La Jornada martes 16 de diciembre de 1997

Eduardo Galeano
El petróleo: lecciones de impunidad

1. El escritor ahorcado. Las empresas petroleras Shell y Chevron han arrasado el delta del río Níger. El escritor Ken Saro-Wiwa, del pueblo ogoni de Nigeria, lo denunció en un libro publicado en 1992: ``Lo que la Shell y la Chevron han hecho al pueblo ogoni, a sus tierras y a sus ríos, a sus arroyos, a su atmósfera, llega al nivel de un genocidio. El alma del pueblo ogoni está muriendo y yo soy su testigo''.

Tres años después, a principios de 1995, el gerente general de la Shell en Nigeria, Naemeka Achebe, explicó así el apoyo de su empresa a la dictadura militar que exprime a ese país: ``Para una empresa comercial que se propone realizar inversiones, es necesario un ambiente de estabilidad... Las dictaduras ofrecen eso''. Unos meses más tarde, a fines del 95, la dictadura de Nigeria ahorcó a Ken Saro-Wiwa. El escritor fue ejecutado junto con otros ocho ogonis, también culpables de luchar contra las empresas que han aniquilado sus aldeas y han reducido sus tierras a un vasto yermo. Y muchos otros habían sido asesinados antes por el mismo motivo.

El prestigio de Saro-Wiwa dio a este crimen cierta resonancia internacional. El presidente de Estados Unidos declaró entonces que su país suspendería el suministro de armas a Nigeria, y el mundo lo aplaudió. La declaración no se leyó como una confesión involuntaria, aunque lo era: el presidente de Estados Unidos reconocía que su país había estado vendiendo armas al régimen carnicero del general Sani Abacha, que venía ejecutando gente a un ritmo de cien personas por año, en fusilamientos o ahorcamientos convertidos en espectáculos públicos.

Un embargo internacional impidió después que ningún país firmara nuevos contratos de venta de armas a Nigeria, pero la dictadura de Achaba continuó multiplicando su arsenal gracias a los contratos anteriores y a las addendas que por milagro se les agregaron, como elíxires de la juventud, para que esos viejos contratos tuvieran vida eterna.

Estados Unidos vende cerca de la mitad de las armas del mundo y compra cerca de la mitad del petróleo que consume. De las armas y del petróleo dependen, en gran medida, su economía y su estilo de vida. Nigeria, la dictadura africana que más dinero destina a los gastos militares, es un país petrolero. La empresa anglo-holandesa Shell se lleva la mitad; pero la norteamericana Chevron arranca a Nigeria más de la cuarta parte de todo el petróleo y el gas que explota en los veintidós países donde opera.

2. El precio del veneno. Nnimmo Bassey, compatriota de Ken Saro-Wiwa, visitó tierras latinoamericanas al año siguiente del asesinato de su amigo y compañero de lucha. En su diario de viaje, cuenta instructivas historias sobre los gigantes petroleros y sus impunes devastaciones.

En Curazao, frente a las costas de Venezuela, la empresa Shell erigió en 1918 una gran refinería, que desde entonces viene echando humos venenosos sobre la pequeña isla. En 1983, las autoridades locales mandaron parar. Sin incluir los perjuicios a la salud de los habitantes, que son de valor inestimable, los expertos estimaron en 400 millones de dólares la indemnización mínima que la empresa debía pagar para que la refinería continuara operando.

La Shell no pagó nada, y en cambio compró impunidad a un precio de fábula infantil: vendió su refinería al gobierno de Curaao, por un dólar, mediante un acuerdo que liberó a la empresa de cualquier responsabilidad por los daños que había infligido al medio ambiente en toda su jodida historia.

3. La mariposita azul. La impunidad es el producto más barato de cuantos se ofrecen en el mercado internacional.

En 1994, la empresa petrolera Chevron (antes llamada Standard Oil of California) gastó millones de dólares, quién sabe cuántos, en una campaña publicitaria que exaltaba sus desvelos por el medio ambiente en Estados Unidos. La campaña estaba centrada en la protección que la empresa brindaba a una mariposita azul que corría peligro de extinción. El refugio para las maripositas azules costaba a la Chevron cinco mil dólares anuales, que es ochenta veces menos que el costo de producción de un minuto de la propaganda que alababa la vocación ecologista de la empresa, sin contar el precio mucho mayor del tiempo de emisión de este bombardeo publicitario en las pantallas de la televisión norteamericana.

Las maripositas azules que aleteaban en las pantallas habían encontrado cariñoso hogar en la refinería El Segundo, en las arenas del sur de Los Angeles. Y nadie, ni la propia empresa, niega que esta refinería de la Chevron es una de las peores fuentes de contaminación del agua, el aire y la tierra en toda California.