El libro más reciente del célebre escritor e ilustrador de literatura infantil Anthony Browne está dedicado a Daniel Goldin, responsable de las ediciones para niños del Fondo de Cultura Económica. Los numerosos fans de las colecciones que capitanea Goldin, interpretamos la dedicatoria no sólo como una prueba de afecto sino como un reconocimiento a una labor en un país que no se distingue por la abundancia de lectores.
Goldin pertenece a la estirpe de quienes consideran que los obstáculos son magníficos estímulos: si le entregan un trozo de desierto, decide que es el sitio ideal para un balneario. Su pasión por desobedecer las limitaciones de la vida real, lo ha llevado a poner en circulación una galaxia de aventuras espléndidamente ilustradas sin reparar en que las librerías para niños son bastante invisibles.
Convencido de que la buena oferta genera su propia demanda, ha vuelto adictos a la lectura a ciudadanos con dientes de leche que hasta hace poco estaban hipnotizados por las cruentas caricaturas japonesas. Sus cifras son un claro triunfo de marketing: cerca de 200 títulos que se venden más que el resto del todo el catálogo del Fondo.
Obviamente, lo más significativo es el triunfo cultural que supone este empeño; nos estamos convirtiendo en un país de excepción donde los niños son más cultos que los adultos, es decir, donde el futuro será una venturosa corrección del presente.
Esto sólo se podía lograr con un catálogo escogido con enorme rigor, traducciones muy cuidadas (entre las que destacan las de Laura Emilia Pacheco), ilustraciones salidas de plumas de punto extrafino como las de El Fisgón o las de Mauricio Gómez-Morín y autores nacionales de la talla de Francisco Hinojosa, autor del clásico La peor señora del mundo.
La división de libros infantiles y juveniles del Fondo ha tenido una presencia destacada en la Feria de Boloña (el Maracaná de la edición infantil), cuenta con una red de distribución latinoamericana que supera en eficacia de entrega a DHL e incluso al cártel de Medellín, y acaba de inaugurar oficinas, con librería y salón de lectura, en Miguel ¡ngel de Quevedo.
Durante la pasada Feria Internacional del Libro, celebrada en Guadalajara, el Fondo ofreció actividades en las que rara vez participan los adultos y que conviene mencionar en esta Autopista baja en colesterol. Los pasillos de la Feria eran recorridos por mujeres y hombres con camisetas rojas que llevaban en la espalda una imagen del Trucas (el magnífico monstruo verde que protagoniza el libro infantil de Juan Gedovius) y la siguiente leyenda: Ni te atrevas a leeerlos. Según sabemos, nada es tan proselitista como la prohibición y el stand del Fondo se convirtió en el paraíso donde todo mundo quería comerse la manzana.
La gente de rojo se dividía en dos categorías: promotores y cuentacuentos. Los primeros pertenecen a la rara especie de los libreros que han leído todos los libros que comparecen en sus estantes y pueden recomendar una aventura para las exigencias más variadas. Un niño con anteojos de académico precoz preguntó: ``¿hay un libro que combine el Polo Norte con el chile piquín?'' El promotor tardó tres segundos en satisfacer la solicitud.
Por su parte, los cuentacuentos reinventan las historias ante los azorados ojos de los niños y luego organizan talleres donde el público se disfraza de los personajes del cuento y dibuja mensajes para los protagonistas. La experiencia se resume en una frase: los lectores quedan, para siempre, dentro del libro.
Manuel Hinojosa es el habilidoso sonsacador editorial que convence a los autores de participar en este teatro de la infancia. Así, los niños se enteran de algo no siempre necesario (que el escritor existe) y los autores se someten a una sana terapia de kindergarten que los cura de las vanidades y los prejuicios de la edad adulta.
Si en otros tiempos, el stand del FCE era un olimpo donde las imponentes obras completas juntaban polvo, ahora se ha convertido en una alegre fábrica para patentar lectores.
El gran dibujante Anthony Browne podría haber completado su dedicatoria con una imagen de Daniel Goldin: los lentes que sirven para medir trepidantes manuscritos, los pelos flamígeros en la coronilla que actúan de antenas para captar dragones y epopeyas, y una llave en la mano con las muescas que abren el futuro.
