Jesús Ramírez Cuevas
No hay asunto de importancia estatal o regional, incluidas las
inversiones en obras sociales, que no se discuta en el Consejo Estatal
de Seguridad, con ramificaciones en todos los lugares de Chiapas. Es
poco creíble que este consejo, donde participan representantes de
dependencias estatales y federales, sin faltar el Cisen e inteligencia
militar, desconociera lo que sucedía en Acteal el 22 de diciembre. Tal
consejo lo preside Jorge Enrique Hernández Aguilar, ex procurador,
presencia constante en todos los lugares donde en los últimos años se
ha desatado la violencia. xEste funcionario cuenta con el apoyo de
Antonio Pérez Hernández, cacique de Chenalhó y a la sazón titular de
la Secretaría de Atención a los Pueblos Indígenas de Chiapas.
La masacre de Acteal no es un hecho producido por la disputa
del poder político entre indígenas. Tampoco es un conflicto
intercomunitario derivado de ``la naturaleza violenta'' de los
indígenas. Este crimen es una de las consecuencias de una política y
de una estrategia bien pensada y planeada desde esferas del sistema
que han promovido la proliferación de grupos paramilitares, para
combatir la terca rebeldía de los indígenas zapatistas y de otros
movimientos de oposición.
Aunque los gobiernos estatal y federal se niegan a reconocer
la existencia de una guerra de baja intensidad en Chiapas, se tienen
evidencias de que hay una política deliberada, a través de
instituciones públicas y de mecanismos irregulares, para minar por la
fuerza cualquier oposición a sus planes. ``Quienes van perdiendo el
poder no resisten la tentación de sustituirlo por la violencia'', ha
escrito Hanna Arendt en su libro Sobre la violencia.
``La violencia surge cuando el poder pierde autoridad'', añade
la lúcida pensadora que criticó en todo momento el autoritarismo de
este siglo. ``La eficacia del terror depende de la atomización
social''; para lograr sus objetivos, el poder de la violencia necesita
``desaparecer toda oposición organizada''. Para restablecer su
autoridad, crea un estado policial que, cuando escapa del control,
``devora a sus propios hijos''.
Esta reflexión viene a cuento porque el gobierno mexicano,
ante los cuestionamientos sobre su responsabilidad (por omisión o
comisión) en los hechos de Acteal, ha echado a andar su política de
comunicación social para que aceptemos que la matanza es sólo el
resultado de viejos problemas de varias familias de indios.
Crimen anunciado
Aunque se declare que no hay grupos paramilitares del PRI en Chiapas,
es obvio que existe una estrategia contrainsurgente al estilo
centroamericano en esta entidad. La acción de escuadrones de la muerte
es parte de ella.
La matanza de 45 personas en Chenalhó fue un crimen anunciado
por los medios de comunicación y los organismos de derechos
humanos. Fue un crimen aceptado de antemano por las autoridades, en la
medida que no hicieron nada por evitarlo. Ejemplos de cómo, desde
esferas del poder, se promueve la criminalidad para intimidar a la
sociedad, hay muchos. Pero la guerra civil inducida en las comunidades
indígenas, que ha sido denunciada por organismos de derechos humanos
nacionales e internacionales, se hizo inocultable con la matanza de
Acteal.
Los grupos paramilitares como el que actúa en Chenalhó, son
promovidos y protegidos por personajes ligados al priísmo local, a
legisladores y presidentes municipales, y cuentan con el apoyo del
gobierno estatal y del Ejército Mexicano. Están integrados
mayoritariamente por indígenas y campesinos, pero también participan
en ellos militares, policías e incluso mercenarios.
Los planes gubernamentales para ``atender'' los problemas en
Chiapas surgen de los cuerpos de inteligencia. El diseño de esta
estrategia contrainsurgente se hace con la intervención del Centro de
Investigaciones y Seguridad Nacional (Cisen) y por inteligencia
militar (el Ejército, se dice en Chiapas, es el verdadero gobierno en
el estado).
El punto de encuentro de las diversas esferas de gobierno en
Chiapas es el llamado Consejo Estatal de Seguridad Pública, que
coordina Jorge Enrique Hernández Aguilar, célebre porque está
involucrado en la mayoría de los episodios violentos que se han
registrado en Chiapas en los últimos tres años: lo mismo en
Chicomuselo, autorizando como procurador la operación de guardias
blancas, que en Nicolás Ruiz, o en Laja Tendida, o en San Pedro
Nixtalucum, o ahora en Chenalhó.
