El artefacto explosivo que desconocidos hicieron detonar en la iglesia de La Merced, en La Habana vieja, era poco más que un petardo y, en realidad, no buscaba causar daños materiales ni víctimas, sino demostrar que el Papa, que llegará a Cuba dentro de tres semanas, podría no gozar de plena seguridad y no ser invulnerable.
El estallido, por consiguiente, tenía un fin doblemente intimidatorio. Quienes lo colocaron buscan crear problemas y tensiones entre la Iglesia católica, sobre todo la cubana, responsable directa de la seguridad del Pontífice ante el Vaticano, y los organismos estatales y policiales que deben verificar que no exista ningún peligro para el visitante. En segundo lugar, el petardo forma parte de la serie de presiones de todo tipo que intentan impedir el arribo a Cuba de miles de fieles provenientes de Estados Unidos y, así, frenar una importante lluvia de dólares que podría aliviar un poco la situación de los cubanos. En este contexto, cabe recordar que el arzobispado de Miami tuvo que anular el flete de un buque especial, a pesar de haber vendido ya la totalidad de los pasajes, pues no pudo soportar la presión de los medios más extremistas de la comunidad cubana de esa ciudad. Instaurar un clima de temor y obligar a las autoridades de la isla a reforzar al extremo las medidas de control policial forman parte de la guerra sicológica que los anticastristas combinan con otras medidas más radicales. Para esos sectores, dado que no pueden evitar el viaje de Juan Pablo II, quitarle resonancia a la visita papal, impedir que ésta pueda ser aprovechada políticamente por el gobierno y presentar a Cuba como un país inseguro y militarizado, son estrategias que forman parte de su arsenal político.
Es indudable que el viaje del Papa a Cuba debilita el largo y lacerante bloqueo estadunidense y tiene un efecto de arrastre, ya que estimula a inversionistas, comerciantes y gobiernos de todo el mundo a darle a Cuba un trato normal, y desarticula muchas de las bases políticas y sicológicas del bloqueo, tanto en la isla como en otros continentes y en Estados Unidos mismo, por lo menos en el seno de la vasta comunidad católica de ese país.
Además, la decisión del gobierno cubano de permitir la llegada del Pontífice ayudará a mejorar sus relaciones con la jerarquía católica local y podría permitir una discusión menos tensa entre ambos. Esto puede resultar particularmente importante si se tiene en cuenta que la Iglesia católica nunca tuvo en la isla el mismo peso que en el resto de América Latina pero que ahora, con el respaldo del probable éxito de la visita del Papa, podría adquirir un importante papel político como eje de una oposición que busca espacios legales en un país donde nadie, con excepción de Fidel Castro, ha movilizado multitudes en los últimos 40 años.
Dificultar el viaje papal y, si es posible, acortarlo, son por lo tanto, objetivos de quienes quieren evitar que el gobierno cubano pueda ganar tiempo, obtener aperturas, flexibilizarse y lograr algunas ventajas económicas, diplomáticas y políticas del viaje más largamente preparado y discutido de todo el pontificado de Karol Woytila.
La comunidad internacional, que defiende la autodeterminación de los pueblos y desea la distensión y la paz, no debe caer en la trampa de este terrorismo sicológico y debe exigir, en cambio, que la visita del máximo jerarca católico se realice sin incidentes y sea beneficiosa para el pueblo cubano.