Testimonios indígenas de la incursión que ``no existió''
Hermann Bellinghausen, enviado, La Realidad, Chis., 4 de enero Ť Dieciséis horas duró el sitio de La Realidad, ayer. Esta mañana los niños y las niñas lucen pálidos, de la desvelada y el susto. Ningún fogón amaneció encendido. Las mujeres batallan por traer de vuelta el fuego a sus cocinas. Las mujeres de casa de Ruth limpian frijol para hacer una olla grande.
Hace frío. Todos traen el recuerdo de ayer a flor de labios, y el nerviosismo de quien sabe que no va a olvidar.
Saúl muestra el estanque de peces que tiene la comunidad a orillas del pueblo. Todos los peces muertos, boquiabiertos. Saúl sostiene un pescado en la mano y dice:
El Ejército Mexicano patrulla la
carretera
Oxchuc-Altamirano. Foto: Guillermo Sologuren
-Envenenaron el agua, los soldados. Ellos lo mataron los pescados.
De ser así, entonces el comando de 58 (ó 60 según otras versiones) soldados del Ejército Mexicano que ayer sitió La Realidad, sí habría entrado a la comunidad. Por lo menos hasta el estanque.
Por parvadas amplias, los niños retoman sus juegos, más gregarios de lo habitual, como acompañándose entre ellos. Muchas familias se juntaron a dormir, así que hoy amanecen juntas suegras, hijas y cuñadas. Los hombres andan también juntos, inquietos, en las afueras del pueblo y sobre la carretera.
Maximiliano, representante del pueblo, habla con la prensa reunida esta mañana, por ``invitación'' de la séptima Región Militar, para que los periodistas vean que los soldados no entraron al Aguascalientes ni encontraron armas, ni aprehendieron al subcomandante Marcos.
El Ejército nos ``invitó'' a que supiéramos, de boca de sus pobladores, que las tropas habían rodeado La Realidad. Que, en efecto, la habían amenazado. Que habían amarrado las manos a Víctor, ``el mudito''. Que a otro señor lo hicieron arrodillarse delante de ellos. Que a Ramón lo persiguieron hasta que se les perdió en el cafetal.
``Ellos del gobierno están violando la ley'', declara Maximiliano. ``Están deshaciendo el diálogo''.
El día amurallado
A las 7 de la mañana, según Maximiliano, apareció camino arriba ``el convoy del Ejército Federal''. A 500 metros de la comunidad ``se fueron desplegando en la montaña. Pasó un avión bien bajito''.
Llovía. La neblina ocultó la aeronave e impidió vuelos subsecuentes. No hubo helicópteros, y el avión de las noches de insomnio pasó una sola vez.
En la curva del despliegue quedó instalado un punto de vigilancia que dominaba el valle, con las ametralladoras emplazadas.
El resto del convoy descendió lentamente y atravesó por el medio La Realidad. Con el aliento contenido, los campesinos vieron pasar, desocupados, los vehículos para transporte de tropa, que junto con el resto del convoy (ambulancias, anfibios, Hummer) pasaron despacio Frente al Aguascalientes, en ese momento desierto. Se detuvieron 500 metros más abajo, en el campamento de la compañía constructora, que sigue intentando amasar una carretera en el rebelde lodazal de la Cañada.
Empezó a transcurrir la mañana
``Los sentíamos encima, relata Lorenzo, quien ya no cuida la tienda. Cambió de cargo, pero hoy sólo está en el camino.
Señala al monte en dirección a la frontera con Guatemala:
``Todo allí se metieron. Fue donde molestaron a los compas que encontraron en su trabajo''.
Hacia las 10 de la mañana, miembros del Campamento Civil de Paz se dirigieron al convoy detenido, tomándole fotos. El destacamento militar se retiró de inmediato y siguió su camino hasta la ribera del Euseba, tres kilómetros cañada adentro, rumbo a los Montes Azules. Allí se ubica otro campamento del Ejército Federal.
En el recorrido, otros cuatro Hummer se vaciaron de tripulantes, que ingresaron a la montaña, los cafetales y las milpas resecas del invierno.
Por allí encontraron un realideño y sus dos hijos menores a quienes preguntaron que dónde tenían sus armas, que dónde quedaba el ``campamento de milicianos'' (sic), que si habían visto a Marcos y que no se hicieran los pendejos, que dijeran. Aunque los soldados les apuntaban sus armas, este señor y sus hijos se alejaron de allí rumbo a la comunidad.
El día transcurrió en zozobra en La Realidad engarrotada. Nadie más osó ir por leña o a la parcela.
A las 7 de la tarde el convoy retornó del Euseba y cruzó de nuevo La Realidad. Llevaba 10 Hummer desocupados. Al alcanzar el puesto artillado que se instaló al principio, arriba del valle, se reunieron los 26 vehículos de patrullaje y asalto. Así permanecieron hasta las 23 horas, cuando los comandos terminaron su recorrido por los caminos y campos, por las poblaciones vecinas de Guadalupe los Altos y Santa Cecilia, y por las inmediaciones del Aguascalientes y las hermosas aguas de Xal'há.
La Marisela no quiere hoy ir al campo. Todavía teme que ``ande por el monte el soldado, y mucho espanta''.
``Están deshaciendo al diálogo''
Al hablar con los periodistas, Maximiliano declara que el gobierno ``está violando la ley. Se ve que el gobierno lo está ordenando que vengan así los militares''.
Dice que los soldados les apuntaron sus armas, y que en esas condiciones no pueden salir a trabajar sus campos.
``Estamos en nuestro pueblo y no nos salimos. Nosotros aquí nomás estamos con nuestros niños, no nos vamos a ir'', afirma por último Maximiliano, antes de ceder la palabra a todos los amenazados directamente por los soldados, incluido el mudo Víctor. Este, con ademanes y sonidos guturales, indica cómo le ataron las muñecas en cruz, lo empujaron y golpearon con las culatas de sus armas, y luego lo ahuyentaron violentamente.