DobleJornada, lunes 5 de enero de 1998


La juventud de la vejez

Las reinas magas


PATRICIA CAMACHO



Esta noche, sin importar tu edad, quítate el zapato, colócalo en el quicio de tu ventana y apréstate a recibir con cariño el regalo que han forjado para ti Las Reinas... las reinas magas.

El regalo consiste en transmitir la enseñanza de que ``ser mujer es muy valioso, que la meta en la vida es llegar a ser una mujer sabia, y aprender que la pérdida de la juventud no es la pérdida de la vida, sino la entrada a otra adolescencia, en la cual se tiene que redefinir la identidad personal'', señala la reina maga Graciela Hierro (DF, 1928), doctora en filosofía por la UNAM y directora del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de esa misma casa de estudios.

Integrante del grupo Las Reinas, que surgió hace una década ``a partir de la reflexión de nuestra propia vida'' y que tiene como objetivo ``estudiar el envejecer de las mujeres'', Graciela Hierro sonríe con agrado cuando le propongo que al monárquico nombre de su agrupación, le agreguemos el de ``magas'', por tratarse de feministas que, con su hacer, forjan diariamente un regalo para el resto de las mujeres, particularmente para las actuales niñas, futuras mujeres, que gracias a la reflexión y luchas feministas de hoy encontrarán un futuro mejor.

Y ese regalo inconmensurable se halla materializado en un objeto simbólico que poseen Las Reinas: el logotipo que con un círculo y una cruz remite a lo femenino, pero al que en este caso le han agregado un ámbar en el centro, para connotar ``la sangre sabia que no se derrama''. Y cuando alguna de sus ``hijas simbólicas'' experimenta por primera vez la llegada de la menstruación, le obsequian el mismo logotipo en plata, pero en lugar del ámbar le colocan un rubí en el centro, el cual representa la sangre que fluye.

``Yo tengo un montón de hijas simbólicas, porque mientras los hombres establecen pactos de poder, las mujeres nos relacionamos a través de genealogías, que permiten construir una relación de afecto, a la que las italianas llaman affidamento, y a la cual nosotras podemos sumar relaciones de poder, pero que por el nexo afectivo resultan diferentes'' a las entabladas desde la perspectiva masculina.

Así como hijas y nietas simbólicas, Graciela Hierro reconoce la maternidad de ese mismo tipo que le merecen Rosario Castellanos, ``aunque ella y yo seríamos casi de la misma edad'', y Betsy Hollants, fundadora de Vemea y quien sirvió a Las Reinas de motor de inspiración para bordar en torno a la pérdida de juventud de las mujeres.

Con ese bagaje y con el que le han transmitido a Graciela Hierro sus abuelas simbólicas, Sor Juana y Santa Teresa de Jesús, y a partir del trabajo de reflexión colectiva que realizan al interior de su grupo, Las Reinas imparten talleres en toda la República mexicana, los cuales abordan las siguientes temáticas: ``Mujeres, después de la juventud ¿qué?'', ``Yo mujer, frente al envejecer y el morir'', ``Las mujeres y la soledad'', ``Madres e hijas, hijas y madres, amor y ambivalencia'', y ``Las mujeres y el amor'', que se impartirá a mediados de este año.

Su trabajo consiste en convertir la vida, como lo planteó el filósofo Michel Foucault, ``en una obra de arte'', que se debe comenzar a elaborar desde la niñez y la juventud. Al respecto, Graciela Hierro saca de las páginas de su libro De la domesticación a la educación de las mexicanas, el poema Rosa de la tarde, de la estadunidense Jenny Joseph, y el cual dice:

Cuando sea vieja, vestiré de morado,
con un sombrero rojo que ni haga juego,
ni me quede bien,
y me gastaré el dinero de mi jubilación
en coñac y guantes de verano,
y sandalias de raso.
Y diré que no hay dinero para mantequilla.
Me sentaré en el pavimento
cuando esté cansada
y devoraré muestras de las tiendas
y oprimiré los botones de alarma
y rasparé con mi bastón los barandales de las calles.
Y compensaré la austeridad de mi lejana juventud.
Saldré a caminar bajo la lluvia en zapatillas,
y arrancaré flores de jardines ajenos
y aprenderé a escupir...
Pero, tal vez debiera practicar un poco todo eso desde ahora.
Así la gente que me conoce no se asombrará,
ni se escandalizará al ver que, de pronto,
soy vieja y me empiezo a vestir de morado.

Visible la línea negra que delinea el contorno de sus ojos, con la mirada clavada en su escritorio, como cetro una pluma y como corona una cabellera encanecida, a Graciela Hierro le brota un ``¡Uy, pues qué felices!'', cuando le digo que hay quienes sostienen que no hay patriarcado en Latinoamérica. Y agrega: ``Sí, también hay quienes sostienen que no hay pobres en México, que hay igualdad en el mundo y que no habrá más guerras. Pero el patriarcado es el poder del padre en la familia, el patrón en la vida del trabajo y el padre eterno en el cielo. Pero eso no es un sistema insalvable ni la única forma de organización política. Cuando se diga que los hombres y las mujeres comparten el poder, entonces será otra cosa''.

Estando en su pequeña oficina del PUEG, custodiada por las fotografías de sus hijas, sus hijos, sus nietos y sus nietas biológicas, y por las imágenes de sus abuelas simbólicas, me fue inevitable preguntarle a Graciela Hierro su opinión acerca de la sustitución que muchas personas hacen del término ``feminista'' por el de ``género'', como no queriéndose comprometer políticamente con el primero. Ella respondió:

``El feminismo es un movimiento político que busca el poder de las mujeres. Su arma política son las Organizaciones No Gubernamentales, los movimientos de ciudadanas, de mujeres indígenas, etcétera, pero tiene además un arma teórica, que es la categoría género, que no lo suple. Ahora, la palabra feminista es atacada por los patriarcas, como que corresponde a lesbianas -como si ser más o menos valioso dependiera de la opción sexual--, a desorbitadas, a locas, a poco atractivas para los hombres. Pero todas las mujeres son o pre-feministas o feministas, porque sólo basta preguntarles: ¿quieres decidir tu vida?, ¿quieres participar en la aventura de cambiar el mundo? Se autonombren feministas o no, lo importante es querer ser libre. Y las mujeres tenemos que alcanzar nuestra libertad''.

Graciela Hierro escribe actualmente el libro Etica del placer, en el que plantea que las mujeres tenemos que pasar de la ab-negación a la reivindicación del derecho al gozo, que pasa por la reapropiación de nuestro cuerpo, ejerciendo nuestra decisión de lo que queremos o no hacer con él.