La perturbación de los mercados financieros que viene del Oriente no da señas de agotarse. La región que ha sido desde los años ochenta el principal motor de la economía mundial, parece destinada a seguir siendo una fuente de dolores de cabeza que se extienden al resto del mundo. El anuncio de graves pérdidas de parte del principal banco japonés (del grupo Mitsubishi) y la caída de la bolsa de valores de Seúl, a consecuencia de la reciente victoria electoral de Kim Dae Jung, han activado una nueva oleada de nerviosismo en los mercados de capitales de varias partes del mundo. Pongamos las cosas en su prospectiva.
Los años noventa han sido testigo, hasta ahora, de tres grandes sacudidas. La primera, en 1992, inaugurada por las crisis de la lira italiana y la libra inglesa que se extendió rápidamente a Francia. La segunda, comenzada por México a fines de 1994, que se extendió a Brasil, Tailandia y otras partes. Y la tercera, que no parecería terminar, inaugurada en julio de 1997 por Tailandia y Malasia, que se extendió a Corea del Sur, Japón y Brasil. Desde esta última sacudida asiática las cosas no han vuelto a algún cauce capaz de tranquilizar a los mercados.
La bolsa de Nueva York alcanzó su punta máxima a comienzos de agosto pasado y en la actualidad el índice bursátil de este mercado está abajo, respecto a comienzos de agosto, de un 6 por ciento. Pero el golpe más duro es el que registra el índice Nikkei de Tokio que, respecto al máximo de fines de junio pasado, está actualmente abajo en 24 por ciento.
El problema es doble. De una parte están las causas de una inestabilidad de los mercados de capitales que viven con nerviosismo las diferencias crecientes entre rendimientos previstos y rendimientos reales. De la otra, está la rapidez con la cual las crisis financieras cruzan el mundo de una parte a otra. Hay que reconocer que la mundialización de los mercados financieros es ya un hecho irreversible guiado por la revolución de las telecomunicaciones, la liberalización de los movimientos de capitales y la diversificación geográfica de las carteras de los grandes inversionistas institucionales del mundo. Nunca como hoy el desempeño de la economía mundial dependió de un número tan reducido de grandes inversionistas que, a la búsqueda de elevados rendimientos y para hacer frente a los requerimientos de sus clientes, están dispuestos a mover sus capitales de una parte a la otra del mundo a las primeras señas de peligro.
En el ojo del huracán está Japón, una economía que no termina de adaptarse al cambio entre un prolongado periodo de crecimiento acelerado y una actualidad dominada por un mucho más reducido ritmo de expansión. Pero, considerando las conexiones entre los mercados de capitales, entre bancos de distintas partes de mundo --vinculados por recíprocas líneas de crédito, avales, etcétera-- es suficiente que la crisis se manifieste en algún cruce importante de estas conexiones para que, rápidamente, el contagio se extienda a otros mercados, activando efectos dominó nunca predecibles en sus consecuencias financieras y, aún menos, económicas.
Otra importante fuente de turbulencia está en Corea del Sur que, el 3 de diciembre pasado, firmó con el Fondo Monetario Internacional un gigantesco crédito por 57 mil millones de dólares para sanear sus finanzas y sostener bancos cuyas quiebras podrían arrastrar enteros sectores productivos. Una curación que, conjuntamente con el aumento de las tasas de interés y la devaluación del won, se estima costará al país la pérdida, en 1998, de un millón de puestos de trabajo. Y, obviamente, sin garantías de éxito.
El reto de la actualidad es formidable, tanto del punto de vista técnico como político. ¿Cómo seguir la marcha de una globalización que es nuestra frontera ineludible, reduciendo al mínimo los riesgos de contagios capaces de desestabilizar enteros países y regiones del mundo? Mantener tipos de cambios realistas, disponer de amplias reservas y tutelar la salud bancaria son condiciones necesarias pero no suficientes. Ha llegado la hora de pensar en grandes acuerdos internacionales tanto en el terreno monetario como financiero. Y sin embargo, por desgracia de todos, pocas veces como hoy lo necesario ha estado tan lejos de las ideas económicas dominantes y de las agendas de los gobiernos.