Hernández Aguilar y Uriel Jarquín, subsecretario de Gobierno
del estado, son los encargados de limpiar las huellas de la violencia
promovida desde el poder. Son los brazos ejecutores de la estrategia
de represión y cooptación políticas en que se han convertido todas las
políticas públicas en Chiapas.
No hay asunto de importancia estatal o regional, así como el
diseño de inversiones, que no se discutan en ese Consejo Estatal de
Seguridad. Si este consejo no se enteró de lo que pasaba en Acteal el
22 de diciembre, es poco creíble, ya que cuenta con una red de
informantes que abarca todo el estado. Las instituciones de gobierno
que actúan en Chiapas no pueden llevar a cabo sus planes, ni realizar
inversiones, si no tienen la aprobación del Consejo Estatal de
Seguridad Pública, a cuyas reuniones acuden todas las dependencias del
gobierno estatal, así como las representaciones de todas las
instancias federales que operan en la entidad. Asimismo participan en
ellas un delegado del Cisen en Chiapas, un comisionado de inteligencia
militar y como representante de la secretaría general de Gobierno,
Uriel Jarquín Gálvez.
¿Quiénes son los inteligentes?
El Cisen promovió, a través del Consejo Estatal de Seguridad Pública,
la creación de Consejos de Seguridad municipales, con el pretexto de
coordinar la información sobre los problemas políticos de los
municipios y de intervenir con rapidez en casos de desastres. Sin
embargo, el papel de estos consejos es realizar tareas de inteligencia
y coordinar el apoyo a los grupos priístas, civiles y armados.
El enfoque de la política del gobierno de Chiapas frente a los
problemas sociales, políticos, religiosos, agrarios o económicos, se
basa en una lectura encuadrada en la lógica de la
contrainsurgencia. En este contexto, la Secretaría para la Atención de
los Pueblos Indígenas (SEAPI), que dirige Antonio Pérez Hernández, y
la Suprocuraduría de Asuntos Indígenas, encabezada por David Gómez,
forman parte fundamental de la política del Consejo de Seguridad
Pública para abordar la ``atención'' de las zonas indígenas.
En los últimos meses, los cambios en el gobierno de Julio
César Ruiz Ferro han tenido que ver con esta política de
contrainsurgencia. El objetivo de la estrategia es cooptar y
desarticular a las organizaciones y movimientos sociales que se oponen
a la política oficial.
Las políticas sociales en áreas de salud, educación, vivienda,
servicios públicos, se deciden con criterios político-militares para
ayudarle al gobierno priísta a ganar la guerra del desgaste. Tal
parece que la consigna del Consejo de Seguridad Pública es ``todo para
el PRI, nada contra el PRI''. Así, el representante de la Seapi en el
Consejo de Seguridad Pública es Pedro de Meza, abogado del grupo
paramilitar Los Chinchulines, del municipio de Chilón, y brazo
político de Antonio Pérez Hernández.
En las reuniones del Consejo se habla del clima político en el
estado. El Cisen presenta informes, elabora diagnósticos y propuestas
para los distintos problemas, lo mismo sobre movilizaciones sociales y
conflictos agrarios, que sobre inversiones sociales y apoyo a
organizaciones.
Un ejemplo de los temas que trata el Consejo ha sido la
participación de la Cruz Roja Internacional en algunos lugares de la
``zona de conflicto''. Al respecto, el Consejo diseñó una política
para detener la penetración de la Cruz Roja a fin de eliminar las
críticas internacionales sobre la incapacidad del gobierno para
contrarrestar los problemas de salud en esas regiones. Así, el consejo
echó a andar una estrategia que coordinaba a todas las instituciones
públicas para hacer a un lado al organismo humanitario. Verbigracia,
si la Secretaría de Salud no puede con el paquete, la Secretaría de
Desarrollo Social, y otras instancias federales, estatales y
municipales se pliegan a sus requerimientos.
Seapi, el vehículo de la contrainsurgencia.
En el caso de la Secretaría de Atención a los Pueblos Indios (Seapi),
se dieron cambios importantes en septiembre de este año. El
intelectual indígena Jacinto Arias Pérez renunció por oponerse a esta
política de exterminio en contra de sus hermanos. El arribo de Antonio
Pérez Hernández -exdiputado federal del PRI a quien se vincula con los
grupos paramilitares de Chenalhó-, coincide con el recrudecimiento de
la violencia en contra de simpatizantes del EZLN en las comunidades
indígenas de muchas regiones y contra cualquier disidencia incluso en
el mismo PRI.
