En su discurso de aceptación del Premio Nelly Sachs, Javier Marías reparó en una paradoja que atañe a todas las literaturas. Los clásicos de una lengua tienen algo de textos sagrados; sus letras numerosas son inmutables, y los lectores del porvenir quizá tendrán que entenderlos con notas de pie de página. En cambio, los clásicos traducidos pueden ponerse al día: los alemanes dispondrán de un Quijote futuro que en español será siempre idéntico a sí mismo. Las mejores traducciones rebasan la tarea vicaria del traslado lingüístico para transformar la lengua de llegada y arrojar nueva luz sobre otra cultura. En esta fecunda tradición se inscribe la joven escritora mexicana Una Pérez-Ruiz, quien en 1997 logró la difícil proeza de incoporar tres obras maestras del francés a nuestra literatura: El niño de arena, de Tahar Ben Jelloun; Rimbaud el hijo , de Pierre Michon, y La estrella de madera, de Marcel Schwob. El niño de arena, publicada por Joaquín Mortiz y merecedora del Premio Goncourt, recupera el tejido de Las mil y una noches y lo inserta en el mundo árabe contemporáneo (Jelloun nació en Marruecos, en 1944). La novela es una dilatada reflexión sobre la identidad sexual. Un hombre que ha tenido siete hijas decide que su próximo hijo será varón; en sueños, adivina que la felicidad no es atributo de la biología sino de la voluntad. Así, cuando nace su octava hija, decreta que se trata de un hijo. Gracias a esta simulación, Ahmed es el favorecido de su estirpe; con el tiempo, también será una criatura torturada que trasladará las duplicadas pasiones de su cuerpo a las páginas de un diario. El libro arde con el combustible de la escritura pero una vaga memoria del suceso queda en boca de diversos relatores. La gente se reúne en una plaza a completar y contradecir la ambigua biografía de Ahmed. Poco a poco los narradores comprenden que el cuento les fascina porque se resiste a ser contado. En torno a este límite infranqueable se enhebran los hilos de una trama que llega al Buenos Aires de Jorge Luis Borges. El admirador de Burton y de las Mil y una noches, el celoso guardián del aleph y del zahir, debe cerrar la última puerta del laberinto. Jelloun conoce a fondo las estrategias borgianas; sin embargo, lo más sugerente es que se ocupa de un tema repudiado por el autor de El libro de arena. En el prólogo a La invención de Morel, escribe Borges: ``A Shakespeare, a Cervantes, les agrada la antinómica idea de que una muchacha, sin disminución de hermosura, logra pasar por hombre: el móvil no funciona con nosotros.'' Jelloun sabe que su historia no sólo es inverosímil sino imposible; por eso mismo le fascina; relata lo que no quiere ser dicho y en su sucesiva reinvención de la realidad se sirve de los relatos concéntricos de Oriente y del inagotable aleph que reposa en un sótano argentino. Como el laberinto de Borges, El nino de arena es una casa labradaÊpara confundir y fascinar a los hombres. Autor de las excepcionales Vidas minúsculas, Pierre Michon (1945) llega al español de México a través de Rimbaud el hijo, publicado por Aldus. Una Pérez-Ruiz recrea un relato que es un ensayo que es un poema en prosa. Michon parte de una metáfora fundacional: la vida de Rimbaud coincide con la invención de la fotografía; así, su libro semeja un cuarto de revelado donde la escritura trabaja como los líquidos que trazan imágenes sin despojararlas de su misterio. Para Michon, ``revelar'' equivale a plantear enigmas. La vida y las palabras del poeta, y los testimonios de quienes lo conocieron, se convierten en sombras de luz que producen asombros en la página. La estrella de madera, publicada por Verdehalago y el Instituto Cultural de Aguascalientes, llega a nosotros cien años después de que Marcel Schwob la escribiera. La fábula narra la vida de Alain en la penumbra del bosque y lo acompaña al deslumbrante hallazgo de lo que hay más allá de las espesas frondas de los árboles. El encuentro de excepción no se producirá con las estrellas distantes ni con la compleja sabiduría de los astrólogos terrestres, sino con una burda estrella de madera a la que el niño otorgará significado. Gracias a Pérez-Ruiz, también en español La estrella de madera es un triunfo del estilo. Como muestra, esta descripción de las estrellas de mar: ``Eran seres rayados, de colores inciertos, rosados violáceos, manchados de bermellón, ocelados de azul, y cuyas heridas exhalaban un fuego pálido. Parecían extrañas palmas de las manos, alrededor de las cuales se crispaban dedos adelgazados; manos errantes, muertas tiempo atrás, arrojadas por el abismo que envolvía el misterio de sus cuerpos, hojas carnosas y animadas, hechas de carne marina; bestias astrales vivientes y móviles en el fondo de un cielo oscuro.'' En palabras de José Emilio Pacheco: ``Una Pérez-Ruiz culmina por ahora las lecturas mexicanas de Marcel Schwob en el siglo XX y anticipa las del siglo XXI.'' Incoporar tres obras claves del francés a nuestra literatura es suficiente empeño para una vida. Una Pérez-Ruiz lo logró en el año que acaba de concluir. Un pasaje de El niño de arena resume la fecundidad de sus prospósitos: ``Vamos a habitar en esta gran casa [...] Estaremos adentro de los muros, y de ese círculo, saldrán tantas calles como noches tengamos que contar.''
