Elba Esther Gordillo
El aprendizaje democrático

Las grandes transformaciones de una sociedad, aquéllas que implican un verdadero salto cualitativo respecto a la experiencia histórica de un pueblo, no surgen de la noche a la mañana. Su tiempo de consolidación es largo, tanto como el peso de los obstáculos que debe remontar y la capacidad de las fuerzas políticas para cristalizar en nuevas reglas la esperanza ciudadana.

En los últimos años, los mexicanos hemos visto las dos caras de la moneda. Lo mismo en la política partidista que en la actividad social, en la administración púbica o al ejercer el derecho al voto, todos hemos sido testigos y protagonistas de la mutación de las instituciones republicanas. Un proceso de avances clarísimos, pero también de prueba y error que obliga a rectificaciones. Una transición, como todas, que progresa con facilidad en zonas amplias y registra empantanamientos en algunos reductos del convencionalismo político, económico y social.

Se trata, no hay duda, de la lenta y laboriosa construcción de una cultura democrática. Del aprendizaje colectivo, multitudinario, de nuevas pautas para la convivencia a partir de nociones fundamentales como la tolerancia, el pluralismo, el respeto a las diferencias y la transparencia en el ejercicio de la función pública. Asimismo, de una nueva ética que modifique sustancialmente todas las esferas de la vida nacional; de la plaza pública al ámbito familiar, de la relación entre hombres y mujeres al mundo del trabajo, del universo cultural al territorio expansivo de los medios de comunicación.

En algunos momentos de la confrontación política y el conflicto social, muchos de estos valores parecían estar ausentes. La diversidad de voces, discursos, proyectos y alternativas da la apariencia de caos, así como la velocidad de los cambios produce vértigo. No obstante, son síntomas del nuevo tiempo que hemos sabido controlar, someter a los dictados del reclamo democrático, aun en aquellos casos donde el enfrentamiento presagiaba rupturas.

Lo importante, en cualquier caso, es la experiencia acumulada en un lapso relativamente breve pero sumamente intenso, que ha exigido de los actores disposición al diálogo, sensibilidad social e inteligencia política.

Toda esta compleja combinación de riesgos y posibilidades de consenso, de tensiones y acuerdos, puede verificarse en la nueva dinámica del Congreso; no sólo en la Cámara de Diputados, donde el equilibrio de las fuerzas principales obliga al juego de choque y distensión, sino incluso en el Senado con mayoría priísta. Recuperado el lugar central para el Legislativo, la discusión de los asuntos públicos adquiere un tono republicano y la aspiración democrática concreta procedimientos, reglas y conductas mucho más sólidas.

Es verdad que la desmesura, el interés de grupo, el protagonismo y el ánimo revanchista siguen permeando franjas importantes de nuestra vida pública. Es cierto que la inexperiencia y la debilidad programática de algunas organizaciones convierten, con demasiada frecuencia, a los nuevos legisladores y funcionarios en auténticos aprendices de brujo. Pero creo, sin embargo, que el balance es positivo: la renovación democrática marcha, el clima de pluralidad es irreversible, la fortaleza de la sociedad es suficiente como para aguantar y superar los ``inconvenientes'' del aprendizaje.

Esto no quiere decir, por supuesto, que podamos abandonarnos a la inercia. Al contrario, los meses y los años que vienen pondrán a prueba la consistencia de nuestros avances. Tendremos que fincar sobre nuevas razones el vínculo de cooperación e independencia de los poderes de la Unión. Debemos perfilar con mayor claridad los contenidos de un nuevo federalismo y encontrar las vías para consolidar una política económica de Estado que garantice crecimiento sostenido y eficaz combate a la pobreza. Estamos obligados, en fin, a sustentar el nuevo escenario en una cultura de respeto a la ley que dé certidumbre al esfuerzo social.

Los partidos políticos, como vehículos e instrumentos de una ciudadanía crítica, deberán responder a las expectativas despertadas. En algunos casos, actualizando estructuras, concepciones y propuestas. En otros, fortaleciendo su carácter institucional y afinando proyectos diseñados para condiciones distintas a las actuales. En todos los casos, la sociedad estará muy atenta a la capacidad de innovación política y a la veracidad del compromiso democrático.

Como puede verse, la agenda es larga y la responsabilidad enorme. Un desafío a la altura del país que en escasos tres años ha podido transformar el desánimo y la emergencia en esperanza de modernización democrática.

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