La Jornada 24 de diciembre de 1997

Desaparición de poderes en Chiapas, clamor

La comisión de seguimiento del Congreso Nacional Indígena (CNI) exigió al Congreso de la Unión y a la Suprema Corte de Justicia la desaparición de poderes en Chiapas, ya que se ha demostrado ``la falta de interés de los actuales gobernantes por lograr una paz justa y digna, y sólo han propiciado enrarecer y entorpecer el de por sí complejo ambiente político, agrario y social que vive la región''.

Asimismo, pidió a esos poderes que emprendan un juicio político contra Ernesto Zedillo y Julio César Ruiz Ferro, gobernador de Chiapas, ``por ser responsables directos de la impunidad e ingobernabilidad que han creado en esa entidad''.

Por medio de un comunicado, el CNI expresó su ``más profunda indignación y condena'' por los indígenas asesinados en Acteal, municipio de Chenalhó.

Destaca que se conoce la forma impune en que se cometió ese asesinato masivo, ``con la presencia, a escasos 200 metros, de un destacamento de la Policía de Seguridad Pública del estado de Chiapas, y en una zona altamente vigilada por el Ejército federal y otras corporaciones policiacas''.

Además, exige que se adopten medidas inmediatas para detener ``las centenas de asesinatos que sólo en este año han ocurrido en tierras chiapanecas''. El comunicado concluye con la exigencia de que se aplique un ``castigo ejemplar para quienes perpetraron estos crímenes y atención inmediata y eficaz para la víctimas''.

En tanto, el equipo diocesano de pastoral social de la diócesis de Torreón, Coahuila, exigió para ``todo el pueblo de México el esclarecimiento de los hechos y la reparación de tan enorme daño, en la voluntad política de sanar las heridas de despojo, violencia y muerte, con acuerdos efectivos de paz con justicia y dignidad, según lo acordado en San Andrés Larráinzar''.

Por su parte, el Centro de Investigaciones Históricas de los Movimientos Armados consideró que la acción de grupos paramilitares responde a una lógica de provocación contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, con el fin de obligarlos a responder y dar argumentos para no continuar con las pláticas de paz.

Más de diez organizaciones y redes de la sociedad civil femenina enviaron una carta al presidente Ernesto Zedillo para exigirle su intervención inmediata contra los asesinatos en Chiapas, ya que de lo contrario ``él será corresponsable de esta espiral de violencia''.

Carlos Bertoni y Francisco Mayo, asesores de la Coordinadora de Barrios y Colonias, exigieron al gobierno federal y al Congreso de la Unión su intervención para investigar y castigar a los responsables materiales e intelectuales de los hechos.


Juan Balboa, corresponsal, comunidad de Acteal, municipio de Chenalhó, Chis., 23 de diciembre Ť En un rápido operativo montado especialmente por la Policía de Seguridad Pública del estado, y apoyado por unidades de la Cruz Roja Mexicana, se logró rescatar de un barranco y una cueva los 45 cuerpos de indígenas tzotziles masacrados con armas de fuego y mutilados sus cuerpos con machetes.

Todos los organismos involucrados en el rescate y la atención médica --Cruz Roja, IMSS y ERUM--, y el propio gobierno de Chiapas, reconocieron el asesinato de las 45 personas, sacrificadas todas a mansalva el lunes pasado.

Sobrevivientes, heridos y testigos entrevistados por La Jornada este martes coincidieron en acusar a militantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) --de las comunidades de Los Chorros, Puebla, Chimix, Quextic, Pechiquil y Canolal-- de ser los autores de la masacre contra los refugiados de la Sociedad Civil Las Abejas, principalmente, y simpatizantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

A pesar de negar insistentemente que hubiese muertos en Acteal, el gobierno de Julio César Ruiz Ferro implantó esta madrugada un operativo coordinado por el subsecretario Uriel Jarquín Gálvez y por el ex procurador Jorge Enrique Hernández Aguilar, quien tenía como objetivo principal, según el concejo autónomo zapatista de Polhó, borrar los rastros de los muertos para poder manejar a su antojo el número de decesos.

Información de la Cruz Roja hizo rectificar al gobierno estatal

Sin embargo, información pública de la delegación de la Cruz Roja Mexicana en San Cristóbal hizo reaccionar al gobierno estatal. La orden de rescatar los cadáveres fue dada a las cuatro de la mañana del martes. Hasta ese momento sólo reconocía la existencia de cinco heridos leves.

