Andrés Aubry y Angélica Inda
¿Quiénes son los ``paramilitares''?
El conflicto de Chiapas cobró a los antropólogos una tarea más: la de identificar a un nuevo sujeto social, el agente protagónico de la violencia, que asomó primero en la zona norte, luego en los Altos y también en las cañadas. Un rastreo metódico de la información indígenas del estado (choles, tzotziles, tzeltales, y al parecer también entre tojolabales, con intentos todavía tímidos entre zoques). Sólo en Chenalhó, 17 parajes son afectados: la tercera parte de sus asentamientos y la mitad de su población. La amplitud del fenómeno, así como sus estragos y número de víctimas, aconseja estudiarlo con los métodos de la disciplina.
Por rutina histórica, se lo llamó primero pistolero o guardia blanca, por las heridas que aquéllos han plasmado en la memoria colectiva de Chiapas. Sin que ellos se hayan extinguido, los medios empezaron a darle la identidad de paramilitar para diferenciarlo de los anteriores (agentes externos a las comunidades, mientras que el nuevo brota de ellas), porque actúa con una relación ambigua y no confesada con las fuerzas del orden, e interviene con armas propias de ellas.
Con repetidos desmentidos, el Estado ha negado la existencia de paramilitares, dando argumentos que fracciones del Congreso local y la opinión pública se resistieron a creer. Por carencia semántica y por respeto a las autoridades, seguiremos llamándolo como los medios, pero entrecomillado.
¿Quiénes son esos ``paramilitares''? Aparecen casi exclusivamente entre jóvenes frustrados por las autoridades agrarias. En los 17 parajes de Chenalhó en que logramos documentar la existencia de unos 246 de ellos, la inercia agraria combinada con el crecimiento demográfico no da ni tierra ni trabajo, aun no agrícola, a los jóvenes en edad de ser derechohabientes del ejido. Los ya casados y jefes de familia, a la par de sus padres, han vagado sin éxito en busca de empleo, sobrevivido de milagro, o de robos de parcelas y cosechas. Obligados a vivir como delincuentes, no sólo carecían de medio de subsistencia sino que, además, no tenían por qué sesionar en las asambleas y, por tanto, eran excluidos de las decisiones del ejido del que eran los parias. Primera conclusión, estos criminales son productos del sistema y de sus opciones económicas, agrarias y laborales.
De repente, la ``paramilitarización'' les ofrece a la vez solución y prestigio. Solución porque el fuerte impuesto de guerra que cobran (25 pesos quincenales por adulto si es permanente, 375 pesos por persona de una vez para quienes se niegan al anterior) les proporciona ingresos, y porque el botín de animales, cosechas y enseres domésticos (incluidas camionetas) legitima los hurtos humillantes de elotes, café y aves de corral; prestigio porque las armas --que no son escopetas-- les confieren un poder y un estatus que nunca jamás han tenido, ni ellos ni sus padres sin tierras.
Pero, por haber tenido una vida itinerante en busca de trabajo, o no ser ejidatarios, nunca tuvieron la educación cívica que porporcionan las asambleas periódicas en las cuales se decide el destino colectivo de su paraje, colonia o municipio, y escaparon a toda responsabilidad comunitaria. Por tanto, los ``paramilitares'' no tienen proyecto social o político alguno. No pregonan nada, tan sólo se imponen. Los únicos maestros que han tenido son sus monitores del entrenamiento militar al que está condicionado la adquisición de las armas que exhiben.
Sus mentores, ya sea en sus campamentos o en los patrullajes, tienen una conducta muy parecida a la de los kaibiles de Guatemala. En ellos, por los retenes en los que se les encuentra, el efecto de la droga es notorio, el discurso que manejan y sus modales traicionan el parentesco fascista que heredaron de su formación.
¿A qué le tiran? ¿Por qué están operando sólo en el estrecho perímetro de la zona de influencia en la cual gozan de perfecta impunidad? La razón es estratégica, y probablemente la ignoran pues no existirían sin la manipulación de un oculto jefe de orquesta. Los parajes que ahora abastecen la noticia local son una cuña entre los cuatro municipios colindantes de Chenalhó, Pantelhó, Cancuc y Tenajapa. Las denuncias autorizadas que identifican la zona de entrenamiento del MIRA infieren la misma opción táctica: estos ``paramilitares'' actúan allí donde colindan los cuatro municipios de Huixtán, Chanal, Oxchuc, y Cancuc, tendiendo un eventual puente con los ``paramilitares'' de Chenalhó.
El estado mayor de Paz y Justicia, en torno a El Limar, controla los cinco municipios choles y las puertas de entrada a Amatán, Huitiupán, Simojovel, El Bosque, y Chilón (vía los Chinchulines de Bachajón). Sumando la cuenta, hacen las veces de las políticas públicas en la casi totalidad de los municipios que administra SEAPI (Secretaría Estatal de Atención a los Pueblos Indígenas). El objetivo de todos es el desmantelamiento de algún bastión de las bases --desarmadas-- de apoyo.
Después del golpe del 9 de febrero de 1995, una de las tácticas militares denunciadas por las Misiones de Observación era la destrucción de instalaciones productivas, de las cosechas y hasta de aperos de cultivo para quitar porvenir a los disidentes. La táctica ``paramilitar'' de Chenalhó es la misma: los operativos empezaron con el inicio de la tapizca del café, en un año de buen precio. Y por si las moscas, se desplaza masivamente a los productores: tal como a los indeseables se les corre el tapete, a los indígenas de Chiapas se les quita su futuro.