que se te caiga al suelo; inciénsalo con mirra y, cuando quieras abrir una puerta, aplícalo a los cerrojos diciendo la fórmula siguiente: ábrete, ábrete cerrojo, porque yo soy Horus, el grande archepherenepsou phirinch, hijo de Osiris y de Isis: Quiero huir del impío Tifón, ya, ya, pronto, pronto'." Este conjuro es más complicado que "ábrete, Sésamo", el más célebre ensalmo abridor de puertas. Ahora permítaseme una breve digresión. ¿Cómo eran las cerraduras de la antigüedad? El gran erudito Hermann Diels consagra un ensayo a su descripción. Las llaves eran tan grandes que se llevaban al hombro. Tenían forma de S, de donde el nombre clavícula (o llavecita) al hueso que tiene esa forma. La palabra clavícula se usa en los libros de magia, por cierto: uno muy famoso es la clavícula de Salomón, que no hace referencia al hueso del sabio, sino que se usa para decir "llave" de los secretos de Salomón. Pues bien, esta gigantesca llave se introducía por un orificio, para golpear un perno que movía el cerrojo situado muy abajo del orificio. La forma de la llave ayudaba a esta operación. Veamos un pasaje de la Odisea en la que Penélope abre una puerta. Su llave, muy fina, como corresponde a una mujer de su alta condición, es de plata con mango de marfil: "Al instante en que la divina entre las mujeres llegó al aposento y puso el pie en el umbral de encima, que en otra época había pulido el artífice con habilidad, y enderezado por medio de un nivel, alzando los dos postes en que había de encajar la espléndida puerta, desató la correa del anillo (esta correa permitía cerrar por fuera el cerrojo), introdujo la llave e hizo correr los cerrojos de la puerta, empujándolos hacia adentro. Rechinaron las hojas como muge un toro en la pradera -tanto ruido produjo la hermosa puerta al empuje de la llave- y abriéronse de inmedito (las dos hojas)." Qué admirable es este afán de Homero de decirlo todo: no se conforma con menos que contarnos cómo se hizo la puerta que Penélope abre. Raro es que no figure el nombre del constructor. Qué manera de ennoblecer las cosas de todos los días. Esa, que muge como toro, es puerta y no las flacas y huecas láminas de triplay que abrimos y cerramos todos los días. Perdóneseme el arrebato y sigamos. Hay desde luego magias más interesantes, las referentes a la elaboración de anillos mágicos que dan voluntad sobre personas y animales, o hacen invisible a su poseedor, invocando a Helios, el sol, o le permiten volar por los aires. También son atractivos los conjuros para animar estatuas o dibujos y obligarlos a realizar ciertas tareas. Y no faltan los que nos hacen soñar esto o lo otro, y los que sirven para anticipar el futuro. Todos estos tienen no sé qué ingenuidad alegre y fresca de niño atareándose con un estuche nuevo de química, pese a lo sangriento y repulsivo de las exigencias de muchas prácticas, como arrancarle la cabeza a un gallo o un cisne, o sacarle los ojos a una paloma o un sapo. Pero hay otros ensalmos y prácticas que ponen al descubierto inaudita maldad en los ejecutantes. A este grupo pertenecen todos los llamados conjuros de sometimiento. Con fines de venganza los más abominables, pues permiten la destrucción a distancia del enemigo, de forma enteramente cobarde, el colmo de la premeditación, alevosía y ventaja, y con total impunidad del ensalmador. Otros del mismo grupo tienen fines eróticos, con frecuencia de una brutalidad impensable en un verdadero enamorado. Hay un conjuro de éstos, por ejemplo, preescrito para mantener en el insomnio a la mujer reticente, que, si no asiente a los ansiosos requerimientos, "al cabo de diez días, muere insomne". (continuará)
Controlar y castigar
Los noticieros, diarios y propaganda estadunidenses están de acuerdo en que Saddam Hussein esconde un arsenal de armas de destrucción masiva que no sólo amenaza la paz y supervivencia de sus vecinos sino la del planeta entero. Tanto en las cadenas NBC, ABC y CBS, como en Newsweek y Time, se anuncia que Hussein tiene el poder de aniquilar a millones ("miles de millones", aseguró un especialista en ABC) de personas con sus armas químicas, biológicas y atómicas. La reciente crisis entre Irak y Estados Unidos tan sólo vino a poner en evidencia el implacable orden paranoico que desea imponer nuestro vecino del norte en el mundo. Nadie en su sano juicio quiere que un dictador megalómano tenga armas poderosas; no obstante, lo que está aquí en juego es el absoluto control armamentista planetario, ejercido por