La Cruz Roja recibió a las 20:07 horas del lunes una llamada del Ministerio Público, el cual avisó que ``había enfrentamientos'' en el municipio de Chenalhó. Tres horas y media después movilizó las unidades 162 y 158 de la delegación de San Cristóbal, y una más de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Dos de las unidades realizaron el reconocimiento de la zona y hallaron cuerpos sin vida en un barranco. Otras seis unidades de la Cruz Roja y un vehículo se integraron a las tareas de rescate.

A las cuatro de la mañana, el gobierno autorizó a la Policía de Seguridad Pública y a la Cruz Roja el rescate de los cuerpos una vez que el Ministerio Público hizo las diligencias correspondientes. El informe presentado por la Cruz Roja la mañana del martes asegura que se levantaron 45 cuerpos: un bebé, 14 niños, 21 mujeres y nueve hombres. Los restos fueron entregados a la policía estatal, que los trasladó a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez.

La agresión de los paramilitares priístas del municipio de Chenalhó dejó 45 muertos, 25 heridos y por lo menos cinco desaparecidos.

Por otra parte, entrevistado en el noticiario 24 Horas, el procurador general de la República, Jorge Madrazo Cuéllar, informó que las primeras investigaciones revelan que fueron alrededor de 25 los agresores y que iban vestidos de negro, con el rostro cubierto. Y que utilizaron tres camiones de los conocidos como de tres toneladas para transportarse.

Cerca de las 14 horas del lunes, Homero Tovilla Cristiani y Uriel Jarquín, secretario y subsecretario de Gobierno, respectivamente, fueron notificados por la diócesis de San Cristóbal de las Casas de los hechos violentos que ocurrían en esos momentos en el campamento de desplazados de Acteal, según reportes de la Sociedad Civil Las Abejas.

Los funcionarios se comprometieron a investigar la situación en dicha comunidad y dar una respuesta en las próximas horas. A las 18 horas, Tovilla Cristiani se comunicó a la diócesis para informar que la situación en la comunidad de Acteal estaba controlada y que sólo se escucharon ``unos tiros''.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos ha emitido dos recomendaciones en menos de 30 días al gobierno de Julio César Ruiz Ferro, en el sentido de apoyar a los indígenas desplazados por la violencia e investigar los hechos sangrientos que han ocurrido desde la segunda quincena de noviembre en Chenalhó.

A estas recomendaciones, y a otras que han realizado organismos no gubernamentales, el gobierno del estado ha hecho caso omiso y mantiene su política de no aceptar que existen unos 6 mil desplazados --la mayoría de la Sociedad Civil Las Abejas y simpatizantes zapatistas-- en cinco comunidades de Chenalhó.

Este mismo martes, el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional y Human Rights Watch Americas solicitaron al gobierno de México que se adopten las medidas necesarias para asegurar la vida e integridad de las personas desplazadas en el municipio de Chenalhó.

Además:

``Que en virtud de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se solicite como elemento esencial del deber de protección (que se tomen) medidas eficaces para investigar los hechos denunciados, y en su caso sancionar a los responsables de la masacre ocurrida en Acteal.

``Que las más altas autoridades federales y locales repudien públicamente este acto, así como los violentos enfrentamientos que ocurren en el municipio de Chenalhó. Tal declaración pública representaría un claro mensaje a los integrantes de los grupos armados que no cuentan con la impunidad ni aquiescencia de las autoridades estatales y serviría como elemento disuasivo de nuevos hechos''.

Podrían priístas atacar a zapatistas de X'Cumumal

A pesar de que el Ejército Mexicano redobló el número de efectivos que mantiene en la cabecera municipal de Pantelhó --ubicada a escasos tres kilómetros de Acteal, en el municipio de Chenalhó--, y que los agentes de la Policía de Seguridad Pública del estado fueron triplicados en la zona, el grupo armado de priístas amenazó hoy con atacar la comunidad de X'Cumumal.

En una carta enviada esta tarde a la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), el concejo autónomo zapatista de Polhó aseguró que unos 50 hombres armados se dirigen a X'Cumumal, en donde se encuentran refugiados unos 3 mil desplazados del EZLN y de la Sociedad Civil Las Abejas.

En una conferencia de prensa solicitaron la intervención de la CNDH, del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas y el apoyo del Comité de la Cruz Roja Internacional para que eviten otra masacre en el municipio de Chenalhó.