Jacinto Arias Pérez, a pesar de su oficialismo, puso énfasis
en la política cultural y en la promoción de encuentros culturales de
los pueblos indígenas de Chiapas. En lo que va de la gestión de
Antonio Pérez Hernández, se ha borrado prácticamente esta vertiente y
se ha hecho todo desde un enfoque político-ideológico para ayudar a
mantener el control del PRI sobre las comunidades.
Desde septiembre se hace más abierta y cruenta la violencia en
Chenalhó, de donde es originario Pérez Hernández. En ese mes se
producen los virulentos ataques de los paramilitares de Yaxjemel, Los
Chorros, Yibeljoj, La Esperanza, Chimix, etcétera.
También en septiembre aparece públicamente el MIRA (Movimiento
Indígena Revolucionario Antizapatista) en las regiones indígenas. El
MIRA intenta ser una especie de federación de grupos paramilitares que
actúan para mantener -aunque sea con el terror- el control político
del PRI y del gobierno estatal. Intenta contrarrestar el avance del
movimiento zapatista y de la oposición en el estado.
La Seapi es uno de los puntales de la política
contrainsurgente, a través de programas sociales y en coordinación con
dependencias federales como las secretarías de Desarrollo Social,
Salud y Educación. Un ejemplo es el programa de vivienda, a través del
cual un grupo de abogados del área jurídica de Seapi, que coordina
Pedro de Meza, se encarga de realizar diagnósticos de la situación de
las comunidades. En Chenalhó, estos abogados promovieron el programa
en las comunidades de Quextic, Poconichim, Los Chorros y otras, donde
después hubo ataques de paramilitares.
Curiosamente, este mismo programa se aplicó a principios de
año en el municipio de El Bosque, particularmente en San Pedro
Nixtalucum, poco antes de que la intervención de la policía de
Seguridad Pública produjera el asesinato de cuatro indígenas
simpatizantes del EZLN. Este operativo fue coordinado por el entonces
procurador estatal, Jorge Enrique Hernández Aguilar, actual titular
del Consejo de Seguridad Pública.
La Seapi surge con la intención de dividir y desarticular a
las organizaciones indígenas. Jacinto Arias se opuso a esta
estrategia de abortar los movimientos indígenas y a realizar tareas de
investigación política en las comunidades y, por el contrario,
promovió un plan de desarrollo para los pueblos indígenas y el debate
sobre las autonomías indias.
El gobierno del estado rechazó el proyecto y calificó esas
propuestas como zapatistas (la vara que utiliza el gobierno de Ruiz
Ferro contra cualquier disidencia). Se supo que ante las presiones,
Jacinto Arias Pérez le respondió molesto al gobernador que no haría
nada en contra de las comunidades y que por eso renunciaba.
Cuando Antonio Pérez Hernández llegó a la Seapi, dijo a sus
colaboradores: ``Está muy bonito lo que hacen -reuniones y encuentros
plurales entre organizaciones indígenas- pero la prioridad ahora es lo
político. Ustedes son técnicos y déjenme lo político a mí''.
Originalmente, la Seapi era gestora y promotora de la
participación de las organizaciones indígenas, pero el gobierno
estatal le dio un giro a favor de su política de contrainsurgencia.
En una circular dirigida a los delegados regionales, Pérez
Hernández ordenó a los delegados y subdelegados de la dependencia
rendir informes todos los días sobre los movimientos sociales, los
líderes indígenas y las tendencias que encontraban en sus regiones.
El grado de control llegó al punto de que un enviado de la
Secretaría de Gobierno asistía a los seminarios y talleres de la Seapi
para informar al Consejo de Seguridad de lo que ahí se discutía y
proponía. Las reuniones de escritores, músicos e intelectuales
indígenas o de organizaciones y comunidades, se olvidaron. En su
lugar, Pérez Hernández promovió reuniones con presidentes municipales
del PRI y de grupos priístas para coordinar acciones políticas.
El trabajo sucio de Seapi, para organizar reuniones priístas o
para abortar otras no gratas al gobierno, lo realiza Humberto Juárez,
ex presidente municipal de Jitotol, también del PRI.
