El sometimiento o aniquilación de los indios en América siempre ha formado parte de un proyecto económico y ha sido el resultado de una estrategia político-militar.
En el norte es donde ambos, el proyecto y la estrategia, mostraron mayor eficacia. Tanto durante la colonia como en el primer siglo del México independiente, el combate a los indios, primero para despojarlos de sus tierras y luego para destruirlos una vez probado el carácter indómito de muchas de sus tribus, fue condición para el establecimiento de los españoles, la disposición de fuerza de trabajo esclava y, más tarde, el desarrollo del capitalismo incipiente impulsado por los liberales mexicanos.
Como todo proyecto, en ambos momentos dispuso de una justificación ideológica. La idolatría, y por tanto faltar al Dios de la religión católica, y su desobediencia a la corona durante la época colonial les hacía objeto de guerra santa; ser bárbaros, flojos, pérfidos, briagos y crueles, y por tanto constituir un obstáculo para el progreso del país en la época independiente, les hizo objeto de guerra a secas. Los antiguos soberanos pasaron a ser delincuentes y como tales fueron tratados.
Diezmarlos no fue suficiente. Era preciso acabar con ellos. Una vez tomada la decisión política, la estrategia militar recurrió a diversas vías: venderles armas y alcohol, enfrentar a las tribus entre sí, pactar con ellos y romper unilateralmente los pactos, conjugar fuerzas militares regulares con mercenarios y guardias blancas para acometerlos, acordar con el gobierno de Estados Unidos y con los hacendados su batida, arrinconarlos y masacrarlos. Uno de los momentos más dramáticos del genocidio fue la persecución y muerte de las familias apaches que huían por la sierra Madre Occidental, después de la última resistencia que hicieron a sus aniquiladores y sus aliados indios.
La extinción de las etnias norteñas tuvo un reverso: el enriquecimiento de quienes mejor se empeñaron en destruirlas. Luis Terrazas, el gobernador de Chihuahua de nefasta memoria, es el mejor ejemplo de ello.
Antes del 1o. de enero de 1994, las comunidades indígenas de Chiapas venían padeciendo ataques similares al perpetrado en Acteal el 22 de diciembre. Los guardias blancas fueron oficializados por decreto del gobernador Samuel León Brindis (1958-1964). En la primera mitad de los años 80 escribía Antonio García de León: ``Casos de tortura, fraudes, corrupción de autoridades agrarias, desalojos y masacres -o eliminación selectiva de líderes campesinos-, continúan repitiéndose en todo Chiapas, unidos ahora al caudal de hechos represivos de todo el campo mexicano. Las masacres de Venustiano Carranza en 1974, la de los obreros de Cactus en 1977, la de Wololchán en 1981, y un sinnúmero de desalojos violentos, continúan allí poniéndole semillas a la resistencia intempo- ral''. No se hicieron visibles a la conciencia nacional hasta que la resistencia adquirió temporalidad con el surgimiento del EZLN.
Chiapas es uno de los estados más ricos del país. Su riqueza, empero, no se ve reflejada en los niveles de vida de la mayoría de la población. En el proyecto de expansión capitalista (la segunda globalización en cien años), se pretende ver a ese estado como un gran parque empresarial. Hay, sin embargo, un estorbo a su desarrollo pleno con ganancias decuplicadas: la existencia de las comunidades indígenas.
Si, como dice Gustavo Hirales, contra la disolución de las comunidades causada por la modernidad capitalista, ``poco valen los candados legales o los exorcismos ideológicos'', las de los indios de Chiapas lo único que pueden esperar es disolverse. Sin importar, para quien pretenda ser congruente con esa fatal hipótesis, que sea por las buenas o por las malas.
En otras palabras, las comunidades indígenas de Chiapas tienen por destino la disolución en la mar de ciudadanos sujetos al mercado (y a sus beneficiarios). Y el sino para las que se opongan a él, como ya nos lo prueban los incontrovertibles hechos, será, como en el siglo pasado fue para las tribus del norte, la muerte, la extinción.
Así, será, sin duda, si triunfan los escuadrones de la muerte, los finqueros, los caciques, los gobernantes coludidos con ellos, los militares que han olvidado su origen, los conservadores vinculados a la codicia infinita de los dueños del capital que tiene a Chiapas en la mira, los escritores y analistas que les ayudan a justificar sus atrocidades.
Pero ese triunfo sólo será posible, también sin duda, doblegando la gran resistencia que existe y se expresa de muy diversas maneras.