Olga Harmony
Farsa y tragedia

1. Tengo varios apuntes para escribir algo acerca del año teatral 1997, pero ahora no puedo hacerlo y será mi nota de la semana próxima. Los horribles sucesos de Chenalhó nos impelen a muchos a dejar patente nuestra protesta, así no tengamos la capacidad de los analistas políticos de La Jornada. Siempre he pensado que los sucesos del mundo se pueden ver como un gran teatro, aun sin el sentido calderoniano. Los términos teatrales se han extendido a otros ámbitos: los economistas hablan de ``varios escenarios'', y no falta quien diga que algo se tramó ``tras bambalinas'', cometiendo un error semejante a los que escriben que alguien hizo ``mutis'', por decir que enmudeció; de cualquier modo, y a pesar de su errónea utilización, son términos surgidos del teatro.

2. En principio, como lo he hecho en alguna otra ocasión, pensé entresacar de textos dramáticos algunos pasajes que hablen de iguales genocidios, pero la empresa me pareció pedantesca y frívola en estos momentos. Las obras que mejor se hubieran prestado a ese intento eran Las troyanas, de Eurípides, y los dramas de la Premio Nobel Nelly Sachs. Sus personajes resultan ser agonistas, es decir, seres que sufren la acción, y ése no es el caso de los tzotziles masacrados. Creo que aquí sí el teatro me ayudo a comprender.

3. En el plantón del Día de los Santos Inocentes frente a Los Pinos, cuando se expresaba todo el pesar y la indignación por la matanza, Héctor Ortega gritó: ``¿Y los muertos por el frío?'' Tenía razón en parte, porque la pobre gente muerta por el frío o por el huracán Paulina; los niños, hombres y mujeres que perecen por la desnutrición y las enfermedades de la pobreza, y hasta los niños de la calle fallecidos por un exceso de activo son nuestros muertos, víctimas del despiadado sistema. Pero también son agonistas y lo de Chenalhó es otra cosa.

4. Si exceptuamos el horror de los niños masacrados, los indios en rebeldía -e igual se puede decir de todos los luchadores sociales- son protagonistas porque han decidido tomar su destino en propias manos y, al igual que los héroes trágicos, son transgresores del orden establecido dictado por los dioses del Olimpo Global; esos dioses han decidido que cumplan su trágico destino, y compete a todos nosotros (por lo menos a esa gran mayoría de mexicanos que nos encontramos presas del dolor, la indignación y la vergüenza) impedirlo, así tengamos que hacer nuestro mayor esfuerzo para derribarlos de sus falsos altares.

5. Junto a la tragedia, la farsa se hace también presente y son los mismos antagonistas los que la implantan. En los altos niveles del gobierno se ha intentado que creamos -con mucho apoyo de cierta prensa y noticieros televisivos- que la masacre fue un pleito interfamiliar producido, entre otras cosas, por la pugna de un banco de arena, como antes se ha intentado hacernos creer que las justas demandas de los pueblos indios y los acuerdos de San Andrés destruirían nuestra nación.

6. Desde la aparición del EZLN se ha hecho popular la declaración de que todos somos indios, incluso sobre ello escribe mi admirada Cristina Barros. Que se me perdone, pero yo creo que en este país no todos somos indios. Y pugnar por que se respete a ese otro, al diferente, y luchar por sus derechos, es un alto índice de espíritu democrático. Eso me lleva a pensar en la tolerancia con el otro y en los límites que puede tener.

7. Los no creyentes pudimos asistir con todo respeto a la misa celebrada en el Angel de la Independencia por el obispo Arturo Lona (y por cierto que la Secretaría de Gobernación, tan preocupada por la legalidad, ya investiga si se solicitó el permiso correspondiente). Nos conmovimos con sus palabras y, aunque no oráramos con los demás, sentimos que esa ``otredad'' convergía con nuestros sentimientos.

8. En cambio, en el plantón frente a Gobernación a algunos nos indignó otra pequeña farsa. Una legisladora, que a calzón quitado confesó en su momento lo que todos sabíamos: que fue beneficiada por el gran genocida del 68, que suele lucir enormes suásticas doradas (sin duda son de oro, porque la señora no es pobre) y declara su antisemitismo militante, tomó el micrófono para hablar de la masacre. De nada sirvieron los gritos indignados de Leticia Huijara, Julieta Egurrola y otras personas presentes, se le concedió el micrófono. El olvido histórico es bochornoso, cuánta razón tienen las madres de Plaza de Mayo y los que se oponen al perdón en Argentina y Chile. Por ello, creo, aunque peque de gran intolerancia, que a personas semejantes no se les debe conceder la oportunidad de fingir indignación por nuestros muertos, nuestros perseguidos y nuestros sufrientes.