Carlos Tello
Chiapas... México
Cuarentaicinco niños, mujeres y hombres tzotziles fueron salvajemente asesinados la semana pasada en Acteal, Chiapas.
Las bandas armadas que llevaron a cabo la matanza tienen ya mucho tiempo impunemente actuando en el norte y en los Altos de Chiapas. No es la pri-mera vez que asesinan. Lo han venido haciendo en distintos sitios desde hace muchos meses, pero con creciente intensidad a partir de que se suspendieron las pláticas entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el gobierno federal.
Estos recientes asesinatos se pudieron evitar. Se sabía que iban a suceder y no se hizo nada. No se pueden explicar estos asesinatos como el simple resultado de conflictos intercomunitarios. Mucho menos como pleitos entre familias. Tampoco son resultado de problemas de índole religioso. Conflictos y problemas religiosos, familiares e intercomunitarios siempre los ha habido en Chiapas --y en muchas otras partes del país-- y nunca han tenido los resultados de hace apenas una semana.
La actividad y las intenciones de estos grupos asesinos --que no sólo era conocida, sino auspiciada por las autoridades y las fuerzas del orden-- tiene como propósito fundamental minar la simpatía y la solidaridad que en muchas comunidades --y no sólo en el estado de Chiapas-- hay por la causa zapatista.
Pensar que con este tipo de acciones criminales y con cuantiosas sumas de dinero se pueden resolver los muy diversos y complejos problemas que hay en Chiapas es equivocarse. Por más dinero que se gasta --y Chiapas lo ejemplifica-- no se resolverán los problemas. Tampoco ignorándolos.
Ya no se debe pensar que el atraso y la pobreza se explican por la diferencia cultural. Se tiene que rebasar la idea de la integración cultural como condición para arribar a la modernidad y el progreso. Hay que reconocer que en la diversidad cultural hay un enorme potencial para el desarrollo nacional. Tenemos que avanzar en la cultura de la tolerancia.
La paz en Chiapas pasa por detener y castigar a quienes asesinaron. Más de cuarenta indígenas ya han sido detenidos. Pero eso no basta. Hay que detener y castigar a quienes mandaron asesinar. Entraña también acabar con los grupos paramilitares, con quien los entrena y con quien los manda.
Pero sobre todo la paz en Chiapas --y en la nación entera-- pasa por hacer honor a la palabra empeñada. Pasa por cumplir lo acordado en San Andrés hace ya casi dos años. Es necesario renovar nuestra Constitución. Actualizarla e incorporar los derechos, los derechos colectivos de los pueblos indígenas de México. La iniciativa de reforma constitu- cional elaborada por la Cocopa recoge y bien lo acordado en San Andrés. Hay que incorporarla a la Constitución.