Las estadísticas del INEGI, en realidad encuestas urbanas en 43 ciudades, parecen más optimistas que en tiempos no tan remotos. Si uno acepta que se trata de encuestas sobre ocupación y no sobre empleo, y que existe un amplio criterio respecto de lo que se entiende por empleo (ocupación), lo que incluye sobre todo actividades cuentapropistas, quiere decir trabajando para sí mismo, sin patrón visible, los datos pueden resultar agradables como tendencia, aunque notablemente incompatibles con lo visible de nuestro entorno social.
A partir de una población mayor de 12 años de edad, en 1992 había 74.4 millones de habitantes y la población económicamente activa (PEA) resultaba de 53.8 millones.En septiembre de 1997, los habitantes mayores de 12 años serían 76.1 millones, con una PEA de 56.9 millones.
Hay cifras que no entiendo, pero así las presenta INEGI: al mes de septiembre de 1997, con PEA de 56.9 sobre la población total mayor de 12 años, los hombres representarían el 75.4 por ciento y las mujeres el 40.2 por ciento. Eso da una cifra de desempleo abierto total de 3.4 al mes de septiembre, correpondiendo 3.3 a hombres y 3.5 a mujeres. ¡Palabra de honor que esos son los números de INEGI!
En 1992, la tasa general de desempleo abierto era de 2.8 por ciento, pero en el camino a las fechas actuales, en el mes de julio de 1996 llegó a un 5.8 por ciento, con lo que el 3.4 por ciento de septiembre me parece glorioso.
Es obvio que estos mecanismos misteriosos no coinciden con las cifras que plantean los países centrales. En Estados Unidos un desempleo de alrededor del 5 por ciento se considera éxito total. En Europa las cifras son mucho más rotundas. España ha andado en los últimos años alrededor del 20 por ciento. Pero nosotros aplicamos criterios de la OIT especiales para países subdesarrollados. Nos ahorra el sistema las comparaciones que siempre son odiosas.
Mejore o no el empleo, hoy tenemos en práctica nuevas formas de eludir responsabilidades laborales. Coincide el sistema con una ponencia que acabo de presentar en Tlaxcala con motivo del décimo Encuentro Iberoamericano de Derecho del Trabajo (noviembre pasado), en la que trata de las llamadas empresas de mano de obra.
Hace unos días fui consultado por un grupo de personas a las que se invita a renunciar a su puesto actual en una empresa solvente, para contratarse en una empresa nueva que les reconocerá antigüedad y les quitará algunas importantes condiciones de trabajo. Es obvio que les dije que no deberían aceptar. Pero también pude decirles que el empresario que anda en esos trotes para eludir, en la empresa principal, obligaciones laborales y el pago de utilidades, y que para ello inventa una empresa prestadora de mano de obra, que nunca tendrá utilidades y que además es insolvente, no sabe lo que está haciendo.
La razón es clara: el derecho del trabajo no se fija en las personalidades jurídicas y mucho menos las considera como bastiones de la irresponsabilidad. Por el contrario, existen claros antecedentes que estiman que un grupo de sociedades que tienen afinidades de destino, desde el punto de vista laboral constituye una sola empresa. Y eso implica responsabilidades comunes y patrimonios responsables de todo el grupo frente a una contingencia laboral.
La moda, al parecer, se afirma en organizaciones médicas que seguramente se preparan para las sabrosas subrogaciones que les facilitará el nuevo esquema de la seguridad social. Un platillo tan exquisito no quieren compartirlo con los trabajadores. Ahora los hacen depender de una empresilla jurídicamente autónoma y con toda seguridad insolvente que nunca tendrá utilidades. Renuevan el viejo y odioso sistemita de la intermediación.
A los laboralistas no nos va a faltar trabajo.