Jordi Soler
Un año para navegar

El capitán Sterne estaba obsesionado por el buen rumbo de su barco. Navegaba por las páginas de Jo-shep Conrad, ese escritor que confundía los barcos con los libros o, cuando menos, usaba indistintamente los dos para sus navegaciones. Este barco del buen rumbo se llamaba Sofala y era duro, y además caprichoso, de timón. Cuando la carta de navegación, o esa carta de navegación instantánea que se conoce como ``simple vista'', anunciaba que venía un trayecto sin dificultades, Sterne confiaba la rueda del timón a su navegante emergente, que era malayo. Confiar es un decir, porque jura Conrad que su capitán salía en pijama cada 15 minutos a preguntarle al malayo cómo iban las cosas. El capitán, como puede adivinarse, nunca dormía, pero -y aquí viene el saldo positivo- también evitaba que el malayo se durmiera.

Esta vapor de Conrad navega por las aguas de La soga al cuello, y no estaría mal rescatarlo con la caña de aquel que va en la popa queriendo pescar un ejemplar exótico, una verdad de la navegación en río, o costera, o en cualquier modalidad que no sea la del mar abierto: ``No es en ojos más penetrantes donde se apoya la certeza del piloto, sino en su mayor conocimiento''.

Aunque todo es navegar, conviene ir adelantando que no es lo mismo hacerlo en mar que en río. El que navega en mar tiene unas cuantas referencias, de alta precisión, pero nada más unas cuantas: sus instrumentos, las estrellas, el color del agua, el tiempo que lleva navegando, alguna isla. Lo demás es mar por todos lados. El que va por el río, en cambio, no pierde de vista la tierra; mientras que el de mar avanza hacia el noroeste, el de río deriva hacia el árbol de mango partido por un rayo. El de mar remonta olas de 16 metros, el de río esquiva las flechas envenenadas que le tiran los aborígenes. El de mar, en mar abierto, extraña la tierra; el de río, tiene que batallar con ella, a pesar de andar en el agua.

Otra máxima de Conrad, de las mismas aguas de La soga al cuello, que incluye al mar y al río (o al arroyo) y a nosotros mismos: ``Pero no se puede embalsar la vida como si fuera un arroyo mezquino. Crece, desborda, fluye sobre la penurias de un hombre, hasta que un día las aguas se cierran sobre un dolor, como el mar sobre un cadáver, sin importarle cuánto amor se ha ido al fondo''.

El corazón de la tinieblas, otro clásico de Conrad en varios rubros, incluido el de la navegación fluvial. Marlowe, viejo lobo del agua, pero poco sedentario y muy vagabundo para ser el Clásico Hombre de Mar, cuenta una de sus historias a un auditorio cautivo a bordo del bergantín Nellie, que espera el reflujo de la corriente para seguir su viaje. Lo de muy vagabundo y poco sedentario necesita un close-up: un capitán que pasa mucho tiempo en altamar y regresa a encerrarse en su casa de tierra firme, se transfigura en un sedentario; difícilmente se le ocurre salir a vagabundear, de ciudad en ciudad, durante ese periodo de sosiego. Marlowe, y de aquí sale su descalificación como Clásico Hombre de Mar, si salía a vagabundear, pero tenía un buen motivo para hacerlo; además del mar, también navegaba en ríos, y el que navega en ríos va deteniéndose en los puertos fluviales, y el calado escaso de su nave le permite bajarse sin tanto trámite a explorar los bares y las casas de mujeres que alquilan su generosidad por horas o cualquier otro templo de la tierra; es decir, que su navegar tiene algo de vagabundear. En cambio, el capitán que pasa tres meses a bordo del mismo barco ejecuta un acto sedentario por excelencia. Para resumir este close-up, puede especularse esa diferencia entre el capitán de mar y el fluvial; el primero es vagabundo y el segundo sedentario.

La historia que cuenta Marlowe tiene el largo de la novela de Conrad, y es la narración de él mismo, navegando un río que lo lleva selva adentro, al corazón suyo y de la naturaleza, a bordo de un viejo vapor rescatado de un naufragio.

Caer en la tentación de ponerle al río de Marlowe las dimensiones de un año sería complicado. ¿Salir del puerto de enero para atracar en el muelle de diciembre? ¿Hay que elegir entre navegar como vagabundo o como sedentario? ¿El año es un viaje selva adentro? Y si es así, ¿qué parte de la vida de cada quien es el viejo vapor rescatado de un naufragio? ¿Sirve de algo el ``mayor conocimiento''?

Una línea de Stevenson, otra navegante de novela, que pone la vida de cualquier capitán, de mar, de río o de año, en un ir y venir bastante cercano a la realidad: ``Rebelde al olvido, rebelde al recuerdo''.