Masiosare, domingo 4 de enero de 1998



El campo de concentración de Pechiquil


Cuando arreciaron los ataques de los priístas armados contra las bases zapatistas y los del grupo de Las Abejas, muchas familias indígenas quedaron atrapadas en comunidades controladas por los paramilitares. Así, estuvieron casi dos meses recluidos bajo vigilancia, en verdaderos campos de concentración. Algunos indígenas de Pechiquil relatan aquí sus vivencias.

Antes de atacar Tzajalucum, los paramilitares habían marcado todas las casas del PRI para no quemarlas; las demás, como en la noche de San Bartolomé, fueron saqueadas. En Los Chorros y en Chimix también las marcaron.

(Los priístas) ``a diario salían a robarnos el café. Hacían 10 o 15 disparos, y los policías de Seguridad Pública nada más oían la balacera, sin meterse''.

Los indígenas obligados a permanecer en las comunidades eran tratados como prisioneros de guerra: hacían trabajos forzados y sufrían severos castigos. El 19 y el 20 de noviembre, los paramilitares atacaron Tzajalucum, incendiaron casas, robaron todo y obligaron a unas 20 familias a trasladarse a Pechiquil.

``El que no coopera lo amenazan y lo amarran'', dice Lorenzo López Arias. ``Desde el 20 de noviembre nos obligaron a unas 60 personas de Las Abejas. Cuando fueron a tronar los balazos a Tzajalucum estábamos rezando en la iglesia. Llegaron los priístas armados y nos obligaron a estar con ellos. Nos tuvieron todo el día en un templo presbiteriano. Después de quemar varias casas nos obligaron a hacer cosas malas: cargar (robar) café, frijol y todas las tenencias de nuestros compañeros que huyeron. Estuvimos cargando todo el día. Saquearon la tienda cooperativa. Luego nos llevaron a Pechiquil junto con los priístas.''

Sigue diciendo:

``En Pechiquil hicieron un acuerdo los paramilitares y los priístas. Nos obligaron a firmar un acta que éramos del PRI. No pudimos hacer nada. Nos obligaron por las amenazas. Y no queremos morir. Por eso obedecimos todo lo que nos mandaron. Ellos nos prohibieron hablar con la gente que llegaba de fuera, ni siquiera con la prensa. Tenían escogido a Hilario Guzmán Luna para entrevistarse con los periodistas, y decía las cosas al revés: que eran los zapatistas y la sociedad civil los agresores. Por eso no pudimos informar antes. Quedamos mes y medio encerrados''.

Otra voz, que no se anima a identificarse, reitera:

``Nos tenían vigilados. Comíamos lo que nos daban. Como tienen contacto con otros priístas y con el gobierno, nos repartían un poquito de maíz. Los priístas de Tzajalucum nos obligaron a robar y a cortar café de los refugiados. Si no querías robar, los priístas pedían cooperaciones para comprar armas. Primero fueron 50 pesos por familia, luego otro pago de 22, después 50 pesos y al final 100''.

Una voz más agrega:

``Había que pagarlo a Pablo Hernández Pérez (ex militar y jefe de la banda armada). Teníamos miedo, estábamos muy maltratados. Por eso muchos compañeros salieron, por las amenazas. Cuando alguien se negaba a trabajar, ellos disparaban al aire para intimidar a la gente. Sobre todo Mariano Pérez Ruiz, que además vendía armas. El 29 de diciembre nos escapamos. Nos ayudaron los de derechos humanos a salir''.

Y los desplazados guardan silencio, comiendo tortillas frías con sal, igual que otras casi 8 mil almas, en el inmenso refugio en que se ha convertido el pueblo de Polhó (Jesús Ramírez Cuevas)