La Jornada viernes 26 de diciembre de 1997

Arnoldo Kraus
Chiapas: ¿somos un país pacifista?

Desplazados y heridos es el título que se dio a la fotografía de Carlos Cisneros en la edición de La Jornada del 20 de diciembre. La imagen tiene la triste virtud de resumir la situación de los desplazados en Chiapas y, de recordarnos, que es muy poco lo caminado desde el inicio del movimiento zapatista. Intento poner en letras los tiempos e historias encarnados en la fotografía, y con ello, prolongar la denuncia que dentro y fuera de nuestras fronteras se ha hecho contra el gobierno mexicano por la amnesia e indolencia hacia los indios del estado sureño.

En el primer plano se observa solo, aislado, sentado en una endeble silla de madera a un viejo de aproximadamente 75 años. Los párpados edematizados y los ojos cerrados impiden leer, a través de su mirada, ``algo más'' acerca de su estado anímico, aunque las manos cruzadas y la cabeza gacha permiten inferir resignación y ausencia de fuerzas. Los miembros inferiores descubiertos y los pies descalzos, apoyados sobre la tierra, evidencian una masa muscular enjuta, quizá más por desnutrición que por edad. Su vestimenta es muy escasa, y me atrevo a pensar que fue sentado porque le era imposible sostenerse en pie. En sus arrugas y en la posición encorvada del cuerpo, sin sustento, casi sin aire, sin ver a la cámara, sin poder observar de frente, se adivinan las infinitas caras de la desesperanza. No hablo de depresión pues ésta es una enfermedad inventada en Occidente, pero sí de la pérdida de la fe, de la ausencia de futuro, del olvido ancestral. ¿Desde cuándo este viejo habrá asumido la postura de la derrota?

El segundo plano de la fotografía retrata los rostros de cuatro mujeres: la mayor de ellas, quien aún es joven, carga, acorde con la usanza sureña, un bebé. Las tres que voltean a la cámara poseen la misma expresión triste: aquélla que refleja abandono crónico, aquélla cuya vista perdida es costumbre en buena parte de los campesinos mexicanos. De hecho, queda la impresión que la lente captó en un solo disparo, la vida previa: desamparo, miseria y descobijo emparentan las miradas. Por detrás del viejo, emerge el último grupo: todas son mujeres, algunas ven al fotógrafo con actitudes distantes, indefensas, adustas, sin sonrisa. Las que no voltean cargan pequeños bultos --¿sus pertenencias de toda la vida?-- mientras que otras se conforman tan sólo con estar...

Predominan en la fotografía la tierra seca y salvo el viejo, impresiona la ausencia de hombres. No hay gestos, no existen guiños, ni de esperanza ni de reto: no hay siquiera enojo. Rasgo común de esas miradas son la miseria y quizá la aceptación de un destino injusto, inmodificable. En sus caras, el tiempo parece haberse detenido y las imágenes de las mujeres dejan entrever que, a pesar de todo, ``algo se espera''. En cambio, la tez resignada del viejo ya no espera nada; tantos años de abandono y castigo han sido suficientes para saber que es inútil aguardar.

Han pasado cuatro años desde el inicio del movimiento zapatista y uno desde que se estancaron los diálogos entre el Ejecutivo federal, la Comisión de Concordia y Pacificación y el EZLN. Este retraso ha exacerbado, hasta lo indecible, la violencia y la miseria. Los rostros del cuadro descrito y de otros incontables documentos no pueden esconderse. Al gobierno no le gusta hablar de escepticismo. En cambio, a mí, como ya lo he dicho, me parece fundamental creer sólo en lo que se ve y se palpa. Chiapas es una realidad nacional de la cual no podemos sustraernos. Esta y otra fotografía nos representan mejor en el extranjero que los datos de vacunación, de construcción de viviendas y de alfabetización proporcionados por el gobierno de Chiapas. ¿A quién se pretende engañar? No ha habido ninguna manifestación en Roma, París, Canadá u otros países en favor de la bohonomía del priísmo chiapaneco, pero sí en aras del movimiento zapatista. No hay duda: son más reales los indios paupérrimos de Chenalhó que los discursos altisonantes que pretenden inscribirnos en el Primer Mundo.

La zozobra que ahora envuelve a Chiapas ha convertido a los indios desplazados en refugiados dentro de su propio territorio, en exiliados en lo que pensaron fue su casa. ¿Quién, desde el gobierno, puede contradecir este penoso fenómeno? Siempre nos ha gustado presentarnos como un país amante de la paz y pacifista. Lo acaecido en el estado sureño contradice tal noción.