Teresa del Conde
Pintura victoriana en San Carlos

La idea de Roxana Velásquez, actual directora del Museo Nacional de San Carlos, de reunir un buen conjunto de obras de la Hermandad Prerrafaelita, finalmente logró tomar cuerpo, pero no ya con esa denominación, sino obedeciendo a un rubro más genérico: la era victoriana.

La exposición debe atraer mucho púbico y hay que promoverla a como dé lugar, pues es la primera de esa índole que se presenta en México. Se conjuntaron pinturas -algunas bastante conocidas, como Las murallas de la casa de Dios, de J.M. Strudwick, pródiga en claves herméticas, y otras de fácil aprehensión, de factura en ocasiones deslumbrante y escenas no tan fácilmente descifrables como parece- que atraen a golpe de ojo, pues plasman la idea convencional que tenemos de ``belleza'', pero no necesariamente ``belleza pictórica'', sino elementos asilados que la integran: color y diseño en figuras, rostros, cabelleras, poses; luz y composición en paisaje, flora bien observada, interiores y objetos representados con tal minucia que llegan en ciertos casos a rendir aproximaciones hiperrealistas.

A eso se suma idealización complaciente en los personajes, creación de arquetipos femeninos y en ocasiones caracterización convincente de actitudes, como sucede con el cuadro del escocés John Faed, Infancia, de 1849, referido a una escena de Charles Dickens (dato que convendría incluir en la cédula explicatoria).

Como ejemplo de idealización en el retrato, nada mejor que detenerse en el de Queen Victoria y sus hijos realizado por John Callcott Horsley, proveniente de la Colección Forbes. El cuadro aparece sin fecha. Ni Forbes ni San Carlos aventuraron siquiera una circa aunque es bien fácil calcularlo, pues los niños reales extienden en sus manos el plano del Palacio de Cristal, que después de una rigurosa selección le fue encargado al arquitecto Joseph Paxton. Si tenemos en cuenta que la legendaria exhibición universal, ideada por Alberto de Saxe-Coburgo, primo hermano y esposo de Victoria, se inauguró el primero de mayo de 1851 en el edificio construido en Hyde Park (después desmontado y llevado a otro sitio), la fecha del cuadro al que me refiero es 1849 o 1850. Victoria tenía en ese momento la edad que aparenta, unos 30 años. Se le ve hermosa, aunque en realidad no lo era.

Unos 14 años después de posar para esa pintura, Charles Burton Barber la representa a caballo, vista de perfil, ya viuda de Alberto, vestida de luto y acompañada de su fiel mayordomo John Brown, quien sostiene las riendas del animal. Victoria, que medía 1.54 de estatura y pesaba más de 60 kilos, era hiperconsciente de su papel, y brilló como nunca precisamente en la época de la Gran Exposición Universal, entre otras razones porque su enamoramiento de Alberto era total. Desafortunadamente él la abandonó para siempre cuando ambos cumplieron 42 años. Parecía sobretrabajado y a la vez deprimido, a lo que se sumó una fiebre tifoide. A él se debe la restructuración de la National Gallery de Londres, los firmes cimientos de lo que es en South Kensington el Victoria and Albert Museum y mil cosas más, incluyendo acciones acertadas de política exterior. En realidad fue el príncipe quien tomó por dos décadas las riendas del gobierno, con la total anuencia de la enérgica y vivaz Victoria, cargada de stamina. En Alberto están los atisbos para lo que después, a través de William Morris, se conoce como el movimiento Arts and Crafts. Por supuesto, fue aliado de los prerrafaelitas.

Entre las obras de éstos, sea en la primera que en la segunda fases, hay una que lleva el título La coronación del amor, y el autor es nada menos que Sir John Everet Millais, fundador inicial de la hermandad (1848) junto con Dante Daniel Rossetti y William Holman Hunt. Digo que el título es extraño porque el joven que porta en sus brazos a la princesa de Francia nunca coronó su amor, situación típica de las legendarias historias medievalistas que tanto se retomaron en esa época en apariencia casta y puritana, en la realidad complicadísima si nos acercanos a las fotografías victorianas, a los contenidos latentes que muchas de esas pinturas muestran; a obras como Salomé de Oscar Wilde; a Lizzy Sidal, la modelo preferida de Rosetti, que murió ya casada con él por sobredosis de láudano; al excéntrico matrimonio de John Ruskin con Effie Gray (después ella huyó con Millais), otra de las modelos preferidas por varios pintores; al libelo seguido de un juicio de Whistler contra Ruskin en los tiempos en que éste, el más influyente crítico de arte del momento, era slade profesor en Oxford. (Slade, por cierto, es una categoría, no la materia de un curso universitario, no hay ``clases de slade'').

Algo muy interesante en toda la exposición: siendo, como lo es, variada en motivos y técnicas, resulta posible establecer una división entre los que fondeaban con betún, siguiendo la tradición y los que siguieron la moda prerrafaelita. Tissot, que pasó varios años en Inglaterra, es un francés que se adhirió a la pintura luminosa antes que sus coterráneos. Véase por ejemplo La primavera de 1865 y compárese con otra obra suya anterior: Margarita en la atalaya de 1861, fondeada todavía de oscuro para dramatizar los claros...