La Jornada lunes 5 de enero de 1998

Iván Restrepo
Ecocidio en Chiapas

En el último cuarto de siglo, el gobierno ha contado con numerosos diagnósticos sobre los graves problemas que distinguen al trópico mexicano. Un lugar destacado lo ocupan la deforestación y la ganaderización extensiva que merma diariamente ecosistemas claves para lograr un desarrollo sostenible. También diversas instancias oficiales han tenido oportunidad de conocer propuestas sensatas para evitar que se siga perdiendo una riqueza incalculable, una biodiversidad que, bien utilizada, serviría para sacar de la miseria a millones de personas que viven en el sur y sureste de México.

En esos diagnósticos igualmente se desecharon algunas falsas creencias. Por ejemplo, que las áreas tropicales fueran el futuro granero del país, como decían algunos técnicos gubernamentales; o el espacio más adecuado para establecer una ganadería destinada a abastecer de carne y leche el mercado nacional y a nuestro socio del norte; ni el lugar ideal para disminuir, vía la colonización, la presión demográfica sobre la tierra en el centro y norte del país.

Pese a tantas advertencias, el gobierno hizo lo contrario a lo que dictaba la sensatez. Como fruto, Veracruz, Campeche, Tabasco, Quintana Roo, Oaxaca y Chiapas, perdieron millones de hectáreas de invaluables selvas sin que ello terminara la pobreza o los problemas de la tierra. En cambio, se agudizaron los desajustes ambientales, sociales, políticos y económicos en zonas ocupadas preferentemente por grupos indígenas que conocían el manejo racional de los recursos. Esos desajustes no pocas veces se agravaron gracias a los programas que la tecnocracia impuso desde sus escritorios de la capital y que enriquecieron a unos cuantos funcionarios, contratistas y latifundistas, nunca a los que estaban dirigidos. Nadie negaría hoy el fracaso de la colonización dirigida por el Estado, el enorme error de patrocinar oficialmente la deforestación masiva de extensas áreas para dar paso a una ganadería extensiva irracional y a cultivos exitosos en otras latitudes pero que en el trópico no funcionan por las condiciones ambientales prevalecientes.

En el caso de Chiapas, la acción gubernamental no ha podido ser más desafortunada. Si hoy lamentamos la violencia desatada desde el poder contra los indios, debemos agregar el ecocidio que ha sufrido y sufre dicha entidad.

Los programas que en diversas épocas se han puesto allí en marcha, no han servido para sacar de la miseria a cientos de miles de familias. Por el contrario, crearon una mayor desigualdad. Como ayer, en el centro de los problemas figura un injusto sistema de uso y tenencia de la tierra, y de apropiación de los recursos y la riqueza. Por un lado, el minifundismo extremo en que se debaten miles de familias y que las obliga a hacer, muy a su pesar, uso extremo de los recursos naturales que las rodean para no morir de hambre, y a expander la frontera agrícola sobre preciadas áreas forestales. Por el otro, grandes propiedades y recursos en manos de unos pocos; y que con el apoyo de las autoridades, en ocasiones han despojado de sus tierras y recursos a las comunidades indígenas, utilizándolas además como reservorio de mano de obra barata.

Cada sexenio se promete resolver tan injusto panorama, pero con paños de agua tibia, cuando se requiere cirugía mayor. En el caso de los invaluables recursos, de la enorme biodiversidad que existe en Chiapas, está claro que, por ejemplo, no basta con decretar áreas naturales protegidas si a la par no se garantiza la existencia digna de los indios; que no podrán las autoridades achacar la destrucción y mal uso de los recursos a oscuros intereses, falsos mesías o la insensibilidad de los explotados de siempre. La parte clave de la tragedia ambiental radica en la concentración de la riqueza y el despojo, en el ejercicio indebido del poder y en las políticas destinadas a modernizar el campo y acabar con el ``atraso'' y la marginación. Políticas que, en ocasiones, sirven para reforzar la influencia de los finqueros, intermediarios, caciques y burocracias locales.

Cuando, nuevamente, se promete acabar con la injusticia en Chiapas, no debe olvidarse el papel que en combatirla ocupan los recursos naturales, desde siglos sostén de las comunidades indígenas. Tampoco, que los mejores garantes de su integridad y buen uso son precisamente los que hoy se ven despojados de ellos o los utilizan irracionalmente obligados por el hambre.