DobleJornada, lunes 5 de enero de 1998
Las marchantas de la cumbre
Son las mujeres encumbradas. Muchas de ellas son feministas; han llegado a la cima del poder económico, político, académico, cultural. Por lo general son vistas, a la distancia, con admiración, envidia y hasta con temor por el común de las y los mortales. Muy claro, pero ¿cómo viven su cotidianidad? ¿Cuánto dinero dedican a su imagen personal y bajo qué criterios lo hacen? ¿Usan bilés indelebles, rastrillo o cera en las piernas o desodorantes de bolita? Porque si ellas se preocupan por estos asuntos, es evidente que tal actitud no importa en la mercadotecnia, ya que han sido menospreciadas por las grandes cadenas comerciales y los publicistas bajo el estigma: ``mujer que piensa no consume''.
¿Esto es verdad?, le preguntamos a la escritora Guadalupe Loaeza, célebre por describir la vida frívola de las niñas bien --lo que le valió intitular un libro: Compro, luego existo. ``Nada más falso'', respondió; ``las mujeres que ganamos nuestro dinero y tenemos una imagen pública que cuidar somos muy consumistas; somos más conscientes, es verdad, pero no por eso dejamos de ser influenciadas por la publicidad''. Ahora como nunca las mujeres encumbradas cuidan su imagen personal. Muchas de ellas viajan y van de shopping en el extranjero. Aquí compran en los salones internacionales de los almacenes El Palacio de Hierro (son ``totalmente Palacio'') o Liverpool. Hidratan su cutis, cuidan el maquillaje, su corte de cabello, porque saben, dijo, que ``como te ven te tratan''. Y para la especialista Loaeza, la senadora priísta Rosario Green es ejemplo de todo lo anterior.
¿Pero qué hay de las feministas y políticas de izquierda encumbradas? Porque tienen fama de ser fachosas, de no usar maquillaje y de ocultar las rodillas bajo pantalones o tremendas faldas. ``Es un prejuicio absurdo. Ese mito se quedó en los años 70, en los 80. Claro, hay sus excepciones. Tú podrías pensar que una Julia Carabias o una Beatriz Paredes son perredistas, pero ya es su personalidad. Ve a una Marta Lamas, a Amalia García, que es conservadora y elegante en el vestir, lo mismo que Rosario Robles, o Celeste Batel''.
Para Guadalupe Loaeza los tiempos de shopping han cambiado para las mujeres encumbradas de la izquierda. Ahora invierten en su persona y, a diferencia de épocas anteriores, ``lo hacen sin culpa, porque antes pensaban que hacerlo las haría ser tachadas de burguesas'', por lo que en el umbral del nuevo milenio, y ya desde el poder, han cambiado su estereotipada imagen: ``Estuve en la reunión posterior a la toma de posesión de Cuauhtémoc Cárdenas, y me llamó la atención que no veías a nadie con huipil, a nadie con jorongo, a nadie con un morral'', describió la escritora, sin por eso negar que sean comunes los híbridos en los clósets de las susodichas: al lado del vestido Julio y de los zapatos Gucci, están los imprescindibles huipiles y huaraches para las marchas (porque quizá Lupita Loaeza, al igual que un psicoanalista, nunca entenderán el poder fascinante de una chamarra vieja de mezclilla). Para finalizar, la escritora lanza un reto a los publicistas: crear campañas publicitarias para este sector de mujeres inteligentes, exitosas y con poder adquisitivo, basadas más en la calidad de sus productos que en el uso de un cuerpo de mujer.
Marchanta viene del francés marchand: comerciante, mercader, compradora. Toda mujer que vende o compra es una marchanta. ``Marchantita'', se dice de manera entrañable en los mercados. Guadalupe Loaeza y muchas más son las marchantitas de la cumbre, y desde este espacio, Doblejornada intentará acercarse a sus roperos, tocadores y alacenas. ¿Les gustan las medias de lycra, de liguero, negras o con dibujitos sofisticados? Pásenle, marchantas, con confianza, y esperen a que llegue la carga de información para el siguiente número. Nomás que ``si no compran, no magullen''.