Saramago: la poesía, revelación de la palabra que estaba oculta
Rafael Alberti cumple hoy 95 años. Con este motivo, publicamos las palabras que en su honor leyó el autor de Ensayo sobre la ceguera, en un homenaje realizado el pasado 30 de octubre en la Casa de América, en Madrid, ocasión en la que también se presentó el último de los Periolibros: Marinero en tierra, ilustrado por el pintor catalán Antoni Tpies.
Mis primeras palabras serán de agradecimiento por la honra con que he sido distinguido al invitarme para hablar en nombre de los escritores iberoamericanos en este acto de homenaje a Rafael Alberti. Me gustaría pensar que la generosa idea se debe, no a supuestos méritos de representatividad, que no conseguiría encontrar en mi persona, sino al propósito, más generoso aún, de aquí imaginar, concebir y recuperar para el mundo iberoamericano su verdadera dimensión, es decir, aquella que, por simple acatamiento de la Geografía y respeto por la Historia, siempre incluirá a los dos países atlánticos de lengua portuguesa, Portugal y Brasil, cada uno en su orilla.
En general, cuando decimos ``mundo iberoamericano'' estamos pensando en el ``mundo hispanoamericano'', como si el gran Brasil y el pequeño Portugal perteneciesen a continentes diferentes, como si no fuesen, en lo bueno y en lo malo, en lo sublime y en lo trágico, carne de aquella misma carne y espíritu de aquel mismo espíritu. Y si es cierto que no vengo habilitado con cartas credenciales para representar a Portugal y a Brasil, me permito agradecer también en nombre de estos países que haya sido un escritor de lengua portuguesa el escogido para, en este acto, durante algunos minutos, ser la voz de los escritores iberoamericanos de todas las hablas, de donde quiera que sean y donde quiera que estén, ellas y ellos.
Escribir es aprender a ver
Querido Rafael:
Antes que en tu hermoso Marinero en tierra hubieras reunido en un amplexo poético insólitamente moderno algunas de las viejas objetividades de la tierra y los nuevos y resplandecientes mitos de la mar, ya habías creado cuatro versos que podrían colocarse en el umbral de toda obra literaria, como una especie de epígrafe universal.
Son éstos:
Le quité el antifaz a una palabra
Y mudos
Frente a frente
Nos quedamos
Todos los que escribimos conocemos ese instante de mudez perpleja, casi angustiosa. La palabra se nos aparece de súbito desnuda, desarmada, sorprendida por la luz, entonces es necesario atraparla rápidamente, no dejarla escapar, no darle tiempo para que se esconda otra vez.
Escribir es aprender a ver, se escribe porque se ha visto la palabra que estaba detrás de la palabra. Tendrá ella, una a una, las mismas letras, pero se tornó otra a partir de ese momento. La poesía, mucho más que la expresión dramática o novelesca, es la revelación de la palabra que estaba oculta.
Arbol solo en medio del mar
Cuando, con apenas 25 años, publicaste Sobre los ángeles, ya las máscaras de las palabras habían caído todas delante de ti, ya tu mirada había captado definitivamente las fulgurantes claridades de sonido y de sentido que se resguardan bajo la opacidad que es consecuencia fatal de no ver lo que se mira y de la rutina indiferente del habla.
Ninguno comprendíamos el secreto
nocturno de las pizarras
Ni por qué la esfera armilar se exaltaba tan sola cuando la mirábamos.
Sólo sabíamos que una circunferencia
puede no ser redonda
Y que un eclipse de luna equivoca
a las flores
Y adelanta el reloj de los pájaros.
Ninguno comprendíamos nada:
Ni por qué nuestros dedos eran de
tinta china
Y la tarde cerraba compases para el
alba abrir los libros.
Sólo sabíamos que una recta, si quiere,
puede ser curva o quebrada.
Y que las estrellas errantes son niños
que ignoran la aritmética.
