DobleJornada, lunes 5 de enero de 1998
Levantarse al amanecer para lidiar con el hambre, la marginación y la guerra, es una realidad que comparten desde hace 500 años las herederas de las Primeras Naciones de Abya-Laya, decididas, de ahora en adelante, a unirse en tareas colectivas para remendar el destino y ganar nuevos espacios donde se escuchen sus voces como ``mujeres independientes, de un solo corazón y con un mismo puño en alto''.
``Vinieron del norte, del sur, del este y el oeste, de allá donde termina el cielo y comienza el mecapal. Analizaron, discutieron, consensaron, reclamaron su derecho a la palabra, la libertad, la paz y la autonomía'', y mostraron su visión distinta de vida y tiempo.
Desde tierras distantes, con la prole a cuestas y los pies descalzos, un grupo de mujeres de rostro cobrizo, cobijado por mullidas faldas de impecable bordado y color festivo, se reunió durante cuatro días en el contrastante trajín del Distrito Federal para hablar de la violencia y la discriminación que enfrentan cotidianamente, y de las condiciones de miseria en que sobrevive medio centenar de culturas de los pueblos originarios de América, en la víspera de un nuevo milenio.
``Se eligió a México como sede del II Encuentro Continental de Mujeres Indígenas: Avanzando en la Diversidad, Construyendo Nuestra Identidad, debido a la guerra en Chiapas. La situación es difícil, porque luchamos a la vez por el reconocimiento de los pueblos indios y por nuestra particularidad como mujeres dentro de las propias comunidades'', comenta en entrevista Blanca Chancoso, mujer quechua de hablar pausado y mirada luminosa, preocupada por la persistente agresión de la que son objeto.
Explica: ``Tenemos varios tipos de violencia. La intrafamiliar que es recurrente, la de una sociedad que no ha aprendido a respetarnos, la gubernamental, desde donde se nos imponen modelos económicos y educativos de aniquilamiento, y la político-militar, que resulta mucho más dura para nosotras que tenemos los estómagos vacíos y somos discriminadas por ser mujeres y ser indias nomás''.
Para Blanca, impulsora del I Encuentro Continental (Quito, Ecuador, 1995) --quien compartió con sus compañeras largas horas de viaje azaroso para llegar con poco dinero y mucha esperanza a la antigua Tenochitlán--, ``si bien la voz de las hijas de las culturas milenarias, que es también la de la pobreza, y la explotación, ha comenzado a escucharse no sólo en foros internacionales antaño inaccesibles, sino al interior de los mismos pueblos indígenas, no ha conseguido aún que los gobiernos reconozcan en sus constituciones a los estados pluriétnicos, ni tampoco que en el seno de sus familias dejen de ser vistas como quienes sólo sirven para parir y echar fuego al comal''.
A la representante ecuatoriana la secunda Sofía Robles, una de las anfitrionas del Encuentro, que se otorga unos minutos para conversar, a pesar del cansancio: ``Las propuestas de las mujeres indígenas coinciden con la reivindicación de género de otros grupos, pero tenemos una cultura propia y una condición distinta ligada a la situación económica, la desigualdad y las formas de organización interna''.
De gesto cálido y palabra brillante como el resto de sus compañeras, Sofía detiene en la reunión de Pekín su puntual recuento sobre la incursión de las indígenas en conferencias y foros mundiales feministas, para dirigirse en su lengua a ``las hermanas asistentes'' que organizan la estancia de los comités participantes en un hotel de la ciudad.
Instantes después, la mujer mixe retoma el hilo de la charla: ``Las delegaciones aquí reunidas hemos logrado aterrizar nuestras demandas en cuatro puntos fundamentales, que tienen que ver con capacitación y formación de liderazgos indígenas, estrategias de coordinación, comercialización de artesanías, reconocimiento a la propiedad intelectual, búsqueda de financiamiento y apertura de espacios en las Nacionales Unidas, en el marco del Decenio de los Pueblos Indios''.
Observa el desarrollo de las mesas de trabajo --que abrieron sesiones en el Museo de la Ciudad-- donde se discuten temas relacionados al genoma humano y la biodiversidad, y prosigue: ``lo más urgente ahora es afianzar nuestra presencia y encontrar mecanismos de socialización que nos permitan difundir lo aprendido y articular un movimiento político amplio de mujeres indígenas con solidez regional, fuerza continental y respaldo internacional''.
Siempre atenta, la tzotzil Margarita López coincide en que la dinamización de este proceso podría influir en la restitución de ``la paz que reclamamos los zapatistas en Chiapas, donde enfrentamos la opresión de los cercos militares que han borrado nuestro derecho a vivir en libertad, y han dejado en nuestras tierras huellas de violación y matanzas''.
En la declaración del Encuentro -al que por razones de salud no pudieron integrarse ni la comandante Ramona ni Rigoberta Menchú--, las organizadoras nacionales junto con las delegadas de Perú, Guatemala, Bolivia, Colombia, Canadá y Argentina, se solidarizaron con el movimiento zapatista, exigieron al gobierno mexicano el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés Larráinzar, la reanudación del diálogo, y el retiro inmediato de las tropas del Ejército que operan en la región, y convinieron en una agenda de trabajo de 15 puntos para promover su participación en espacios institucionales y reforzar las estrategias de unidad continental.
Antes de que el humo del copal marcara la hora del regreso a las comunidades, donde siempre les esperan dobles jornadas de trabajo, Verónica Huilipan, de la región mapuche, lanzó el mensaje final: ``Por la guerra, el hambre o la migración de los hombres, nosotras hemos ido asumiendo liderazgos internos y hemos salido de nuestros pueblos para hablar. Los apoyos en el camino han sido importantes, pero a partir de este momento histórico hemos decidido desligarnos de todas las organizaciones no indígenas para asumirnos como destinatarias de la preservación familiar y cultural de las Primeras Naciones y como forjadoras de nuestro destino''.