Néstor de Buen
Tiempos de ira
Parecería que la estrategia gubernamental en toda la dramática cuestión de Chiapas es no resolver nada, como si el tiempo fuera el curandero de los problemas políticos. Los Acuerdos de San Andrés, de los que ahora por lo visto se vuelven a acordar porque la memoria se recupera ante el drama infinito, ni se respetaron ni parece que se respetarán. Todo se reduce a un aplazamiento, a un: nos encontraremos con la Cocopa el mes entrante; a un: volveremos al diálogo, ya hablaremos...
Antes el silencio fue la respuesta. Recuerdo mi experiencia cuando acudí en San Cristóbal de las Casas a un encuentro con los representantes de la Secretaría de Gobernación, hace más o menos dos años, para hablar del Estado de derecho y de las formas de la justicia, en mi calidad de asesor del EZLN, y que no tuve otra respuesta que el silencio. Los representantes del gobierno no tenían nada que decir. Y lo más probable es que realmente no tuvieran nada que decir. Sólo hablamos los asesores del EZLN y los muy distinguidos integrantes, entonces, de la Cocopa. Y, por supuesto, los carismáticos representantes del EZLN.
Claro está que su actual silencio es sólo en las palabras. Hoy se utilizan otras voces, mucho más sonoras y expresivas, las de las armas al parecer exclusivas del Ejército, como lo son también las municiones, en manos de unos individuos a los que se califica de paramilitares, quiere decir, al lado de los militares, y eso es sospechoso de todas las sospechas.
Ya no vivimos en el borde de la violencia, sino del otro lado. Lo malo es que la violencia, si no hay otro remedio, se encontrará también con otra violencia. A veces física, y eso puede ser la guerra civil. A veces cívica, y esa es la protesta encendida de la sociedad civil ante la violación flagrante de todos los derechos humanos, sobre todo el derecho a la vida, por parte de quienes --cabe pensar-- actúan amparados por la certeza de la impunidad. Como en Aguas Blancas. Y antes en Tlatelolco.
Pero también hay otra violencia que puede afectar y ya afecta muy seriamente a nuestras relaciones económicas internacionales. Le hacemos la corte a la Unión Europea, pero ya no nos conformamos con el fracaso estrepitoso de la gira presidencial, sino que ahora, ante las encendidas protestas de nuestros posibles socios que nos exigen esclarecer la matanza, lo único que se nos ocurre, en mala hora, es invocar la sacrosanta soberanía frente a gobiernos extranjeros u organismos internacionales que se atreven a darnos órdenes. ¡Qué mala memoria tiene el señor secretario de Relaciones Exteriores, quien olvida que nuestro desgraciado mundo económico no es más que el resultado de las instrucciones imperativas de los bancos internacionales, y en particular del nunca olvidado Fondo Monetario Internacional!
Mal, muy mal están las cosas. No resolver los problemas, aplazarlos sin fecha fija, pensar que el tiempo, las violencias agazapadas, las organizaciones paramilitares que dice Jorge Madrazo son claramente priístas, constituyen la solución, es concebir una precaria forma de hacer política. Es, en otra medida, una nueva caída del sistema, como aquella que propició el enorme fraude de 1988.
Ahora, como antes en Aguas Blancas y mucho antes en Tlatelolco, aparecerán culpables menores. Vivimos bajo el signo de la impunidad. Y esa palabra es, en nuestro medio, sinónimo de complicidad.
Sólo admitirá México una solución: el castigo ejemplar, no importando los niveles a los que haya que llegar.