Unas veces curva, otras veces quebrada, porque la habrían de torcer y romper dolorosamente las circunstancias del tiempo y del mundo, la línea recta que espiritualmente Rafael Alberti fue desde siempre, se mantuvo recta e íntegra hasta hoy. Cuánta razón tuvieron aquellos sus antepasados que, como Rafael escribió en Sermones y moradas, ``predijeron que él sería un árbol solo en medio del mar''... En apariencia semejante a una de aquellas estrellas errantes que serían los niños renuentes a los números, Rafael Alberti, destinado a frecuentar las matemáticas superiores de la poesía, podía, tiernamente, disimular su ignorancia de las aritméticas elementales. O tal vez, en el caso del poeta que él es, lo elemental y lo superior sean tan indisociables como la luz y la sombra, como lo cóncavo y lo convexo, como la piedra y los ojos que la interrogan. Sobre los ángeles y Sermones y moradas son los picos altísimos desde donde Rafael Alberti podrá contemplar la vida que va a tener por delante. Se casó con María Teresa León, compañera en espíritu y en cuerpo, ser admirablemente humano, no una de aquellas musas inconsistentes de que con falsedad ciertos poetas fingían necesitar, y juntos enfrentarán los exaltantes y trágicos años que se avecinan. Es posible identificar (yo al menos creo poder identificarlos) algunos trazos premonitorios de esas esperanzas y de esas amenazas en un poema aparentemente enigmático de Sermones y moradas:
Amigos,
¿No sentís cómo andan las islas?
¿No oís que voy muy lejos?
¿No veis que ya voy a doblar hacia esas
corrientes que se entran lentísimas en
la inmortalidad de los mares sin olas
y los cielos paralizados?
Oigo el llanto del Globo que quisiera
seguirme y gira hasta quedarse
mucho más fijo que al principio,
tan borrado en su eje que hasta los astros menos rebeldes transitan por su órbita.
¿No oís que oigo su llanto?
Siento que andan las islas.
``Siento que andan las islas''
Sueños, ansiedades, presagios, balsas de piedra, nubes posadas sobre el mar, no es raro que las islas anden, aunque no siempre lo hacen en la buena dirección.
El poeta dijo: ``Siento que andan las islas'' y estaría pensando en la isla mayor, que es el mundo, pensaría también en una isla pequeña, su España. Todavía no se vislumbran motivos para llorar, pero Rafael Alberti ya ha comenzado a oír el lamento del mundo. Pregunta:
``¿No oís que oigo su llanto?'' Antes de que lo haga el mundo, llorará España. De dolores, porque ninguno le será ahorrado, mas también de ira, de indignación, como un animal herido a traición. Fue un tiempo en que el coraje se llamó pueblo, un tiempo en que las palabras más simples fueron las más necesarias, un tiempo en que la poesía se hizo compañía de los hombres.
Tomo como ejemplo el poema dedicado a las Brigadas Internacionales, publicado en Capital de la gloria, y que es un canto a la solidaridad mutua de aquellos que se buscaron y reconocieron iguales en dignidad.
Venís desde muy lejos... Mas esta
lejanía,
¿Qué es para vuestra sangre, que
canta sin fronteras?
La necesaria muerte os nombra cada día,
No importa en qué ciudades, campos
o carreteras.
De este país, del otro, del grande,
del pequeño,
Del que apenas si al mapa da un
color desvaído
Con las mismas raíces que tiene
un mismo sueño,
sencillamente anónimos y hablando
habéis venido.
No conocéis siquiera el color de los
muros que vuestro
infranqueable compromiso amuralla.
La tierra que os entierra la defendéis,
seguros,
a tiros con la muerte vestida de batalla.
Quedad, que así lo quieren los árboles,
los llanos,
Las mínimas partículas de la luz
que reanima
Un solo sentimiento que el mar sacude:
¡Hermanos!
Madrid con vuestro nombre se agrada
y se ilumina.
También en Capital de la gloria Alberti escribe: ``Siento esta noche heridas de muerte las palabras'', como si percibiese ya el avance de las sombras que durante 40 dolorosos años cubrirán de luto y melancolía el rostro de España.
