Con mucha inteligencia y agudeza el lector Julio Huato me formula algunas preguntas y observaciones a raíz de mi artículo ``Cuba: salvar lo salvable''. Pregunta: ``¿Qué sector específico de la sociedad cubana puede ponerse a la cabeza del proyecto que usted prescribe para Cuba? ¿Qué evidencias hay de que tal sector tenga interés serio y capacidad para encabezar su proyecto de Asamblea Constituyente?'' No soy mago ni zahorí, pero puedo sostener que en Cuba es mayoría el sector que quiere una solución pacífica y política a la crisis del régimen y que la mayor parte de los obreros y la población pobre (en particular los negros) no están dispuestos a perder las conquistas de la revolución (cosa que sucedería en el caso de un triunfo de los de Miami y de una puertorriqueñización de la isla). Incluso en el establishment, en la Juventud Comunista, en la intelectualidad del régimen, en el mismo Partido Comunista Cubano, hay quienes comprenden que las cosas no pueden seguir así. El PCC, por otra parte, jamás fue monolítico ni un mero agente de los soviéticos y no faltan en Cuba los comunistas críticos. También un sector de los dirigentes burocrático-tecnocráticos busca una solución intermedia entre, por una parte, la rigidez de los que quieren conservar el poder con las menores concesiones posibles y, por otra, la homologación con los regímenes dependientes de Estados Unidos.
En Cuba, por otra parte, el comunismo nunca tuvo grandes raíces, pero el nacionalismo antimperialista, por fortuna, forma parte de la identidad nacional cubana (por lo menos para la mayoría y, sobre todo, para la casi totalidad de los trabajadores de cualquier tipo, no de los lumpens, lumpenburgueses y lumpenclasemedieros, que son la base --desde siempre-- del partido anexionista, que parece estar desarrollándose pero que aún es minoritario).
Por lo tanto, una Asamblea Constituyente no puede hacerse contra el PCC (o sin una una parte del mismo) y, además, debe ser incluyente y no puede partir de la idea peregrina de la ilegalización de quienes detentan el gobierno o, menos aún, de ``la aniquilación física'' del PCC (sólo posible con una terrible guerra civil que muy pocos locos quieren, debido a que el PCC tiene el poder, el ejército, los servicios de inteligencia y una fuerte base popular). Por el contrario, una Asamblea Constituyente convocada in extremis por el gobierno actual en el caso de una aguda crisis nacional o internacional que le obligase a ese paso sería, en efecto, tardía y gatopardesca, un intento farsesco de cambiar para que todo siga igual. Ella presupone, por el contrario, la libre actividad de una oposición legal, no dependiente de la CIA, y la libre discusión, sin traba alguna, por el pueblo cubano. Estoy contra el sistema bonapartista de los referendums, que interrogan al pueblo con preguntas y opciones confeccionadas de antemano por el poder. Creo que el orden del día de la eventual Asamblea Constituyente debería salir, en cambio, de la autorganización para formular necesidades, prioridades, proyectos. Una Cuba de ese tipo podría mantener las conquistas de la revolución democrática y antimperialista, que no fue ni es socialista pero que tiene profundos aspectos sociales, excluyendo la dictadura de Wall Street y la de un partido autodenominado ``comunista'' ( porque un partido realmente comunista no puede ejercer la dictadura contra la mayoría del pueblo).
Es cierto que buena parte de los cubanos (y por Mariel no se fueron sólo los contrarrevolucionarios) identifica desgraciadamente la palabra socialismo con el ejemplo soviético y con las barbaridades de los epígonos cubanos de aquéllos. Pero también, y esto es positivo, con la dignidad y la independencia nacionales, con las conquistas, cada vez en mayor peligro, de la revolución. Volvemos así al problema de la necesidad de contar con los comunistas, los patriotas martianos y los revolucionarios que, en el PCC y fuera de éste, en Cuba o en el extranjero, no quieren volver a ser colonia yanqui ni quieren la lenta degradación de todo, incluso de los ideales y de la historia. Puede haber el peligro --a mi juicio, espantoso-- de que, si las cosas empeorasen, pudiesen ser barridas, junto con la burocracia y el poder, las conquistas sociales y la idea misma del socialismo. Pero Cuba, por suerte, no tiene la historia de los países de Europa oriental. Y la estupidez de las agresiones yanquis ayudan a recordar esta diferencia fundamental y a mantener viva la esperanza.