A su llegada a las tierras que habrían de denominarse la Nueva España, entre las primeras acciones que emprendió Hernán Cortés estuvo la creación del Ayuntamiento de la Villa Rica de la Vera Cruz. Al conquistar la capital azteca, dicha institución se trasladó a la recién fundada ciudad de México. En 1524 se levantó la primera acta de cabildo que, por cierto, aún existe a buen resguardo en el archivo del antiguo Cabildo que custodia Jorge Nacif, en el hermoso y elegante palacio barroco del conde de Heras Soto, en la calle de Chile 8.
Una vez concluida la nueva traza que realizó Alonso García Bravo, inspirada en la de la urbe prehispánica y con el concepto español de la plaza rodeada de los poderes: el religioso, el civil y el comercio, se comenzó a edificar la casa del Ayuntamiento, a un costado del que habría de ser el palacio de los virreyes y enfrente de la catedral.
Esta construcción, que se concluyó en 1532, fue tosca y con carácter de fortaleza, como todas las que se hicieron en esa época. A fines del siglo se le agregó una cárcel y la primera alhóndiga. Dicha edificación fue saqueada e incendiada una centuria más tarde, a raíz del motín de 1692, en que también se destruyó parte del recinto virreinal. Treinta años tuvieron que transcurrir para que se reedificara, con el beneficio de que se hizo en bello estilo barroco y con muchas modificaciones, que continuó teniendo hasta... 1910, cuando Porfirio Díaz ordenó embellecerlo para las famosas fiestas del Centenario de la Independencia, en las que materialmente ``echó la casa por la ventana''. Para ello se contrató al arquitecto Manuel Gorozpe, uno de los consentidos del régimen y sus amigos, quien le agregó otro piso. En la década de los años 30 nuevamente fue intervenido; en esta ocasión se le agregó un piso más y los torreones laterales. También se le colocaron los paneles de azulejos que adornan la fachada hacia el Zócalo, que muestran los escudos: del Ayuntamiento de la Villa Rica de la Vera Cruz, de la Fundación de la ciudad de México, de Cristóbal Colón y de Hernán Cortés.
Esta última remodelación obedeció a la que se hizo en toda la Plaza de la Constitución para darle un carácter ``mexicano'', convirtiendo todos los edificios al estilo ``neocolonial'', ese desatino arquitectónico, aunque de muy buena fe, surgido del nacionalismo que generó el movimiento revolucionario. La locura incluyó modificar la hermosa fachada clásica del antiguo Centro Mercantil, intercalando sus columnas tipo griego con ¡tezontle!, combinación diabólica, pero como el tiempo cura todo, ya nos acostumbramos y vemos el conjunto hermosísimo, porque hay que reconocer que hay armonía, y eso ya es mucho.
En el marco de la remodelación mencionada, se edificó el que es conocido como el edificio ``nuevo'' del DDF, en lo que fue el Portal de las Flores. Ello coincidió con el cambio político que eliminó el ayuntamiento y la figura del alcalde, para dar lugar al Departamento Central y su titular nombrado por el Presidente, quien era el encargado de gobernar esta ciudad, hasta el último 5 de diciembre.
Así a partir de esos años 30, la capital se gobernaba desde el edificio ``nuevo'', símbolo de ese sistema. Ahora la antigua ciudad de México retoma el principio del ayuntamiento, con su gobernador elegido por la ciudadanía: Cuauhtémoc Cárdenas, quien con acierto decide volver al antiguo palacio que durante toda su historia fue sede del poder político local. Desde allí va a enfrentar el reto que presenta gobernar esta urbe gigantesca, complicada y bellísima. Para ello cuenta con el apoyo de sus habitantes y con la inspiración de estar en ese palacio, rodeado de los símbolos más importantes de los mexicanos, que se encuentran en el majestuoso zócalo que va a admirar cotidianamente desde su ventana.
Como complemento inspirador, puede degustar ricas comidas en los restaurantes de los alrededores, como el Cardenal, en la calle de San Ildefonso, o el Principal de la calle de Palma, que en su hermosa casona decimonónica, adornada con emplomados, ofrece comida mexicana acompañada de tortillas hechas en comal.