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La segunda astucia es menos arriesgada. Es una astucia defensiva. Su descripción figura en un libro de Remy de Gourmont, aunque el maestro francés atribuye su descubrimiento al ingeniero argelino V. Cornetz. ste, ``valiéndose de la psicología y del álgebra'', logró demostrar el siguiente teorema: ``en todos los juegos de habilidad, el jugador está tentado a atribuirse una capacidad muy superior a la que en realidad posee''. Este poco prometedor y hasta trivial enunciado tiene, como veremos, inesperadas consecuencias. Cuando juegas una partida de ajedrez y pierdes, tu reacción es, generalmente, preguntarte: ¿dónde me equivoqué? Es decir, atribuyes tu derrota a un error de estrategia y dejas a salvo tu capacidad para el juego. Si ganas, no te sorprendes; si pierdes, te dices: ``pude haber jugado mejor, pero no me concentré y cometí errores''. Esta actitud indica que el triunfo muestra tu capacidad, pero la derrota no demuestra tu incapacidad ni te hace reconocerla, porque toda derrota es interpretada como accidental, no está ni puede estar probada; tu pensamiento es: ``si volvemos a jugar, podría ganar''. Un tablero de ajedrez de ébano y marfil tenía grabado en la hermosa caligrafía árabe el lema ``Todo perdedor tiene siempre una excusa''. Y sí, el jugador sobrevalora de tal modo su posible destreza y maneja con tal habilidad las excusas, que puede considerarse en el fondo prácticamente invencible. Así cae en la ilusión de su propia grandeza como jugador. Ahora, si consideramos la variedad e importancia de los juegos de habilidad, veremos de qué estamos hablando. stos incluyen, entre muchos otros, la guerra, el matrimonio, el trabajo artístico, la investigación científica. Y, también, las adicciones, por ejemplo, y en ellas es esta ilusión sobrevaloradora la que mantiene al alcohólico sumido por años en la dependencia. El alcohólico sobrevalora sistemática y esencialmente su capacidad de controlar la pócima, y por aplastantes y reiteradas que sean las derrotas que el elixir le inflige, no entiende ni reconoce su incapacidad. Lo mismo en los matrimonios infernales: los cónyuges no ven en los pleitos, reproches y disgustos constantes prueba alguna de su incapacidad de convivencia, y viven bajo la ilusión de que ``esta vez si pueden ganar'' y mejorar sustancialmente la relación (aunque hay que admitir que la astucia del cielo y el infierno funciona también, y muy bien, en estos casos, de otro modo inexplicables.) Y en las guerras no se diga. ¿Qué poderosa ilusión llevó, por ejemplo, a la Argentina a provocar la furia de una vieja experta en guerras como Gran Bretaña, o a Hussein la de los países desarrollados en su conjunto? ¿Qué fantasmagóricas esperanzas pudieron en mala hora apoderarse de ellos? Pero esta astucia del jugador es ambivalente. Lo que opera negativamente en el adicto, el soldado o los matrimoniados, tiene un carácter positivo y hasta heroico en el artista o el científico. Los cuadros hasta ahora pintados no son la maravilla de maravillas, hay algo de derrota, los dioses de la pintura no le han sonreído ni dado a manos llenas, como creía, pero ¿va a dejar de pintar por esto? De ningún modo, porque esto no quiere decir que los próximos cuadros no vayan a ser sorprendentemente buenos. Mañana, tal vez mañana, cras, cras, como grita el cuervo de la esperanza. ¿Y por qué no? ¿Quién se atrevería a decir que es imposible? ¿No está ahí el ejemplo de Mark Rothko, pintor desahuciado y súbitamente brillante? Vista desde ese lado, la astucia del jugador es, si se me permite la desbocada expresión, la flama sagrada, la bendita inquietud que hace de un creador un creador. Porque, ¿qué artista o qué científico no ha conocido la frustración y el desaliento ante la magnitud de lo que quiere alcanzar? Y la ilusión puede no ser ilusión, y el esfuerzo, la diligencia sobrehumana, rompen toda limitación y entregan sus frutos. No sólo la historia registra estos casos, sino que esta astucia puede alzarse como condición de validez; porque, ¿qué otro motor legítimo hay para la persistencia en el trabajo creativo que no sea la insatisfacción? Pero no sabemos ni podemos saber si estamos en el lado vicioso o heroico de esta astucia, y ese es su chiste.