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Borges asentó que más que teorías, la vida le había enseñado algunas ``astucias literarias''. Como casi siempre, la denominación borgiana hizo fortuna. Uranga tituló así, Astucias Literarias, uno de sus libros. No es un libro ilustre ni verdaderamente notable. Ningún escrito de Uranga logró recoger y mostrar la rapidez mental y la claridad intelectiva que ostentaba en la conversación, ésta sí, notable. Uranga pertenecía a ese pueblo vivaz y desesperado cuyo genio brilla oralmente, y se seca y depauperiza al pasar a la letra impresa. No estaba en mala companía: a lo mejor a Sócrates le pasaba lo mismo.
Como sea, es cierto que, para ir viviendo, más que teorías desarrollamos astucias, a veces tan finas, que no nos damos bien cuenta de que las estamos usando. Voy a hablar de dos de ellas, una la llamaré Astucia del Cielo y el Infierno y la otra Astucia del Jugador. Las dos pertenecen al orden turbulento de la vida práctica y son igualmente útiles y peligrosas.
La primera, parte del supuesto de que el cielo está donde no está el infierno, y consiste en suscitar infiernos para que, al hacerlos desaparecer, tengamos acceso a la experiencia deliciosa del cielo.
Se da, por ejemplo, en las adicciones. ¿Saben dónde está el nirvana blanco de la gran felicidad? En la segunda copa que bebe un alcohólico crónico para escapar de la cruda, resaca, goma o como le llamen, que hay muchos nombres para esa horrenda condición. Pero, claro, para llegar a ese cielo de perfección, hay que bajar antes al infierno desarticulante; por eso sólo quien es o ha sido adicto grueso y persistente, puede conocer la realidad particular de ese cielo de liberación y profunda dicha.
Pero la astucia practicada está al alcance de todos, sin necesidad de adicción alguna. Los infiernos abundan; basta, por ejemplo, tener un empleo de oficina de aburrimiento atroz (de esos que hacían decir a Renato Leduc ``prefiero poner un puesto de naranjas'') para suscitar el paraíso de la liberación a la hora de la salida, y los viernes.
La ley de esta forma de organización de la existencia dice que en tanto más negro y desesperado es el infierno preparatorio, más luminoso y deslumbrante será el cielo consecuente. El infierno en tono menor de las tres horas en salón de clases engendra en los niños el cielo en tono menor de la media hora del recreo. Cuando no hay clase y encierro en el salón, el recreo pierde su intensidad y prestigio, y puede volverse hasta aburrido. Volvamos a decirlo: el cielo no se especifica positivamente, cielo es cesación de dolor o malestar, se manifiesta por contraste, cielo es salir del infierno.
Y aquí se vislumbra el peligro en esta práctica de astucia sutil. El temor a persistir en lo lineal e indiferenciado, lo que no puede tener ni color ni matiz, nos hace buscar diferencias de intensidad y timbre, y para eso buscamos, creamos infiernos. Te inventas un infierno sólo para tener la dicha reiterada de escapar una y otra vez de él. Como quien provocara pleitos a gritos con su pareja para tener después las dulzuras de la reconciliación.
Por eso esta astucia, sólo débilmente percibida por su practicante, está en la raíz de muchas conductas que apresuradamente calificamon''). Katz nos informa que en general sus predicciones acerca del nacimiento de una comunidad política en línea fueron comprobadas. No obstante, se equivocaba al pensar que los cibernautas vivían aislados, eran antisociales y poco pragmáticos. La encuesta demostró que los ciudadanos digitales, no sólo son más conscientes que el resto de la gente, sino que son profundamente optimistas y están dispuestos a participar en todos los procesos democráticos. El principal acierto de Katz es que considera que estar c, pero en el sosiego de la noche se hace presente y claro. Es decir, nunca tenemos la calma y el sosiego suficientes para advertir la variedad de experiencias que hay en esa existencia recogida y regular.
No estoy abogando por una existencia ascética y monacal, me limito a señalar que somos tan inquietos que ni siquiera podemos barruntar su sentido.
¿De cuántos no podría ser epitafio este verso del desdichado Lermontov?
La redención de los nerds
En su más reciente entrega, la revista Wired (www.wired.com) publica una encuesta destinada a alegrar los corazones de sus lectores al ofrecerles evidencias de que la élite conectada no solamente está mejor informada, es más escéptica, más tolerante y más racional que las masas de no conectados, sino que además tiene un serio compromiso político con el cambio. En su artículo, ``The Digital Citizen'', Jon Katz comenta los resultados de una reciente encuesta realizada por Wired y Merrill Lynch Forum, mediante la cual trataron de probar algunas hipótesis que él mismo postuló en el ejemplar de mayo pasado de esta revista (``The Birth of a Digital Nation''). Katz nos informa que en general sus predicciones acerca del nacimiento de una comunidad política en línea fueron comprobadas. No obstante, se equivocaba al pensar que los cibernautas vivían aislados, eran antisociales y poco pragmáticos. La encuesta demostró que los ciudadanos digitales, no sólo son más conscientes que el resto de la gente, sino que son profundamente optimistas y están dispuestos a participar en todos los procesos democráticos. El principal acierto de Katz es que considera que estar contectado tiene que ver con ser parte de una comunidad y no con tener un montón de hardware.
