Arnoldo Kraus
17 y 45
En contra de numerosas y diversas opiniones, el gobierno, en voz del procurador general de la República, ha concluido que la matanza de Acteal ocurrió por conflictos intercomunitarios e interfamiliares.
La brillante y expedita investigación contrasta con la tozudez y letargo para resolver el conflicto madre de estas muertes -la opresión y amnesia hacia los indios-, y las inentendibles razones que han dado pie a la interrupción de los diálogos con el EZLN.
Contrastan también las acuciosas observaciones de Jorge Madrazo y sus colaboradores, cuando afirman que se trata de ``conflictos que pueden caracterizarse válidamente como intercomunitarios e incluso interfamiliares, dentro de un contexto de disputa constante por el poder político y económico'', con las advertencias previas a la masacre de numerosas organizaciones no gubernamentales, de la Cruz Roja, de observadores independientes, y, por supuesto, con los motivos que han orillado a incontables indios chiapanecos a abandonar sus hogares.
Si las palabras precautorias y los termómetros comunitarios fueron insuficientes para el gobierno chiapaneco, éste podría haber recurrido a las lace- rantes imágenes que advertían que la violencia pronto devoraría Chiapas. El 7 de diciembre, Ricardo Rocha difundió un reportaje cuyas imágenes mostraban tal crudeza y miseria que incluso hacían inútil toda palabra. Docu- mentos escritos se publicaron también en diversos medios, denunciando, antes del genocidio, la presencia creciente de grupos paramilitares.
Acorde con los planteamientos del gobierno, a la sociedad le corresponde juzgar y responder: ¿fue la matanza por conflictos interétnicos o por oscuros intereses desdibujados en los rostros de sicarios? En diversas capitales del mundo, donde nuestras embajadas han sido tristes y mudos testigos de repudio, la respuesta ni siquiera tuvo tiempo de aguardar a la pregunta: por unanimidad se ha elegido al gobierno como el corresponsable del genocidio.
Ya sea por no actuar o por actuar -al permitir que se fortalezcan y crezcan los grupos paramilitares-, por no escuchar a tiempo las advertencias, por no haber llegado cuando se inició el tiroteo, por cerrar los caminos para reanimar los acuerdos de San Andrés, y por no evaluar seriamente los testimonios escritos y gráficos.
No sobra agregar que las mentes enfermas y perversas de los asesinos, entrenados y cegados ad hoc, hacen de ellos los menos responsables: busquemos en el tejido gubernamental las causas. Rescato uno de los dictum preferidos del recientemente fallecido Isaíah Berlin -la frase es de Bishop Butler-: ``Cada cosa es lo que es y no otra cosa''.
Hay que asentar que los asesinados habían adquirido, no por motu proprio, sino por las causas propias del conflicto, la condición de desplazados, lo que incrementaba su vulnerabilidad e incluso los colocaba en ``peldaños difíciles'' y desventajosos. Quien haya visto las escenas difundidas por Rocha comprenderá la omnipotencia y seguridad de los agresores: es tan precaria y frágil la situación de los desplazados que contra ellos todo se vale, todo se puede. Quizá por eso la masacre fue tan fácil. Quizá por lo mismo los asesinos pensaban, cobijados por ser esta época de fiestas y de desperdigamiento societario, que tendrían tiempo de sepultar cadáveres sin ``mucho ruido''.
Lo cierto, lo real, es que la guerra está ``allá''. Nuestros reclamos en nada curan las almas aciagas de los deudos ni nuestras palabras cómodas sirven para mitigar su incurable dolor. Hablar de los muertos sería inútil si con su asesinato la situación de los indios se mejorase.
Sin embargo, es evidente que prevalece el escepticismo: ¿A quién le favorece masacrar niños y mujeres embarazadas? ¿Servirá de algo? Lamentablemente, la experiencia tras el genocidio de Aguas Blancas no ha sido buena: los responsables no fueron castigados y en nada se modificó la vida de los deudos.
En ese contexto, los 17 cadáveres guerrerenses han sido inútiles: no sirvieron de ejemplo ni de advertencia para evitar este tipo de matanzas. Salta a mi mente, irremediablemente, la figura de Hitler. Cuando se le preguntó acerca de los asesinatos en masa, si no temía ser condenado, ufano respondió: ``Si hoy ya nadie recuerda la matanza de los armenios -1915-, ¿quién se atreverá a juzgarme?''.