Asiduos visitantes de la Seapi son el subsecretario de
Gobierno, Uriel Jarquín; el ex procurador Jorge Enrique Hernández
Aguilar; y David Gómez, encargado de la Subprocuraduría de Asuntos
Indígenas. También asisten enviados del Cisen y de inteligencia
militar, además de representantes de la Secretaría de Salud y de los
maestros, quienes proporcionan abundante información de las
comunidades.
El área jurídica de Seapi es la que más se mueve ahora. Por
ello se han dejado de lado los programas culturales y sociales a
cambio de un enfoque político de la vida indígena. Esta la encabeza
Pedro de Meza.
A partir de noviembre, cuando se agudiza el conflicto en
Chenalhó, los representantes de Cisen llegan con más frecuencia a
Seapi Ahí se reúnen con diversos personajes del municipio y de la
región de los Altos y se coordina la entrega de apoyos (cobijas,
medicinas, alimentos) que sólo han recibido las comunidades
priístas.
Entre los personajes que se acercan con más frecuencia a las
oficinas de la Seapi en San Cristóbal están Jorge Enrique Hernández
Aguilar, Uriel Jarquín, un coronel del Cisen y personajes ligados a
inteligencia militar.
Llegan también jóvenes para llevarse la ayuda gubernamental,
cuya entrega coordina el área de los abogados del Jurídico, mejor
conocidos como ``los abogados del diablo''. Igual se promueven apoyos
económicos a organizaciones indígenas (algunas vinculadas a grupos
paramilitares) que realizan acciones políticas a favor del PRI.
Desde hace dos semanas se cancelaron las reuniones abiertas
con organizaciones indígenas y sólo se promueven con priístas y
funcionarios del gobierno estatal.
Aunque el gobierno desmiente las afirmaciones que lo señalan
como responsable de la impunidad que tienen los grupos paramilitares,
es un hecho que tanto dependencias del gobierno estatal como
personajes del priísmo local son sus cómplices.
Basta ver el desplegado pagado por el gobierno estatal, el
viernes 26 de diciembre en La Jornada, en el que señalan las acciones
del gobierno de Ruiz Ferro en favor de la paz. Ahí destacan, entre
otros, dos programas: el apoyo de autoconstrucción de vivienda en
municipios mayoritariamente indígenas, así como los apoyos en materia
de justicia, en los que, curiosamente, participan tanto el área
jurídica de la Seapi como la Subprocuraduría de Atención a los Asuntos
Indígenas, ambos señalados como instrumentos de la contrainsurgencia
gubernamental.
Oscar Oliva
El poeta estuvo en una reunión entre las partes en conflicto en el
municipio de Chenalhó, unos días antes de la matanza de Acteal. Ahí,
mientras pasaban convoyes militares y de la policía estatal, recogió
las palabras de Jacinto Arias, alcalde de filiación priísta: ``No hay
que estar señalando culpables, que si nosotros los del PRI, sólo Dios
sabe todo, yo no puedo saber dónde va a haber problemas''.
Estamos en la cancha de basquetbol de Las Limas, el 16 de diciembre de
1997: el ayuntamiento de Chenalhó, encabezado por su presidente
municipal, Jacinto Arias; el concejo municipal autónomo zapatista con
cabecera en Polhó, los representantes de Las Abejas, la Conai, el
Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas; el gobierno
del estado, representado por Gustavo Moscoso; la Comisión Estatal de
Derechos Humanos, la CNDH y la Secretaría de Asuntos Indígenas de
Chiapas.
A la izquierda, por la carretera que va a Polhó, a Acteal, a
Chenalhó, es constante el paso de convoyes militares y de la policía
estatal. El ambiente es tenso, el sol comienza a quemar. Esta reunión
es la continuación del diálogo iniciado el 4 y el 11 de
diciembre. Casi al final de la reunión, el presidente municipal,
Jacinto Arias, dice: ``No hay que creer en rumores, somos hijos de
Dios, nadie es perfecto... Acordemos una comisión de verificación,
donde estemos todos nosotros, también el gobierno... Hemos difundido
los acuerdos del día 11, ya no es mi culpa si no se cumplen... No hay
que estar señalando culpables, que si nosotros los del PRI, sólo Dios
sabe todo, yo no puedo saber dónde va a haber problemas... La prensa
que informe bien, todo lo dicen al revés. Pertenecemos al
gobierno''...
Un miembro de Las Abejas toma la palabra y dice: ``En Acteal
están quemando casas''.
Luego, seis días después, la masacre.
Recuerdo al poeta Juan Gelman: ``¿Hay algún sitio del país
donde esa sangre no está corriendo ahora?