La Jornada 2 de enero de 1998

Carlos Montemayor
Cuatro años después

A lo largo de cuatro años, el gobierno mexicano ha mostrado una enorme incapacidad para atender lo que está ocurriendo en Chiapas. Ha defendido firmemente su ceguera y ha pretendido mantenerse sordo ante las voces que desde Chiapas están llamando al país entero. La masacre de Acteal parece haberlo sacudido momentáneamente de su sopor: demasiada sangre para no ver, demasiada barbarie para no oír. El mundo parece ver con mayor nitidez que él, parece oír con mayor claridad que él. ¿Qué podría hacer ahora, antes de que retorne a su sueño institucional, antes de que el monólogo del poder vuelva a narcotizarlo?

Puede, y debe, corregir los errores de su análisis político en los acontecimientos de Chiapas. Su estrategia ha complicado más los conflictos y ha alejado peligrosamente las soluciones. Debe partir, primero, de que el EZLN no se reduce a su capacidad de fuego ni a un puñado de bases sociales. Debe entender, así tenga que desprenderse para siempre de su sueño institucional, que detrás del EZLN hay una verdad social más poderosa que sus armas, y una advertencia histórica más profunda que el posible censo de sus bases sociales. El gobierno ha sido incapaz de entender esta señal. Los muertos de Acteal son más poderosos que su monólogo. Por eso el gobierno está perdiendo en este conflicto.

Cree que el EZLN es un puñado de armas y un puñado de pueblos. Contra el puñado de armas tiende un cerco militar con decenas de millares de soldados. Contra el puñado de pueblos no envía Ejército ni policías, sino a otros pueblos indios solapados por policías. Cree que así desgastará y al final acabará con el EZLN y sus bases. Pero contra la verdad social e histórica del EZLN no tiene nada que esgrimir. Por eso la solución en Chiapas no está en manos del Ejército ni en la de los pueblos indios que, solapados por policías, se levantan contra su propia sangre. La solución tiene que ser social.

Pero una solución así exige ciertos cambios en el comportamiento del gobierno federal, particularmente en lo que se refiere al diálogo y las negociaciones de paz. Debe aclarar qué entiende por diálogo y qué entiende por negociaciones de paz. Quizás dentro de la atmósfera gratificante de su monólogo, al gobierno le queda claro lo que entiende por diálogo. Pero al país no. A los indios de México tampoco. A los muertos de Acteal, menos. Debe tratar de explicar esa idea fuera de su monólogo. En estos momentos, su forma de pedir la reanudación del diálogo es una señal de prepotencia, una provocación. Antes de dialogar, tiene que desmantelar las organizaciones criminales que la policía del estado creó en el seno de los pueblos indios en el norte y en los Altos de Chiapas. Tienen que aclarar cómo cumplirá o no su palabra empeñada en los acuerdos de San Andrés. Y antes aún de pensar en dialogar, tiene que corregir otros errores de su análisis político en Chiapas.

Sobre todo, no confundir al EZLN con la Diócesis de San Cristóbal. No son lo mismo, son fuerzas políticas distintas. No son las únicas fuerzas políticas que generan las condiciones actuales de los conflictos en Chiapas. Pero no son una y la misma fuerza política. Negociar con la Diócesis no es negociar con el EZLN. Aceptar a uno no significa ceder ante los dos. Frenar a uno de ellos no significa neutralizar a ambos. Para entender esto, el gobierno necesita hacer a un lado el análisis de grilla política y empezar a hacer sólo análisis político.

El diálogo exige cambios.