Desde la instalación de las Mesas sobre Derechos y Cultura Indígenas en San Andrés Larráinzar, han transcurrido más de tres años. El diálogo que la sociedad civil y las organizaciones indígenas propusieron jamás se realizó. El poder escuchó pero no dialogó, se mantuvo en el monólogo: continuó elaborando y escuchando su propio discurso. Las consecuencias están a la vista.
Esta actitud no es nueva. Ha sido la constante desde la Colonia hasta nuestros días. Los pueblos originarios de este país no hemos sido objeto de diálogo y comunicación con el poder, con el sistema político. Siempre hemos vivido bajo el tutelaje, no nos han permitido desarrollarnos como al resto de los mexicanos. Aparecemos en los discursos, en los mítines, en las votaciones, en el folclore, pero no en la construcción del proyecto de sociedad que queremos como nación. En cambio, el poder se apropió de nuestros símbolos para darle el toque de mexicanidad al sistema sociopolítico que nos rige.
Hoy las cosas han llegado al colmo, a lo insoportable, a lo inhumano, a la barbarie: las vidas acribilladas en Acteal evidencian este hecho. Estamos como a principios del siglo pasado antes de gestarse el movimiento de independencia. Hoy, como entonces, una élite criolla es la que decide el destino de México. La mayoría de los mexicanos, indios y mestizos, estamos para obedecer, callar y soportar las consecuencias de la política macroeconómica neoliberal.
De seguir así las cosas, nos encaminamos hacia el suicidio social, a la impotencia, a la frustración, no sólo de los indios que hemos soportado siglos de opresión, sino de la sociedad toda. Corremos el riesgo de cancelar las posibilidades de construir un futuro en donde quepamos todos los mexicanos.
Afortunadamente hemos arribado a la aldea global, en donde ya no es posible ocultar las injusticias internas que antes quedaban impunes. La reciente masacre de hermanos indefensos de Acteal así lo demuestra. En medio de la prepotencia del poder local y nacional, se levanta la voz de la solidaridad internacional para recordarnos que los hermanos indígenas de Chiapas no están solos. Por su parte, la sociedad civil mexicana ha madurado notablemente, al asumir que la injusticia y violencia que el poder practica en contra de los pueblos indígenas, es también en contra de todo el pueblo de México.
Urge romper, por eso, el monólogo del sistema político. Urge resanar las heridas sociales que en Chiapas, Oaxaca, Guerrero y en diferentes partes del país continúan sangrando. Urge romper el monólogo del poder que no escucha otras palabras sino su propia palabra, su propia verdad. No obstante, ha llegado el momento de que la palabra y la verdad del pueblo mexicano debe imponerse para castigar a los culpables de la masacre de Acteal.
A pesar del ambiente adverso que impera en nuestro país, creo en el diálogo y en la reconciliación. Creo en la fuerza ancestral y milenaria de mi país, cuyo corazón se niega a morir. Creo en la fuerza de la palabra para iniciar el diálogo que nos conduzca a la reconciliación nacional. Una reconciliación que nos lleve a conquistar el sueño de paz y justicia por el que los hermanos de Acteal fueron capaces de ofrendar sus propias vidas. Que la sangre derramada por tantos hombres y mujeres, hermanos nuestros, a lo largo de varios siglos de lucha, sirva para que México cambie y pueda construirse una sociedad en donde la dignidad de nuestros pueblos sea una realidad.