una nación en la que los estudiantes de primaria tienen más miedo a las pistolas de sus compañeritos que a los exámenes sorpresa. Nos guste o no, debemos a las armas (esas herramientas sexys y mortales) el orden político actual y la existencia del Estado-nación. Antes de que se desatara el escándalo por el arsenal (real o ficticio) iraquí, la revista Le Nouvel Observateur (octubre 23 al 29) reveló en un artículo de Vincent Jauvert la existencia de la base de experimentación de armas químicas más grande de este lado del muro de Berlín: B2-Namous, un inmenso territorio (6,000 km2) en el desierto del Sahara argelino, cerca de Beni-Wenif, en la frontera con Marruecos. B2 se mantuvo en el más escrupuloso secreto durante décadas, debido a que su existencia implicaba tres graves mentiras de Estado: 1) desde 1945, Francia ha negado haber experimentado con armas químicas al aire libre; 2) París y Argel siempre afirmaron que las últimas bases del ejército francés fueron cerradas en 1968; 3) los acuerdos de Evian, que sellaron la independencia de Argelia, fueron publicados incompletos (después de la independencia, Francia conservó por cinco años más el control de cuatro bases de pruebas nucleares y espaciales, pero nunca se mencionó a B2). De acuerdo con Pierre Messmer (ministro del ejército de De Gaulle) y Phillipe Rebeyrol (embajador francés en Argelia en 1967), desde 1935 hasta 1978 se probaron en B2-Namous granadas, obuses, minas, bombas y misiles portadores de municiones químicas. Antes de la segunda guerra mundial se produjeron diversos agentes (esencialmente a base de gas mostaza) con los que París amenazó a Alemania en caso de que pensaran volver a usar gases tóxicos como en la primera guerra mundial. Los alemanes optaron por no recurrir a esas armas, y después de la guerra las armas químicas fueron perdiendo su atractivo ante la proliferación de los arsenales nucleares (hasta que volvieron a ser glamorosas por películas como La Roca o Decisión ejecutiva). Durante los cincuenta, la OTAN llevó a cabo maniobras ofensivas en B2-Namous. De Gaulle ordenó secretamente, en 1965, que continuaran las investigaciones con armas químicas y biológicas en el Marne (donde se usaban agentes poco tóxicos y fugaces) y en B2 (donde alrededor de 400 personas experimentaban en gran escala). Desde la independencia de Argelia, la permanencia de la base se renegociaba cada cinco años. En 1967, los gobiernos argelino y francés acordaron que el personal de B2-Namous trabajaría en ropas civiles. En 1978, la base fue cerrada y destruida; sin embargo, Francia siguió experimentando en otras partes con ese tipo de armas hasta 1987. Entre los últimos productos que se probaron ahí estuvieron las llamadas bombas binarias (dos productos poco tóxicos se combinan, dando lugar a un tercero extremadamente peligroso). Ahí se hicieron pruebas para determinar que al estallar una bomba química en el suelo se tiene mayor precisión pero gran desperdicio del producto, y al hacerlo en el aire hay gran rendimiento pero poca precisión y riesgo de dispersión indeseable. También se probó que los agentes químicos y biológicos en un misil se deterioran con la temperatura al regresar a la atmósfera; se estudió la evolución de la toxicidad en el aire, y la posibilidad de saturar la atmósfera para inutilizar las máscaras antigases.
Categorías de la química
En abril de 1997, en La Haya, más de cien países firmaron un tratado en el que se comprometían a cesar pruebas y producción de armas químicas, así como a destruir sus arsenales. Esencialmente, hay tres tipos de armas tóxicas: 1) agentes neutralizantes: irritantes (como lacrimógenos) o que producen picazón, quemaduras, urticarias, estornudos, tos y vómitos; 2) incapacitantes: psicotrópicos (como el LSD) y analgésicos morfínicos; 3) letales: sofocantes (usados en la primera guerra mundial), vesicantes (que destruyen la estructura celular), hemotóxicos (que bloquean la respiración celular) y los neurotóxicos (como el sarin, que bloquea la transmisión nerviosa).
¿Las absurdas conspiraciones?
Cada vez que se quiere probar que conspiraciones como la del asesinato de Kennedy, el choque del ovni en Roswell, o la explosión del vuelo 800 de la TWA son absurdas, siempre se habla de lo difícil o imposible que resultaría "comprar el silencio" de las personas involucradas. En el caso de B2-Namous tenemos un ejemplo de que es posible mantener calladas, por las buenas o las malas, a cientos o miles de personas.
Naief Yehya
|