Los sujetos postpolíticos del ciberespacio
La población fue dividida en cuatro grupos: los superconectados (usan correo electrónico mínimo tres días por semana, laptop, computadora casera, teléfono celular y beeper), los conectados (correo electrónico mínimo tres días por semana y tres de las tecnologías anteriores), los semiconectados (por lo menos una de las tecnologías pero no más de cuatro) y los desconectados. Tan sólo el 2.5% de la población estadunidense utiliza las cinco tecnologías, 6% usan cuatro y 29% siguen fuera de la línea. La revista Wired se ha vuelto uno de los medios más poderosos de la cultura digital y, como su nombre lo indica, está dirigida a esa minoría conectada y acomodada que cree fervientemente en el capitalismo, las comunicaciones y el cambio, y que considera que los hombres de negocios y las empresas son agentes de cambio más efectivos que los políticos convencionales. Katz apunta que el ciudadano digital es un ser que está más allá de la vieja dicotomía política de izquierda y derecha. Es un individuo postpolítico que no se adhiere a ningún dogma sino que ha fusionado el humanismo de los liberales con la fe en el mercado libre de los conservadores, al tiempo en que ``rechazan el dogma intervencionista de la izquierda y la ideología intolerante de la derecha''.
Homogéneos, demócratas y mansos
Katz comenta que los ciudadanos digitales son quizá la comunidad más abierta que ha existido: desconoce prejuicios y tabúes, y las diferencias de raza, origen nacional, preferencias sexuales, incapacidades, religiones y deformidades carecen de importancia. Pero también escribe que estos ciberciudadanos son: 87% blancos, 5% negros y 4% hispanos; 58% viven en los suburbios, 52% son hombres; más de la mitad tienen carreras universitarias y la enorme mayoría gana más de 30 mil dólares anuales. Es muy fácil ser tolerante en un medio de bienestar homogéno (sin pobres) y donde cualquier inconveniencia o fricción puede solucionarse apagando la computadora. La demografía de la cibernación refleja sospechosamente al ideal anglosajón, donde las minorías no alcanzan el 10% y no existen las mezclas raciales; asimismo, es una materialización de la fantasía fascistoide de que los blancos son más civilizados que el resto de los humanos. Esta élite cibernética es un peligro para la clase política ya que no cree en la demagogia; no obstante, Katz añade ``estoy convencido de que Estados Unidos no tiene nada que temer de los ciudadanos digitales --quienes son profundamente democráticos y relativamente prósperos, y por lo tanto, más propensos a trabajar dentro del sistema que a tratar de derrocarlo''.
Promocionando una utopía
Cualquiera que haya estudiado o trabajado con estadísticas sabe perfectamente que a menudo, cuando el modelo no representa correctamente a la realidad, es más fácil adaptar la realidad al modelo que buscar un mejor modelo. Puede ser que el estudio de Wired y Merril Lynch Forum sea absolutamente honesto, pero supongamos que la revista Canófilo hace un estudio y descubre que los propietarios de gatos son mucho más simpáticos, limpios, brillantes y democráticos que los dueños de perros. ¿Usted cree que la revista publicaría esos resultados, a riesgo de ofender a sus lectores? Cualquiera que haya pasado horas en foros de chat, que haya participado en ciberdiscusiones, que navegue las muchas páginas geniales del web o que esté en listas de correo especializadas, sabe que la república digital es interesante, versátil e impredecible, y está poblada por individuos brillantes, curiosos y escépticos. Pero de ahí a afirmar que los conectados ``valoran mucho más la libertad de pensamiento que los no conectados'' o bien que ``entre menos conectada, la gente es más ignorante y está más enajenada en materia de política'', hay una gran diferencia y se trata de una generalización idiota o de simple propaganda.
PD. Pido disculpas a quienes me escribieron al correo electrónico en fecha reciente y no han recibido mi respuesta. Tengo problemas con mi servicio.
Naief Yehya
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