Pocas cosas han sido más celebradas en la historia de la red que la decisión de la Suprema Corte de Justicia estadunidense de rechazar la propuesta de la Ley de la Decencia en las comunicaciones, y con ella el intento del gobierno de Clinton por censurar y controlar Internet. En la imaginación se trataba de la batallaÊde David y Goliat: los irredentos cibernautas subversivos, armados únicamente con la moral y la razón, se enfrentaban al Moloch, al Big Brother represor, para defender el primer medio de comunicación que ofrece al ciudadano común y corriente la posibilidad de hacer oír su voz. En la realidad, el combate fue mucho menos maniqueo. Es cierto que miles de usuarios de la red estaban dispuestos a defender el ciberespacio a cualquier precio, pero quienes pusieron el dinero, los abogados y la propaganda, fueron corporaciones, las cuales estaban mucho más preocupadas por el libre mercado que por la libertad de expresión. A cambio de censura, reglamentaciones y policías, los defensores de la red ofrecieron autorregulación, algo semejante a lo que hizo Hollywood con el célebre Código Hays, el cual era un mecanismo de autocensura impuesto por los propios estudios con la intención de mantener alejado al gobierno, la Iglesia y cualquier otro grupo poderoso. El resultado fue un éxito, en tanto que los estudios lograron conservar el control creativo y establecer los estándares de lo que podía y no podía verse en la pantalla. Por otra parte, a esto se debe la actitud sexualmente timorata y políticamente cobarde que ha caracterizado (salvo honrosas excepciones) al cine de Hollywood. La mayoría de quienes se manifestaron en contra del control gubernamental, están en favor del uso de filtros privados para que cada usuario determine qué puede ``entrar'' a su hogar. Algunos de estos programas ya se encuentran en circulación, como Cyberpatrol, Cybersitter y NetNanny, y ofrecen la posibilidad de determinar lo que es aceptable mediante una combinación de búsquedas automáticas y criterios de discriminación humanos. Esencialmente se proponen cuatro soluciones tecnológicas: programas filtro (varias compañías elaboran listas de sitios inapropiados, a los que impiden la entrada), autoclasificación (los propietarios de las páginas deben calificar su contenido en una escala de 0 al 4), clasificación por terceras personas (como el PICS) y listas blancas (varias empresas elaboran listas de sitios recomendables a niños). El problema es que nadie puede saber con precisión que ha sido censurado. Para que estas tecnologías funcionen hace falta que cada página reciba una clasificación de acuerdo a su contenido, pero al no existir un criterio oficial, diversas organizaciones (iglesias, ligas y sociedades) ya se precipitan a lanzar sus propios sistemas de clasificación.
La plataforma censora PICS
Científicos e ingenieros del MIT acaban de lanzar un sistema denominado Plataforma para Selección de Contenido de Internet (PICS), el cual amenaza con bloquear porciones gigantescas de la red, ya sea por su contenido, o (más frecuentemente) por carecer de clasificación. En el www hay más de 1.5 millones de sitios, además de que diariamente aparecen y desaparecen cientos de páginas, y es imposible crear y mantener un censo actualizado. Los sitios que han sido clasificados y aquellos que se han autoclasificado, apenas son un pequeño porcentaje de todo lo que hay en el espacio vitual. El uso que cada quien le da al PICS es asunto privado, pero esta plataforma fue diseñada para poderse adaptar a servidores computacionales grandes, de manera que puede ser utilizado por gobiernos, empresas, el sistema escolar, las bibliotecas y servicios comerciales de acceso a Internet, como Compuserve y America On Line. PICS es en teoría muy flexible y permite a cada quien crear su propio sistema de clasificación, pero como siempre habrá muy pocos que invertirán su tiempo en hacerlo y adoptarán en cambio el que proponga por default el software. PICS cambia la arquitectura de Internet con el fin de simplificar la clasificación y filtrar el contenido, y aunque permite que se aplique una variedad de clasificaciones, requiere que todo sea calificado. PICS le simplifica el problema de censura a los gobiernos, que tan sólo tendrán que aprovechar el trabajo sucio realizado por la iniciativa privada y aplicar esta tecnología a sus programas ideológicos. La democracia no funciona cuando los temas controvertidos son filtrados.
La guerra de los browsers
Los estragos causados por estos filtros se suman a las consecuencias de la famosa guerra de los browsers. Netscape y Microsoft Explorer, los programas más populares para recorrer la red, en su lucha por conquistar el mercado han comenzado a crear etiquetas propias de html que la competencia no puede reconocer. De modo que muchos sitios diseñados para Explorer ya no pueden ser visitados con Netscape y viceversa. Así, tristemente somos testigos de la división del www a manos de dos imperios corporativos que no tienen nada de virtuales y que van a influir dramáticamente la manera en que la red será usada en el futuro.
Naief Yehya
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