Carlos Bonfil
Encuentro con el Lobo

Desde la secuencia de los créditos, una animación tipo underground, con una Caperucita Roja desenfadada y libidinosa, queda manifiesto el tono paródico, provocador, del primer largometraje de Matthew Bright, Encuentro con el lobo (Freeway). La historia propuesta es la de una adolescente de 16 años, Vanessa Lutz (Reese Witherspoon) y su excesiva vida doméstica, con el padrastro que intenta abusar de ella sin mucha resistencia de su parte, y la madre (estupenda Amanda Plummer) que ofrece sexo oral a los automovilistas que pasan cerca de su casa, por dinero, o más probablemente por hartazgo. A este cuadro familiar en un rincón de la suburbia californiana, lo completa la intervención rutinaria de la policía, los ``cerdos'' (como en caricatura de Robert Crumb), responsables de la separación de los seres queridos, que arrestarán al padrastro junkie y a su mujer ninfómana... La solitaria Vanessa se topará, para colmo de desventuras, con un asesino serial que en las carreteras viola y destaza a las adolescentes incautas.

Esta curiosa reelaboración del cuento de Caperucita Roja, del francés Charles Perrault, escrito hace tres siglos, precisamente en 1697, es pretexto para una comedia negra, excesiva, en más de un momento absurda, que remite a las radiografías familiares de John Waters (Polyester; Mamá es una asesina -Serial Mom) al tiempo que evoca, paródicamente, a las adolescentes inadaptadas en el cine hollywoodense (Jodie Foster en Taxi Driver). Hay secuencias muy logradas: el trayecto en auto durante el cual Vanessa descubre paulatinamente que el sicólogo Bob Wolverton (Kriefer Sutherland) es el famoso asesino de la carretera (un papel similaral de Rutger Hauer en The Hitcher, Harmon, 86), o el interrogatorio al que someten a Vanessa dos policías fuera de serie, totalmente fársicos (los detectives Breer y Wallace).

Brooke Shields hace apariciones breves y muy afortunadas como esposa del asesino, con toda su candidez y estupor ante la revelación de los gustos del matón paidófilo. Pero tal vez los mejores momentos del talento paródico de Matthew Bright sean las escenas en la cárcel donde se recluye temporalmente a Vanessa: su encuentro con la compañera lesbiana que intenta seducirla torpemente; su pelea grotesca con la lideresa de un grupo de asesinas, y sobre todo, su relación con el personaje almibarado y obsequioso de la celadora mayor -la dulzura materna en un cuarto y torturas. Otro momento fársico es el enfrentamiento de Vanessa con el fiscal, la juez y el propio asesino reducido a la condición de guiñapo humano (el rostro desfigurado, la cabeza atrapada en una grotesca prótesis metálica), su burla a las convenciones, su reiterado desprecio por los ``cerdos'' guardianes del orden moral, y sobre todo su absoluto desentendimiento con cualquier noción de culpa. Al supuesto carácter subversivo de la propuesta lo matiza mucho la convicción que tiene el el emperador de la monstruosidad del criminal y de la inocencia de la protagonista (la defensa propia es la justificación suprema de los excesos de Vanessa, que termina siendo, pese a todo, humorístico).

Un elemento sobresaliente es la pista sonora del compositor Danny Elfman (Batman, de Tim Burton; Darkman, de Sam Raimi), alejada de las exigencias de una superproducción, con una capacidad mayor de juego e inventiva en su constante refuerzo del tono paródico de Matthew Bright. Encuentro con el lobo es una mirada irreverente y traviesa a los clichés de la delincuencia juvenil en el cine y, sobre todo, a los ``valores familiares'' que son obsesivamente la sustancia de las comedias sentimentales en Hollywood. Matthew Bright, también guionista de la cinta favorece el punto de vista de la protagonista, su intransigencia y su lenguaje soez. Y en este lenguaje o hay lugar para discursos sociales sobre la violencia intrafamiliar y la desintegración de las tradiciones domésticas. Prevalece únicamente un estilo humorístico corrosivo, que exhibe limitaciones inocultables: la obviedad y una reiteración innecesaria. Bright alcanza sin embargo su objetivo: como en el cine de John Waters, el mal gusto sigue siendo aquí la manera más eficaz de describir los gustos de las mayorías.