El presidente del concejo autónomo de Polhó, Domingo Pérez Paciencia, puntualizó que la masacre del lunes en Acteal es la ``guerra del gobierno'' contra las comunidades indígenas, ``esto es lo que nos da el gobierno en vez de reconocer nuestros derechos''.

``Llamamos urgentemente a toda la sociedad civil, nacional e internacional, para que se organice y obligue a que se desarme inmediatamente a los paramilitares, pero que sea supervisado por organismos nacionales e internacionales. También para que salga inmediatamente la Policía de Seguridad Pública porque son cómplices de los paramilitares'', apuntó.

La masacre es un crimen contra la humanidad: Samuel Ruiz

El obispo de San Cristóbal de la Casas y presidente de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), Samuel Ruiz García, calificó como ``crimen contra la humanidad'' la masacre perpetrada en Acteal, y exhortó a los católicos de su diócesis, que abarca las principales zonas indígenas, declaren esta Navidad como ``día de duelo en la esperanza''.

La Navidad de este año es para el pueblo cristiano de la diócesis, del estado y del país, ``una Navidad luctuosa'', expresa en una carta pastoral difundida esta noche.

``No sólo es ignominioso el número comprobado, hasta el día de hoy, de muertos y heridos, muchos de ellos menores de edad; sino sobre todo el clima de violencia creciente e impune denunciado acuciosamente a las autoridades, que lo podían haber frenado con anterioridad a este indignante desenlace''.


Hermann Bellinghausen, enviado, Acteal, Chis., 23 de diciembre Ť En los lugares donde ha estado la muerte, se siente su fuerte presencia. Aquí acaba de suceder la mayor masacre de mujeres y niños en la historia ``moderna'' de México. En esta hondonada rota, surcada de huipiles ensangrentados y toda la destrucción de una horda, apenas antier se asentaba un campamento de 350 refugiados. Sus casas, antes de ser destruidas, quedaban en Quextic, barrio de Chimix. Hasta hace un mes.

Los hoy muertos y heridos se encontraban aquí, a orillas de Acteal, rezando. Estaban rezando. Así, de rodillas, los cogieron por la espalda desde los cerros circundantes los disparos de armas de alto poder. Y así se fueron muriendo hasta sumar 45.

Según los sobrevivientes, la balacera comenzó a las 10:30 de la mañana de ayer, y la Seguridad Pública del Estado acepta haber entrado a Acteal a las 17 horas, cuando les avisaron. Ellos no habían oído nada, ``y luego que aquí es normal que haya disparos'', como dice un policía.

Con seis horas a su disposición, los sicarios pudieron efectuar su trabajo con eficiencia numérica: el número de muertos duplica al de heridos.

``Y no teníamos ni con qué defendernos'', se lamenta con rabia Juan. Incluso a los más bilingües de esta comunidad tzotzil se les dificulta hoy hablar en castilla. Relataron el horror en tzotzil, esta mañana, en la comunidad de Polhó, cerca de Acteal.

En una escuela de la cabecera municipal autónoma, unas doscientas personas lloran intermitentemente. Una hora pasamos allí los reporteros, y en ningún momento se acalló el llanto.

Una paciente y terrible relación del dolor desfiló ante nosotros. Todos querían hablar. El traductor omitía cosas; varias veces, él mismo lloraba. También ante el horror existe la digna discreción.

Quiénes eran (1)

Rosa Gómez estaba embarazada cuando cayó moribunda en la explanada del campamento. Sus asesinos llegaron hasta ella para rematarla. Y uno de ellos, ``con un cuchillo --relata un testigo y hace un ademán de puñalada que inmediatamente reprime con un temblor-, le sacó su niño y lo tiró allí nomás''.

A Juana Vázquez, ``primero la mataron y luego la robaron'', nos traducen de lo que dice un joven mostrando una bolsa de red. ``Lo traían los paramilitares y salió este chamaquito y le dijeron a dónde vas, y él dijo voy al baño, y le dijeron ten esta bolsa, apúrate y cuando regreses nos ayudas a cargar la bala''.

El niño, Miguel, permanece silencioso, sucio, con los ojos abiertos. De la red salen dos nagüas de mujer, un huipil primoroso y un cinturón bordado en rojo. El tesoro de la bordadora lo llevaban de botín sus asesinos.

