Narcos en Sinaloa: miedo, complicidad, admiración; todo se sabe, nadie habla
María Rivera, enviada/I, Mocorito, Sin. Ť ``Aquí el que abre la boca se muere'', asevera un oficial de alto rango adscrito a una plaza castrense de Sinaloa, quien pide por obvias razones no ser identificado. La pujante actividad del narcotráfico permea el ambiente del estado pero nadie lo señala explícitamente y menos se dan nombres. La frase del militar es ley.
Muchas décadas han pasado desde que el comercio ilícito de drogas sentó sus reales en tierras sinaloenses; este tiempo ha creado una convivencia en la que todos saben lo que sucede pero nadie habla. Se vive ``como si nada''. Autoridades civiles, periodistas y académicos no hacen más que ratificar que el tema no se trata de forma abierta. La mayoría no quiere declarar. Prefieren dar sus puntos de vista de manera informal, platicar, opinar, previa aclaración: ``si me menciona lo desmiento''.
Al miedo se suman las complicidades. El tráfico ilegal de estupefacientes ha invadido todas las capas sociales. Jorge Verdugo Quintero, coordinador de la maestría de Historia Regional, en la Universidad Autónoma de Sinaloa, advierte: ``pese a que el narcotráfico es una actividad negativa desde cualquier punto de vista, ha hecho que la gente se identifique e incluso lo perciba con admiración, independientemente de las clases sociales''.
Leónides Alfaro, autor de Tierra Blanca, una novela que ha cobrado gran popularidad en la región, coincide con este punto. El ser narco ha dejado de ser un estigma para convertirse en un orgullo. ``Se les abren todas las puertas. Llegan a cualquier lugar y se les atiende con deferencia porque saben de su alto poder de consumo. Han creado la imagen de un ser poderoso. Aun los que no lo son quieren parecerlo''.
Importante aporte a la economía estatal
Un estudio publicado recientemente por el diario local El Noroeste señala que el narcotráfico crea una serie de empleos y subempleos que son importantes para la economía de la entidad. El economista Carlos Maya Ambia considera que si bien es difícil estimar el impacto económico de esta actividad, es obvia su importancia.
Lo cierto es que en esta región del país los narcos no se ocultan; al contrario, se muestran orgullosos de su actividad y quieren ser reconocidos como tales. Lo que cambia en cada lugar es la sofisticación de los símbolos que portan, no su existencia.
Basta caminar por las principales avenidas de Culiacán para ver que la ciudad vive una realidad aparte. Las camionetas del año pasan una tras otra. Las más populares son las Lobo, Ram, Silverado y Suburban con precios superiores a los 200 mil pesos, sin contar con el equipamiento que puede llegar a duplicar el precio del vehículo. También los aparadores de las tiendas del centro despliegan signos de status para clientes con gran poder de compra: lentes de sol de Rochas, Ives Saint Laurent o Dior; auténticas bolsas de Prada o Dolce & Gabbana; mascadas de Versace; plumas Mont Blanc.
Ya en los pueblos los signos son más obvios: ropas vistosas con estampados de hojas de mariguana o el retrato del santo de los narcos, Jesús Malverde; alhajas que representan cuernos de chivo; celulares, bípers y radios, juntos de preferencia; billeteras piteadas con la fauna emblemática: el perico representa la cocaína; el gallo la mariguana y la chiva la heroína.
Un elemento en común tanto en las ciudades como en los pueblos es el auge del narcocorrido. En las colonias residenciales de Culiacán es común que los jóvenes se reúnan en las calles por las noches y pongan los estéreos de las camionetas a todo volumen para escuchar a los grupos más populares de este género. El éxito más reciente es El chiquinarco, corrido que relata la aspiración de un adolescente metido al negocio: ``si quieren saber mis gustos un poco les contaré/ Me gusta el polvo y la hierba/ de quince años la mujer/carro del año y escuadra/y Buchanan pa` beber''. En los pueblos lo difícil es escuchar otro tipo de música. Tigres del Norte, Tucanes de Tijuana y La Mafia, acaparan el mercado.
El 8 de diciembre culminaron las festividades de la Purísima Concepción de Mocorito, Sinaloa. Ese día, los habitantes del poblado, situado en la entrada de la sierra, tiran la casa por la ventana en honor a la santa patrona. Las mejores tamboras (banda musical típica de la región) amenizan los festejos. Durante cuatro días ``no paran de tocar'', dicen con orgullo los lugareños.
El festejo por la cosecha
Las tinas de cervezas Tecate y Pacífico no logran calmar la sed de la concurrencia. Una y otra vez se vacían. La gente se ve contenta. ``Es la época en que regresan los plebes ( jóvenes) que se van al otro lado (Estados Unidos) y además este año el negocio estuvo bueno'', comenta un grupo. El ``negocio'' es un eufemismo para no nombrar la actividad que da sustento a la mayoría de la población del lugar: el narcotráfico.
Esa noche han bajado de los poblados de la sierra desde narcos pesados hasta los narquillos. Hasta entre ellos se marcan las clases.
En una esquina del parque, la familia de El Güero Palma tiene su propia banda. Han venido desde La Noria, una ranchería cercana, donde el capo posee una gran propiedad bardeada, de la cual sobresalen las cúpulas de una gran capilla. La gente los mira con respeto. ``Son de cuidado esos plebes'', murmuran con una mezcla de admiración y temor.
Ya en la noche, después de dar una vuelta por los puestos de chucherías colocados en los alrededores del parque, las parejas se acercan a la enramada dispuesta para el baile. El cierre del festejo es con la banda Copala. A los primeros compases de El toro prieto y El sauce y La palma, los hombres buscan entre las hermosas mujeres de la región a la pareja de la noche. Con una mano entrelazan la cintura marcando el paso, y con la otra sostienen la cerveza.
Termina la tanda y entonces comienza lo que todos esperan: los narcocorridos. A Los dos plebes, siguen Los tres animales y más tarde La clave secreta. Los gritos de entusiasmo no se hacen esperar. Además, algunos ya con algunas cervezas entre pecho y espalda, señalan que hay motivos adicionales para celebrar: ``hubo buena cosecha''.
Al día siguiente, el secretario del ayuntamiento, Juan Avilés Ochoa acepta con resignación. ``Sí, hubo mucha gente de esa. Pero lo bueno es que se portaron bien: no venían armados como otras veces''.
El triángulo de oro
Mocorito, Badiraguato, Sinaloa de Leyva y Choix son los principales municipios productores de mariguana y amapola del estado. Limitan en su parte serrana con Chihuahua y Durango, estados que junto con Sinaloa forman lo que en los 70 se llamó el ``triángulo de oro'' del narcotráfico.
Investigadores de la UAS marcan a la década de los 40 como el comienzo del cultivo de estupefacientes en la región. Señalan como causa principal la necesidad de drogas del ejército estadunidense durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, consideran que no fue sino hasta los 70, con la introducción en el mercado de la cocaína, cuando el narcotráfico se convierte en un fenómeno social generalizado en la entidad.
En esa década el Ejército Mexicano puso en marcha la operación Cóndor, el mayor combate al narco en el estado, el cual provocó el traslado de la mayoría de los capos a Guadalajara.