La Jornada viernes 26 de diciembre de 1997

Adolfo Gilly
Un crimen de Estado

Un peligro muy grande se cierne sobre México; el gobierno federal está en manos de fundamentalistas. Y, para agravar la situación, ese poder está cada vez más fragmentado en una guerra de bandas priístas que no conoce treguas ni reconoce reglas establecidas; último ejemplo, el secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios, de cuyo carácter político es difícil dudar mientras no se demuestre lo contrario.

La masacre de Acteal es testimonio de ese fundamentalismo en acción. Tan cuidadosa y públicamente preparada como ampliamente denunciada de antemano en todos los tonos y desde todas las tribunas, la matanza fue ejecutada a sangre fría y bajo la cobertura de las autoridades locales. Ahora bien, esas autoridades dependen del gobierno federal, porque nadie eligió a Julio César Ruiz Ferro para gobernar Chiapas, sino el gobierno federal que allí lo puso.

La fecha fue escogida, como es obvio para todos, en las épocas en que se cometen los crímenes de Estado fríamente preparados: las fiestas navideñas, las vacaciones. Así las dos guerras mundiales (1914 y 1939) estallaron en el verano europeo y un día de agosto de 1961 vimos alzarse el muro de Berlín.

Tal vez los organizadores de la matanza no esperaban tan violenta y rápida reacción mundial. La ha recibido con irritación y desconcierto. Así parece indicarlo la defensiva y poco racional respuesta del canciller Gurría.

Sin embargo, la línea precisa para lo que sigue también viene de afuera. Y no de Washington, donde ponen distancia con este aliado incómodo en año de elecciones, sino del representante de uno de los grandes fundamentalismos de esta época, el Vaticano de Juan Pablo II, donde no hay elecciones ni ciudadanos a quienes rendir cuentas.

En una misa a la cual ni los presos concurrieron, el 24 de diciembre en un reclusorio de esta ciudad, Justo Mullor, nuncio apostólico, fijó la línea para el gobierno mexicano:

``El desarme es necesario porque no hay necesidad alguna para que grupos armados --ni de derecha, ni de izquierda, ni de centro-- estén armados''.

Dejemos de lado la ignorancia de la gramática --de cualquier gramática-- que esta declaración exhibe. Lo que el embajador del Vaticano quiso decir al gobierno es muy claro: hay que desarmar al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Justo Mullor dio la luz verde (la bendición, digamos) para lanzar al Ejército contra los zapatistas.

Dos fundamentalistas, Ignacio Burgoa y Justo Mullor, se ostentan como consejeros jurídico y espiritual del gobierno federal en esta crisis sangrienta.

Desde todos los lugares de la sociedad, desde todas las posiciones, asociaciones, partidos o instituciones, hay que alzar una barrera civil contra el fundamentalismo en el poder. La situación es muy grave. Si este curso siguiera adelante, 1998 podría hacer palidecer a 1968.