El voto unido del PRI y el PAN para aprobar la iniciativa de presupuesto enviada a la Cámara de Diputados no es comprensible sin recurrir a hipótesis conspirativas, a las pasiones y roturas internas o a los requiebros de la politiquería a la vieja usanza. Entendiendo por tal costumbre aquella que reconoce y otea sólo los latidos que se traman en ``lo alto''. El trasiego de intereses públicos que han sido privatizados, la triste forma semioculta de hacer la grilla.
Dentro de esa menor manera de entender la política, y en sus más íntimos recovecos, habitan las famosas concertacesiones del poder con y hacia una fuerza emergente como la del panismo. Su realidad está más allá de cualquier disputa o negativa interesada. Las concertacesiones están lo suficientemente asentadas en la mente colectiva como para resistir cualquier embate discursivo. En ellas creció y saltó a la fama, inmerecida por sus efectivas cualidades, un jefe Diego que pudo negociar posturas y programas oficiales de una forma más certera que la de un Ortiz Arana o mujeres consagradas por el oficialismo como María de los Angeles Moreno. Estos, los ``líderes'' de sus respectivas mayorías de diputados, poco pudieron hacer para resistir a la ``Razón de Estado'' que les imponían desde Los Pinos. Esa residencia de donde emanan dictados sobrecogedores, visionarios e inapelables y donde se pertrecharon los enterados y conocedores indiscutibles en que se convirtió un puñado de salinistas. Muchos de ellos todavía rondan orondos por los alrededores.
Pero en estos aciagos días de una transición nublada, ni el joven Calderón es el Diego de las barandillas acapulqueñas, los desplantes rijosos o el que piensa que la verdad está contenida en los ``expedientes integrados''; ni tampoco Zedillo, el de los sobresaltos de diciembre y las instantáneas recuperaciones macro, es el voraz Salinas de los liderazgos mundiales empujados por una campaña publicitaria de sus amigos y socios internos y de ultramar. Pero la pareja de actuales mandones trata de reponer, en similar forma y modalidades, la escena, los logros, propósitos o las dádivas de su hermandad forzada. El cometido sigue siendo parecido o igual: perseverar en el modelo establecido, consolidar ciertas ventajas del grupo y disminuir a los rivales.
El compromiso de los contribuyentes y en muchas formas el de los mexicanos todos por los rescates bancarios, fue signado y bautizado por el gobierno de Zedillo como una cuenta todavía no bien clarificada en sus dramáticas implicaciones. Ni modo, se nos dice, hay que salvar el sistema de pagos de la fábrica nacional. Pero enmedio de todo ese enorme dispendio y que para otros es festín, casi todos los banqueros van conservando sus oficinas y negocios, junto con toda una caterva de negociantes, abogados y coyotes que traficarán con las famosas carteras vencidas. A cuenta de qué manejos, debido a cuáles razones, por medio de qué trastupije se le puede endosar a un pueblo 380 mil millones de pesos a valor presente pero pagadero en los próximos veinte o treinta años. El costo que el neoliberalismo ha dejado no es justo ni tampoco debía ser entendible, menos aún justificable, por un partido como el PAN que, en mucho, no disfrutó de los beneficios. Las debilidades, injusticias y cortedades del modelo en boga, los errores de sus dirigentes, la falta de mínima responsabilidad de sus promotores y los dogmas globalizados que lo sustentan, le han dejado a México un pasivo inmenso y, lo peor, todavía creciente.
Por esa manera libre y cantarina con la que las élites mexicanas endrogaron al país votó nuevamente el PAN junto a unos dóciles priístas que asienten y hasta defienden tal castigo impuesto. Quizá no se puede ya evitar seguir por la ruta de los rescates inevitables, pero al menos que, cada paso futuro, cada peso empleado en ellos, quede claro en su uso y final. El voto del PAN no fue por defender un modelo como dijo Paoli Bolio, lo hicieron acicateados por sus fantasmas personales y pleitos internos, por sus inasibles temores ante un cambio tan nimio como un 5 por ciento a los salarios. Adoptaron tal postura porque no aceptan la independencia, desean ser subrogados y no un agrupamiento dueño de su destino aunque éste sea, todavía y por ahora, precario. No resistieron la guía inteligente de Muñoz Ledo y su endeble nueva mayoría ahora disuelta. Las limitaciones de Medina Plascencia fueron socavadas aún más por los recelos de un adolorido Castillo en su cruzada antiperredista. La excusa de su voto amalgamado por lograr ganancias específicas es insostenible. Los electores no comprometidos habrán de cobrarles sus torpezas y enredos.