La Jornada 31 de diciembre de 1997

Infecciones, desnutrición, frío y cerco policiaco-militar, el contexto de 8 mil tzotziles

Hermann Bellinghausen, enviado, Polhó, Chis., 30 de diciembre Ť Cercados por el Ejército Mexicano y las fuerzas policiacas, prácticamente presos, 8 mil tzotziles se concentran en este gran campamento súbito de refugiados, donde ya murieron de neumonía dos criaturas.

Produce fuerte impresión recorrer Polhó estos días. Aparte de las casas del pueblo que de por sí son pobres, ahora florecenen los baldíos, los patios y los barrancos los rudimentarios cobertizos de plástico que indican que algo está pasando aquí. Algo grave.

Polhó transcurre ladera abajo al pie de la carretera. El tramo asfaltado que domina el valle de Polhó está hoy ocupado por un destacamento de la 31 Zona Militar: ``La Sedena ordenó que permanezcamos aquí por tiempo indefinido hasta nueva orden'', es todo lo que informa el capitán al mando.

En Polhó se encuentran hoy refugiados 6 mil 13 bases de apoyo del EZLN y mil 700 Abejas, según informo Domingo Pérez Paciencia a los poetas Oscar Oliva y Juan Bañuelos, miembros de la Conai, a la sombra de un pequeño almacén, y les ofrece mandarinas. Mandarinas frescas, que es lo que hay para alimentar a todas estas personas, y un poco más.

Haciendo honor a su apellido, con sonriente serenidad, el presidente del Concejo Autónomo de San Pedro Chenalhó relata que esta mañana les hicieron llegar a las fuerzas de ocupación que los rodeaban un mensaje, por escrito y con el sello del municipio.

--Quisieron entrar, pero no se les permitió --dice Pérez Paciencia--. Les dijimos que no necesitamos Seguridad Pública ni Ejército, que aquí nadie los mandó llamar.

El batallón del Ejército federal dijo venir con ayuda para las comunidades, pero la ayuda que se ve estacionada en el camino consistía hoy en lo siguiente: un camión verde olivo de cinco toneladas y medio centenar de efectivos militares equipados para campaña, fuerte y ostensiblemente armados; otros tres camiones azules de igual tamaño, y un centenar de policías judiciales estatales y federales; además, un número indeterminado de agentes vestidos ``de civil'' pero todos de negro, armados en todos los casos con pistolas y cuchillos de monte, equipo de radiotransmisión y algunos otros devices de boy scout.

Este último grupo pertenece a las Fuerzas de Reacción Rápida que heredó, en 1995, el entonces secretario de gobierno, Eraclio Zepeda, quien antes usaba su imaginación para otra cosa.

Pero como dice Sextino, que ya vino a dar acá: ``No huyimos para huir, sino para resistir''. El ambiente de Polhó es combativo. En la explanada de la escuela se realizan mítines. Llega por la carretera un grupo de ciudadanos estadunidenses con una gran manta y entra, a un lado del Ejército Mexicano, enarbolando un saludo a la resistencia de Polhó.

Se les recibe festivamente, como han recibido aquí a la caravana Para todos todo, a la ayuda civil de sancristobalenses y los acopios de ropa, juguetes y alimentos que fluyen, a cuentagotas, de todo México.

La ebullición de Polhó, y ante todo la actitud determinada de sus habitantes, acaban por conseguir el retiro del cerco militar al caer la tarde.

Es tanta la gente reunida en esta pequeña Babilonia de emergencia que alcanza para grupos de cocineros, de lavanderas, de canciones revolucionarias, de parvadas de niñas en un juego alucinante entre las piernas de las adultas, en un festín de lodo.

Pero eso no es todo, en este remedo de Brueghel, en este paisaje febril y doliente.

Las primeras dos víctimas del sitio

Ana María Hernández Pérez tenía 48 días en este mundo hasta las cuatro de la mañana de anteayer. Su familia, dos veces desplazada, se había refugiado en Cacacteal desde la matanza de Acteal, y el pasado 21 emprendió camino a Polhó a las siete de la noche. A través del monte llegó a su destino a las tres de la mañana. La neumonía que mató a Ana María sólo necesitó una hora más para completar su tarea.

Pablo Arias Pérez era ya hijo del exilio. Nació hace 22 días en X'Cumumal, donde sus padres se refugiaron, huyendo de los paramilitares de Chimix. Sus padres caminaron dos días, solos, sin ropa ni comida, hasta ayer por la tarde, a Polhó. Hoy a las seis de la mañana la neumonía acabó con Pablo.

La doctora Carmen Fuentes, de la UNAM, informó de ambos casos. Ella trabaja en una modesta clínica instalada aquí.

Por el valle de Polhó van y vienen niños con la piel infectada de todas las maneras, gastroenteritis y afecciones respiratorias. La desnutrición manda más que el frío, que por las noches arracima familias y animales en las casas, aulas y rincones.

También van y vienen jóvenes indígenas cavando letrinas, improvisando tuberías de agua, todo menos potable. Con la poca lámina que hay (``hace falta mucha lámina para tapar esta gente'', dice Pérez Paciencia) decenas de hombres edifican cobertizos y cabañas precarias, a pocas horas del año que entra.

Escenas de la ocupación

Fidelia camina tímidamente a unos metros del camión de soldados. Su huipil de colores brilla tanto como sus ojos serios. Acariciando el cañón de su ametralladora, desde arriba de un vehículo militar, un soldado de casco dice audiblemente:

--Esa dice que quiere un hijo de soldado.

Sordamente, sus compañeros celebran el chascarrillo, que por lo visto es popular entre la tropa. Este enviado lo escuchó otras dos veces. Una, dirigida a las estadunidenses que llegaron a Polhó; otra, a unas mujeres del Distrito Federal. Con voz tipluda un sargento entorna el falsete: ``Yo quiero un hijo de soldado''.

Forma parte de una actitud descarada y procaz de los soldados y policías, que fotografían a quien pasa y en tono de burla emiten sonidos de aves de corral.

Lo que en los países civilizados se llamaría acoso sexual y es delito, aquí sirve para mantener en alto la moral de las tropas.

A escasos dos kilómetros de Polhó, el pueblo afantasmado de Acteal se estrena como el nuevo Guadalupe Tepeyac del Ejército federal. El cuartel instalado en la escuela queda acompañado de los 45 caídos del día 22, únicos habitantes, y bajo tierra, del lugar.

Equipados con mochilas y armas contingentes, castrenses especiales incursionan desde ayer por las barrancas de la cañada a donde asoma Acetal, lugar que sirve de base de operaciones para esta nueva posición de un ejército que, pese a la Ley por la Paz y la Reconciliación del gobierno federal, no hace otra cosa que tomar nuevas posiciones.

No obstante su contundencia vertical, las fuerzas que sitiaban hoy Polhó hubieron de retirarse. Quisieron pasar. Nueve mil razones de peso se los impidieron, pacífica pero enérgicamente.

El destacamento militar que mantenía hoy sitiada la comunidad de Polhó se ha mantenido en las inmediaciones, efectuando patrullajes, dando a entender que no se piensa ir.