María, pequeña madre, lleva su bebé a la espalda. Se aproxima y apoya su cabeza en mi pecho. Se estremece. Su hermana, Elena, habla. Traduce un miembro del concejo municipal: ``Esta familia, murió su padre, su hermano, su cuñado''. El niño de María, envuelto en el rebozo, llora ya cansado de llorar.

Nos presentan a una hermosa niña de no más de 12 años. Guadalupe Vázquez Luna y su hermanito son los únicos sobrevivientes de otra familia. Su padre, Alvaro Vázquez Gómez, era jefe de zona de los catequistas. Guadalupe lo vio morir, y a su mamá, a su tío Victorio, que era promotor de salud, y a su hermanito.

Operación limpieza

Esta mañana, Acteal está desierto. En la cancha de basquetbol un centenar de policías del estado y Fuerza de Tarea vigilan, a varios cientos de metros del lugar de la masacre.

Al parecer, nuestra llegada los hizo interrumpir las labores de ``revisión'' que efectuaban en las casas abandonadas, pero cuyos habitantes dejaron cerradas con candado. Todas las casas están ahora saqueadas, y no quedó un solo candado en su lugar.

Horas antes, esta madrugada, Jorge Enrique Hernández Aguilar, ex procurador chiapaneco y actual titular del Consejo Estatal de Seguridad, y el subsecretario de Gobierno, Uriel Jarquín, supervisaron, antes de que llegaran los periodistas, la recolección de cadáveres, los mismos cuya existencia había negado ayer el secretario de Gobierno, Homero Tovilla Cristiani.

Los agentes encargados de la operación debieron trabajar arduamente, así como los agentes del Ministerio Público que presuntamente atestiguaron. Limpiaron de casquillos y algunas ropas ensangrentadas, pero no todas.

Ya se ve que la sangre ensucia. Todavía hoy se ven grandes coágulos, jirones de ropa ensangrentada, así como huellas de la huída en el lodo y los matorrales. Huellas de la persecución, también.

Un jefe policiaco, que se rehusó a identificarse, pero que ayer se presentó ante los indígenas como comandante, asegura haber visto a Hernández Aguilar. De Joaquín no está tan seguro.

``A las cuatro de la mañana se ve con dificultad'', explica el oficial, que a la señal radial que le manda Trueno responde como Relámpago.

Dice que sus muchachos colaboraron en la recolección de cadáveres, confirma la cifra de 45, y reitera que están aquí para ayudar a la población; se queja de la falta de confianza.

A las 7 de la mañana de hoy la limpieza quedó concluida, y los funcionarios acompañaron los cadáveres al Servicio Médico Forense de Tuxtla Gutiérrez. No obstante, fue hasta la tarde que el gobierno local estuvo en condiciones de emitir una postura oficial ante la matanza.

Quiénes eran (2)

En Polhó, donde este día suman tres mil los refugiados, una mujer aprieta entre las dos manos el blanco rebozo ensangrentado de su hija Susana, muerta.

Un hombre relata sollozante. ``Se murieron en la balacera todos sus hijos, y con su nieto. Seis de familia perdió'', dice el traductor, y el hombre agrega algo más en su lengua.

``Aparte, dice que se murió su nuera''. Debió ser una de las Rosalía, Zenaida, Manuela, Regina, Marcela, Verónica, Guadalupe, María, Martha, de la innegable lista.

La explanada del crimen

Ayer a las once de la mañana este campamento de Acteal estaba en confusión. Quedan, maltrechos, los pobres cobertizos de ramas y palma que fuera su refugio.

``Aquí estábamos rezando'', señala Pablo. Un gran claro circular. Los primeros muertos cayeron aquí mismo.

Los demás corrieron hacia la cañada, abajo, y prácticamente se desbarrancaron por la caída de un río. Los grandes helechos desgarrados, la vegetación arrancada, los trapos, las huellas, la sangre, los hoyos, los espinosos cardos arrastrados muestran el rumbo de la multitudinaria huída.

Cuenta Pablo cómo iban los bebés, rodando con sus mamás. Los niños chicos cayéndose y corriendo. El iba cuidando a su hijo. Traían otros cargando a los heridos.

No dejaban de echarles disparo, pero hasta esta barranca no se aventuraron los paramilitares. Les bastó con rematar en una cueva a los que allí se refugiaron y a dejar la primera hondonada del río sembrada de cadáveres, atrapados en el sitio.

