SABOR DE FERIA PUEBLERINA EN EL ZOCALO
Juan Antonio Zúñiga M. Ť En punto de las cero horas entre el 31 de diciembre de 1997 y el primero de enero de 1998, los cohetones que partieron del ombligo de la luna estallaron en el cielo de México y desparramaron sus multicolores luces sobre un Zócalo inundado por el tañir de las campañas de las dos torres de la Catedral Metropolitana.
Fueron esas fracciones en las que, como en el amor, sólo la intemporalidad existe. El trueno de los cohetones arriba, el sonido de las campanas abajo; mientras Ecatl (dios del viento) levantaba ondulante la enorme bandera mexicana y, como signo de la modernidad, un verdesino rayo láser partió del Monumento a la Revolución y raudo atravesó las avenidas Juárez y Madero para pegar de lleno en la fachada de Palacio Nacional. Todo en el mismo instante.
Año nuevo en la fría noche de San Sebastián en el Zócalo de la ciudad de México, a donde llegó el sabor de la feria pueblerina de algún sitio perdido en el tiempo para instalar su tiro al blanco y sus carruseles; los juegos mecánicos que retan la gravedad expresada en emocionantes gritos, los futbolitos de mesa, y hasta La Casa Macrabra, curiosamente ubicada frente a la fachada barroco-churrigueresca de El Sagrario, en el anexo oriental a la nave de Catedral. Todo de a peso.
No faltaron los puestos de buñuelos, los elotes y los humeantes esquites con su sabor a espazote; los tacos y quesadillas, que rápidamente se agotaron, porque fueron gratis. Las tostadas de pata de res con salsa de chile chipotle resistieron hasta antes de la media noche; los algodones, que en su manufacturación dejaban escapar al viento girones como fantasmas; también estuvieron presentes los jotqueis y los carritos de jotdogs.
Fueron instaladas dos grandes carpas con templete. Una en la esquina sudoriental del Zócalo capitalino por donde desemboca la avenida Pino Suáuez y otra, en el lado opuesto, próxima a Catedral, de donde parte la avenida Cinco de Mayo. En ambas amenizaban grupos, orquestas y bandas en sucesión constante y, frente a ellas, las parejas bailaban, los niños corrían y los jóvenes se apretaban.
Por la explanada, niños y jóvenes brincaban al son de los intermintentes tambores y percusiones de la Comparsa Lagunilla, de la familia Márquez. Como al flautista de Hameling, en contorsiones seguían a los comparsistas al ritmo de Cubanito soy señores, cubanito y muy formal. De pronto, de la carpa situada en la esquina noroccidental, cerca de Catedral, de los amplificadores sobrevinieron las notas del sincopado.
La Marcha de los Santos se abrió paso en los sonidos de las trompetas, saxofones, clarinetes, platillos y trombones, de unos sombreros ``panamá'' y chalecos dorados que cubrían la testa y vestimenta negra de unos hombres salidos de la oscuridad. Las notas de la Dixiland Jazz Band de Nueva Orleans pusieron a bailar a las parejas, aunque con paso de cumbia, por esa extraña música.
Los niños pasaban una y otra vez por los juegos mecánicos --``hasta que el dinero alcance''--, mientras mujeres y hombres, jóvenes y adultos, entre una vigilancia policiaca discreta y hasta amable, pedían a la Dixiland ``¡otra, otra, otra!'' para que no se retirara. Pocos minutos le quedaban al año viejo. Así que, clarinetes, saxofones y trompetas se, arrancaron con La Calle 12 y a bailar nuevamente todo mundo.
En punto de las cero horas, las campanas de la Catedral Metropolitana cambiaron su cadencia y tañeron a revuelo, del centro del Zócalo partieron los cohetones hacia el cielo, Ecatl sopló con más fuerza, la bandera mexicana ondeó en lo alto de la monumental asta y el rayo láser hizo figuras en el firmamento.
La gente se abrazó en los círculos más inmediatos. En la esquina noroccidental se interrumpió la música y se enviaron felicidades a todo el mundo; en tanto, en la carpa de la contraesquina sudoriental, en el primer minuto de 1998, la Danzonera Dimas lanzó las notas de Bajo la Sombra y la gente ubicada ahí, como sobre un ladrillo, empezó a bailar en la misma cadencia de la música que lanzó Acerina al mundo hace más de medio siglo.
Así pasó la nueva noche de San Silvestre.