Carlos Monsiváis
La gravera genocida
El 29 de diciembre, Juan Carlos Bonifaz Trujillo, coordinador de la bancada priísta en el Congreso local de Chiapas, afirma con denuedo y con la valentía suicida del que mira cómo sus palabras lo arrastran al abismo: ``No desaparecerá el ayuntamiento de Chenalhó, lo único de hay es una falta provisional de su presidente. No ignoramos las demandas que quieren la desaparición de poderes, pero estamos aquí para que conozcan nuestra verdad. en el Congreso estatal manda una mayoría y en este caso la mayoría la tenemos los priístas. En ese sentido, no vemos ninguna justificación para que haya una desaparición de poderes, porque eso sería tanto como hablar de suicidio'' (nota de Angeles Mariscal, La Jornada, 30 de diciembre de 1997).
Alentado por la información y la confianza que sus propias declaraciones engendran, Bonifaz prosigue: ``Al final del asunto, el problema de Chenalhó es entre dos familias que se pelean el usufructo de una gravera (mina de grava). Esos son los problemas que pasan en el estado, problemas de educación y cultura. Nosotros no estamos de acuerdo en que se magnifiquen las cosas y que se conviertan en cosas políticas...''. El diputado Bonifaz, clásico en suma, pertenece al tiempo sin tiempo de los priístas, cuando bastaba memorizar unos cuantos bloques verbales útiles para todas las ocasiones, y esas frases cubrían lo relativo a quejas, conmemoraciones, protestas airadas, tomas de posesión, aniversarios de bodas y campañas electorales: ``Nosotros no estamos de acuerdo en que se magnifiquen las cosas y que se conviertan en cosas políticas'', y no hay nada político sino en última instancia funerario en 45 asesinados en una mañana decembrina.
¿Para qué magnificar la matanza de Acteal, originada en la mezquina disputa por el yacimiento de grava? Es de presumir que para el priísmo chiapaneco lo único importante es el sistema de impunidad que viene del Centro hacia Tuxtla, y Acteal es un incidente, donde los ``presuntos hechos delictivos'' (el líder priísta Mariano Palacios dixit) provienen -si quieren hallarle sentido- de la ausencia de educación y cultura, algo que al gobierno y su partido le sobran pero que, tal vez sin egoísmo, reparte de a poquito. Para desconsuelo del portavoz priísta, su perspectiva minimizadora no cunde, el miedo ahuyenta el sedentarismo tzotzil y la gente huye de sus comunidades en pos, es de suponerse, de la educación y la cultura que inmovilicen a los asesinos. Y los priístas, en seguimiento del primer boletín de la PGR -anterior a la ya más compleja
teoría de los ``autores intelectuales''-, insisten, aunque rebajándole la gravedad al asunto, en los ``conflictos intercomunitarios e interfamiliares'', y localizan al instrumento diabólico, la gravera, cuya posesión, es de suponerse, de acuerdo con esta reconstrucción tan inteligente, disfrazó de paramilitares a una familia y de masacrados por paramilitares a otra. Así el mundo termina (o empieza) no con un disparo sino con una riña industrial.
Escudriñar la verdad enterrada en estas afirmaciones es tarea que excede por supuesto las atribuciones de un modesto articulista. En el momento en que internacionalmente se responsabiliza al PRI y a su gobierno de la monstruosa omisión que condujo a Acteal, y se exige la investigación responsable de las culpas intencionales, a los priístas sólo se les ocurre insultar a la oposición que ``quiere cambiar muertos por votos'' sin advertir lo indicado por los articulistas responsables, esos convencidos de la inexistencia de violencia y matanzas y asesinatos en Chiapas antes de 1994: los indios son sólo ``carne de cañón'', criaturas antiedénicas manipulables por las ``fuerzas oscuras'', ajenas por supuesto a la entidad, y capaces de hacerles creer que en su tragedia hay algo de mayor significación y culpa penalizable que una gravera.