``Les dispararon de arriba'', indica Pablo al descender, y dando un brinco.

Aquí fueron quedando sembrados Lorenzo, Miguel, Daniel, Sebastián, Agustín, Juan Carlos, Javier y Jaime, de Las Abejas.

El poder de fuego que los abatió, a juzgar por las heridas de los indígenas internados en el Hospital Regional de San Cristóbal, nunca fue menor. Balas expansivas; ``lo menos'', según Pablo, ``cuernos de Chivo''. El los vio.

Reconoció a muchos de los atacantes. No todos traían el rostro cubierto. Muchos, ``jovencitos'', llevaban sólo un paliacate amarrado en la cabeza, y se sentían muy guerreros. Veintiún mujeres, una decena de niños; buen récord.

Los agraviados los llaman ``priístas'', pero no precisamente es así. Muchas comunidades priístas son inocentes del ataque. Se trata, sencillamente, de las bandas armadas que recibieron entrenamiento militar, putas y pornografía con el apoyo del ayuntamiento constitucional de Chenalhó; como fue repetidamente documentado en meses recientes en estas páginas.

Jóvenes entrenados, transformados. Que atacaron en una fecha estratégica, contando con la Blanca Navidad. No existen elementos para superar un acto ``de venganza'' o ``conflicto intracomunitario'', como manejó hoy la radio estatal el tema de la masacre, con la intención de establecer esa versión minimalizadora. Hablaban los noticieros de muertos a machetazos y pedradas. Cosa de indios salvajes, ya ve usted cómo son, daban a entender.

Falso. El trabajo de exterminio fue eficiente, y a su manera, limpio. ¿Se puede no dramatizar el horror de esta forma de muerte, fría, calculada, preparada y anunciada? Esto nada tiene que ver con pleitos de familias o diferencias políticas. No es una ``guerra civil'', en el sentido histórico del término. No es una ``guerra entre hermanos''. Chenalhó es un escenario, un laboratorio, una puesta en práctica. De manual.

Por si alguien se pregunta ¿quiénes fueron?, esta noche se supo que uno de los heridos internados en San Cristóbal, fue identificado como miembro del grupo paramilitar. Está siendo vigilado por la seguridad estatal, por cierto.

De muchos otros paramilitares, los sobrevivientes conocen sus nombres. Son ``muchachos'' que conocen. ``Que se hicieron malos'', dice Juan, tan abatido como todos los de Acteal, de Chimix y de Polhó. Pero además, muy indignado. Y dice los nombres de un Javier y un Felipe y un José y un Moisés que conoce. Son de Acteal, de La Esperanza, de Puebla, y los vio venir para matar. Los vio matando por todas partes.

``Huele a caxlán''

Después de reconstruir la ruta de la huída, Pablo y su compañero nos llevan a recorrer las casas de otro barrio de Acteal. Su compañero, Javier, llega a su casa, ve un alambre mal puesto donde él dejó ayer un candado. Javier es de Acteal, de las bases de apoyo zapatistas, dice.

``¡Mi grabadora!'', exclama al detectar su ausencia en la casa saqueada. A partir de ahí, cada casa que visitamos está igualmente saqueada, destruida.

``Estos no fueron los paramilitares. Ellos hubieran quemado. Estos fueron los policías'', asegura Javier. Poco después encontrará tirado en el dormitorio un sombrero de policía. Lo recoge, se lo lleva a la nariz con sorprendente instinto, y dice:

``Huele a caxlán''.

Empiezan a llegar, de uno en uno, hombres jóvenes, de la comunidad de Acteal, a recolectar el café que dejaron secando, los costales, los pollos que no les mataron.

Pululan perros sin dueño, gamebandos, que se nos pegan para tener compañía.

Al atardecer, el Ejército federal desplazó cientos de efectivos a Chenalhó. En vehículos militares y civiles, batallones fuertemente armados subieron a Los Altos.

Como había explicado el jefe policiaco que no se identificó, la policía actúa donde hay población. En la montaña y los lugares deshabitados, la jurisdicción es del Ejército federal.

Mientras, en Polhó informan que se oyen disparos en Puebla, Los Chorros y Tzajalcúm, de donde son los paramilitares. Y que hay la amenaza de nuevos ataques a otros campamentos de refugiados.

Así cae la noche más triste de San Pedro Chenalhó. Acteal es hoy la boca del abismo.