Elba Esther Gordillo
Jorge Castañeda, mexicano ejemplar

Jorge Castañeda encarnó, como pocos, la gran tradición de la diplomacia mexicana. Desde su juventud, entusiasta y lúcido continuador de una larga historia de dignidad, fue el artífice de algunos capítulos mayores de la política exterior del México contemporáneo.

Desde su lamentable deceso, el jueves pasado, los comentaristas especializados han recordado los puntos culminantes de su riquísima trayectoria académica, política y civil como internacionalista al servicio de las mejores causas de la nación. Sus logros al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, especialmente la firma del Tratado sobre Límites Marítimos (1978) que ganó para el país las 200 millas de mar patrimonial y la Declaración Franco-Mexicana sobre El Salvador (1981) en una coyuntura de graves tensiones para la comunidad latinoamericana. Su brillante, discreta pero firme, actuación como embajador emérito a partir de 1982.

Lo que me interesa destacar, como mínimo homenaje a este mexicano ejemplar, es la actualidad de su pensamiento y acción en la encrucijada de nuestro fin de siglo. Se ha definido a don Jorge, con toda justicia, como un gran defensor de la soberanía y promotor incansable de la autodeterminación de las naciones y los pueblos. Esto, que para algunos representa un cuerpo de ideas y actitudes ``rebasado'' por la historia, se convierte en el legado fundamental de Castañeda.

Quiero decir que ante el complejo escenario de la globalización y la interdependencia, dominado por las grandes potencias y los intereses trasnacionales, los principios rectores de nuestra política exterior deben ser no sólo ratificados sino afinarse y fortalecerse al máximo. Una diplomacia activa, dinámica, creativa ante desafíos inéditos, como la realizada históricamente por nuestra cancillería. Un despliegue de inteligencia, patriotismo y audacia política que se transforma al ritmo de los tiempos y es capaz de prever el desarrollo de los acontecimientos en la esfera mundial. Un diseño de intervención internacional basada en convicciones profundas y en la experiencia histórica de México. No en preceptos inamovibles, definidos de una vez y para siempre.

Los éxitos de la política exterior mexicana, su peso moral y su indiscutible prestigio en todos los foros se deben a la conjunción de tres elementos: firme compromiso nacionalista, sensibilidad para captar las nuevas tendencias mundiales y perspicacia jurídico-política para aprovecharlas en beneficio del país.

En circunstancias como las actuales, cuando se redefine el concepto de soberanía y las novedades del nuevo mundo perfilan un orden internacional radicalmente distinto al surgido de la Segunda Guerra Mundial, la herencia de Jorge Castañeda se convierte en referencia invaluable para definir y orientar nuestra inserción en las corrientes del futuro. Porque hoy, en la incertidumbre de las transformaciones y la configuración de bloques geopolíticos y comerciales, es cuando se requiere de una estrategia de largo aliento y amplio horizonte.

No hay contradicción entre aspirar a un lugar en el nuevo contexto y mantener las bases de nuestra identidad como nación independiente, libre y soberana. Quienes supongan lo contrario realizan una lectura errónea del entorno o han decidido plegarse a las tentaciones (reales, no imaginarias) de la inserción subordinada en alguna de las órbitas dominantes.

La mayoría de los mexicanos, de esto no hay duda, creemos que el lugar de nuestro país en el nuevo escenario internacional debe forjarse, ganarse, en la gran batalla de la creatividad cultural, en la innovación productiva y en la invensión reflexiva de nuevas instituciones, en la eficacia de una política exterior que sea el reflejo fiel de la vocación democrática, pluralista y tolerante de la sociedad mexicana.

Si el reto es mayúsculo, si la exigencia parece rebasar las fuerzas de una nación en crisis que busca afanosamente los caminos del porvenir, también es grande la voluntad y la fortaleza de México. Hombres como don Jorge Castañeda son la muestra más acabada de ello. Un maestro en toda la extensión de la palabra, a quien extrañaremos en las próximas batallas, pero cuyo ejemplo y obra nos acompañarán siempre.

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