La Jornada miércoles 24 de diciembre de 1997

Eduardo R. Huchim
``Murieron mujeres y niños de muchos tamaños''

Nunca en este siglo mexicano la muerte masiva había sido tan anunciada. Prensa, radio y televisión --La Jornada y los programas Detrás de la noticia en particular-- habían descrito los signos ominosos de lo que hoy es una realidad dolorosa e indignante en Chenalhó.

En otros tiempos, el solo anuncio reiterado de lo que se preparaba habría tenido efectos disuasorios eficaces. Ahora pareciera que fue un incentivo. Blanche Petrich, Hermann Bellinghausen, Jaime Avilés, Elio Henríquez, Juan Balboa, Carlos Cisneros, Carlos Ramos Mamahua, Ricardo Rocha, Rodolfo Guzmán y otros periodistas ofrecieron datos, crónicas, reportajes, testimonios, voces e imágenes de lo que pasaba en Chenalhó. Revelaron no sólo las condiciones infrahumanas en que viven los desplazados chiapanecos, sino implícita o explícitamente advirtieron también lo que podía ocurrir.

Esos y otros periodistas describieron los ataques cometidos por los grupos paramilitares de Chiapas, especialmente los patrocinados por la asociación irónicamente llamada Paz y Justicia, que han robado, incendiado y asesinado bajo un manto de impunidad que casi todos llaman inadmisible pero que quienes debieran frenarla --los gobiernos federal y estatal-- sí la admiten y la estimulan con su inacción. Presentaron también los testimonios de los obispos Samuel Ruiz García y Raúl Vera López (Masiosare, domingo 14 de diciembre de 1997, p.5) y de los desplazados de sus comunidades, y en cuanto se les preguntaba por los autores de los ataques, estos últimos coincidían en forma rotunda, sin asomo de duda: son los priístas.

Pese a todo, pese a saber quiénes serían las víctimas y victimarios de este nuevo drama de Chenalhó, la insensibilidad prevaleció. Nadie en el Poder Ejecutivo Federal --el bello durmiente de Bucareli llamó ``conflictos intercomunitarios'' a los ataques-- ni en el gobierno estatal pareció inmutarse, en tanto que el Poder Legislativo poco pudo hacer y sólo una parte minoritaria de la sociedad --inmersa en el encanto decembrino-- reaccionó y participó en un mitin convocado por el Partido de la Revolución Democrática y efectuado el sábado 13 de diciembre en el Zócalo de la ciudad de México para exigir la paz en Chiapas.

El testimonio lacerante de Manuel, transcrito por Bellinghausen (La Jornada, martes 23 de diciembre, p.3), debiera hoy taladrar las conciencias adormiladas y poner luto a la Nochebuena de hoy: ``Murieron mujeres y niños de muchos tamaños'', dijo el testigo de la matanza de Chenalhó.

La muerte masiva conmueve en el país a quienes todavía son capaces de conmoverse y la impunidad indigna tanto como la inacción gubernamental. Si esto ocurre a muchos kilómetros de distancia de Chenalhó, ¿es difícil suponer qué produce en el ánimo de los zapatistas alzados en armas precisamente para evitar la injusticia, la explotación y la impunidad? ¿Qué haría el lector si, teniendo las armas en la mano, ve cómo son asesinados impunemente decenas de quienes lo apoyan?

Yo no sé si el objetivo del gobierno sea provocar una reacción violenta de los zapatistas para lanzar de inmediato contra ellos toda su maquinaria bélica y aplastarlos. Sí sé, en cambio, que si tal cosa ocurriera, sus efectos generarían una vorágine de inestabilidad tan grave que, ténganlo todos por seguro, no se salvarían ni el gobierno ni sus cúpulas.

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El PRI no es un partido desgastado, dijo el presidente Ernesto Zedillo el 19 de diciembre en Nicaragua, durante una entrevista por televisión. Y aunque algunos malquerientes del mandatario probablemente pensaron que tal declaración habría sido más propia del 28 de diciembre, lo cierto es que el gobernante tiene razón. El PRI no es un partido desgastado. No puede serlo.

Ni siquiera es partido (todavía).