Voz profunda de la tierra ibérica
El exilio llegó, es preciso partir. Rafael y María Teresa trabajan como locutores en París. Es el tiempo en que María Teresa llamará a las puertas de los editores franceses para que le publiquen los cuentos, y recibirá como respuesta estas palabras heladas de indiferencia: ``Las cosas de España no interesan, madame...'' sí, las cosas de España no interesaban, como tampoco interesaban las cosas de Portugal, esas dos excrecencias transpirenáicas, ese páramo incomprensible para las delicadas sensibilidades del centro europeo. Contemplando el Sena, Rafael Alberti escribirá el poema dedicado a la memoria de Antonio Machado, publicado en Entre el clavel y la espada, versos que la Sorbona tal vez considerase bárbaros, pero que resonaron y siguen resonando como una voz profunda de la tierra ibérica.
Pienso en ti, grave, umbrío,
El más hondo rumor que resonará
a cumbre,
Condolido de encinas, llorando de
pinares,
Hermano para aldeas, padre de pastores,
Pienso en ti, triste río,
Pidiéndote una mínima flor de tu
mansedumbre,
Ser barca de tus pobres orillas familiares
Y un poco de esa leña que hurtan
tus cazadores.
Descansa, desterrado
Corazón, en la tierra dura que
involuntaria
Recibió el riego humilde de tu
mejor semilla.
Sobre difuntos bosques va el campo
venidero.
Descansa en paz, soldado.
Siempre tendrá tu sueño la gloria
necesaria:
Alamos españoles hay fuera de Castilla,
Guadalquivir de cánticos y lágrimas
del Duero.
Muchos años después, viviendo ya en Italia, otra memoria de poeta le visitaba.
Federico.
Voy por la calle del Pinar
Para verte en la Residencia.
Llamo a la puerta de tu cuarto.
Tú no estás.
Federico.
Tú te reías como nadie.
Decías tú todas tus cosas
Como ya nadie las dirá.
Voy a verte a la Residencia.
Tú no estás.
Federico.
Por estos montes del Aniene,
Tus olivos trepando van.
Llamo a sus ramas con el aire.
Tú sí estás.
Entre los pocos meses que duró el exilio en París y los 14 años pasados en Italia, Rafael Alberti vivió durante 23 años en América.
Patriota que mantuvo la esperanza
Fueron vistos y admirados, él y sus pinturas y sus dibujos (``Diérame ahora la locura/ que en aquel tiempo me tenía,/ para pintar la Poesía/ con el pincel de la Pintura''), fue oído, aplaudido, amado en Argentina, Uruguay, Chile, Cuba, Venezuela, Perú, Colombia, y a donde él no llegó, llegaron sus poemas y sus exposiciones. Treinta y siete años lejos de su tierra y, como tantos otros exiliados, siempre con ella en el corazón, plantándola en sus jardines, diciéndola en sus conversaciones, suspirándola día a día, patriota cabal que mantuvo la esperanza y vivió para hoy reunirnos, una orilla y otra orilla, el poeta oficiando la ceremonia de la palabra y la coherencia, universalidad rotunda y definitiva lograda desde el tamaño del amor y la lealtad.
Cuando en 1977 regresó a España, a la nueva Arboleda y a la nueva familia, a María Asunción, a los amigos, a los camaradas, a los poetas de hoy y a los de siempre, Rafael Alberti podría haber dicho, como podría, con todo el derecho, repetir aquí, aquellos versos de Abierto a todas horas que son su retrato de cuerpo entero:
Este ha sido estos años mi destino:
No callar y seguir abiertamente,
Entre flores y espadas, mi camino.
Yo nunca he sido un viento contra
viento;
Pero si un huracán quiere tumbarme,
Resistiré mi desmoronamiento.
No quisiera vivir en escapada,
No me fuera posible aunque quisiera,
Yo soy un hombre de la madrugada,
Comprometido con la luz primera.
Me pide el sol que cante en cada aurora
Y yo no puedo al sol decirle ``espera''.
Lo confirmo, Rafael. Lo confirmamos todos. Gracias.
(Con la publicación de Marinero en tierra concluye el proyecto de los Periolibros. En el acto realizado en Madrid estuvieron presentes, además de Saramago y Tpies, el director general y el representante en México de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza y Germán Carnero Roque, respectivamente; por el Fondo de Cultura Económica, Miguel de la Madrid y Adolfo Castañón, así como Tania Libertad, recientemente nombrada, por el organismo internacional, embajadora de la paz.)