La Jornada domingo 28 de diciembre de 1997

Cristina Barros
Somos indios(Primera parte)

Primero un dolor tan profundo, después la impotencia y finalmente la necesidad de hacer algo para que nuestro país no se despeñe. Cómo ha podido ocurrir esto que tiene que ver con cada uno de nosotros, puesto que los hombres, las mujeres, los niños nacidos y por nacer que fueron asesinados son parte de este cuerpo que es México. Cuando una parte del todo ha sido lesionada, el todo no puede seguir adelante sin más.

Urge analizar los hechos en sus rincones más profundos y buscar entre todos a los culpables concretos materiales e intelectuales, pero sobre todo las raíces sociales que hacen posible que esto haya ocurrido.

Quizá uno de los aspectos más importantes es encarar de una vez por todas el profundo racismo que existe en nuestro país. Es un hecho que aun en la célula más pequeña, que es la familia, se da la discriminación. Muchos de nosotros hemos sido testigos de la predilección de una madre o de un padre por sus hijos ``güeritos'' y del daño irremediable que se les ha hecho a los morenos o no tan blancos de la familia.

Y aquí hay que hablar de la Conquista, aunque hayan pasado 500 años. Preguntaba un extranjero en 1992 por qué en México se hablaba tanto de este hecho aparentemente lejano. Los franceses, por ejemplo, no repasan la dominación goda ni la romana. Alguien respondió con acierto que la diferencia estaba en que en México la herida de la conquista existe, porque las circunstancias de entonces son un hecho actual.

Los encomenderos españoles desaparecieron con la Independencia, pero es cada vez más claro que las leyes impuestas por quienes finalmente quedaron en el poder, criollos sobre todo, pero también mestizos, provocaron una segunda conquista, a juzgar por los interminables levantamientos de indios en todas partes del país durante el siglo XIX. En todos los casos esas leyes o sus ejecutores actuaban contra los indios, que vieron perder así su patrimonio. Los dueños de la tierra se convirtieron en los peones acasillados que intentaría reivindicar la Revolución de 1910.

Sobrevive el sistema de encomiendas, aunque hoy estén en manos de mexicanos y no de extranjeros; el maltrato y el desprecio a los indios es un hecho cotidiano y parece que dejaron descendencia aquellos indios que se convirtieron en súbditos de los españoles por el privilegio de montar como ellos, a caballo, como si el terrible temor a la muerte y al maltrato los convirtiera en renegados y muchas veces en opresores de su propia gente. Ser indio ha significado una y otra vez, a lo largo de la historia, ser perdedor, de ahí que los criollos pusieran una distancia cada vez mayor y buscaran en Europa la solución. La manera de ``resolver'' el ``problema de los indios'' fue intentar ``incorporarlos a la modernidad'', lo que significa realmente borrar su ser, desindianizarlos, hacerlos ajenos de sí mismos.

Los llamados mestizos también quisieron poner distancia reafirmando su identidad mestiza, para no parecerse a los indios. Pero de qué mestizaje hablamos en un país en el que la proporción de indios y europeos fue de uno al millón. Para no hablar de los genes no biológicos sino sociales que nos hacen ser indios en nuestras actitudes, en la forma en que nos alimentamos y en la que concebimos el mundo.

Durante 500 años los mexicanos hemos perdido una enorme energía creativa luchando desesperadamente por ser lo que no somos.

La gravedad de los hechos de Chiapas, además de la brutalidad de los asesinatos, radica en que los actores materiales son también indios. Los ``mestizos'', caciques de hoy, encomenderos de ayer, les hicieron creer a sus espíritus frágiles que se harían poderosos como ellos si llevaban un arma, si traían unos cientos de pesos en la bolsa y si mataban a sus hermanos. Los convirtieron así en asesinos de ellos mismos. Matando a aquellos hermanos y hermanas suyas, creyeron matar en sí su ser indio y, de esta manera, en su sicopatía pensaron tal vez que se salva-rían para siempre de la pobreza, del sometimiento y recuperarían su orgullo roto. Quienes los convencieron son de una maldad que aterra, porque conocen las debilidades de estos hombres y las utilizan en su beneficio.

Una anécdota. En unas instalaciones militares, un grupo de soldados rasos de evidente origen campesino y que hablaban en lengua indígena construían una barda, severamente vigilados por un sargento cuyo origen también campesino e indígena era evidente, aunque él ya hablaba español y era su ``superior'' en grado. Uno de los soldados cayó de pronto de cabeza desde la parte más alta de la construcción. Su muerte fue instantánea. Los testigos de la escena miraban con horror y compasión cómo se desangraba. El sargento, que sorprendió sus miradas, les dijo para tranquilizarlos: ``No se preocupen, `güeritos', tenemos cientos más como ese''.

Y esto ocurre en México 500 años después de la Conquista.