ASTILLERO Ť Julio Hernández López
El velo sombrío de la tragedia política se paseó ayer durante largos minutos en la capital del país, cuando policías federales desenfundaron sus armas para enfrentarse a jóvenes simpatizantes zapatistas que habían tomado de manera pacífica la sede de dos estaciones radiodifusoras para difundir sus puntos de vista y protestar por la cerrazón y manipulación informativas que, a su juicio, campean en los medios nacionales.
Nada grave sucedió, es cierto. Y se podría decir incluso que a estas alturas el incidente parece disolver su peligrosidad en las aguas del litigio jurídico y de las negociaciones políticas. Pero nadie puede ignorar que en tiempos como los que corren se llegó al límite del riesgo y que, sin exagerar, otras serían las circunstancias en caso de haberse producido un tiroteo en el que acaso hubiesen fallecido jóvenes mexicanos empeñados en una acción política ciertamente violatoria de leyes y códigos, pero indudablemente, también, movidos por la convicción de que esas leyes y esas instituciones poco parece que puedan hacer para frenar masacres, injusticias y maltratos.
Mucho se puede escribir sobre los motivos y las razones de los jóvenes llegados a las difusoras, tanto para analizar la cabalidad de su argumento de cerrazones y manipulaciones, como para preguntarnos si esas acciones ayudan a resolver el problema o sirven para justificar endurecimientos y mayores trabas. También se puede disertar largamente sobre teorías jurídicas, ensayos de derecho penal y otros estudios que nos llevasen a justificar normativamente el hecho de que policías presentes durante la comisión flagrante de un delito usen sus armas para intentar la detención de presuntos infractores.
Pero lo que nadie puede ignorar hoy, en este México dolido y conmovido por la matanza de Acteal, en este México harto de asesinatos políticos, violaciones a la ley, impunidades y retorcimientos jurídicos para favorecer a los poderosos, en este México crecientemente alejado de la mínima credibilidad en leyes, instituciones y funcionarios, es que no se pueden sostener indefinidamente las condiciones políticas y sociales que son capaces de crear la terrible posibilidad de una acción policiaca sangrienta contra jóvenes movidos por ideales de reivindicación y de justicia.
El episodio de ayer en las estaciones radiodifusoras parece mostrarnos ya, en las asfaltadas calles de la mucho tiempo insensible ciudad capital, los extremos de la desesperación y los peligros de la polarización. La descomposición de hermanos paí- ses centroamericanos y sudamericanos se fue dando muchas veces así, con el encono desatado, con las pasiones desbordadas, con el cierre de los caminos políticos, con el primer golpe al que ha seguido otro hasta formar una espiral sin sentido y a veces sin límites en cuanto a la crueldad y el odio.
Nada grave sucedió, por fortuna. Pero ¿qué sería en este momento de nuestra Patria si un disparo de pistola oficial llega a segar la vida de un joven mexicano?
¿Qué será de México, nuestra Patria, si las voces de las cavernas triunfan y logran que hoy, o mañana, se intenten soluciones de fuerza en la Selva Lacandona, o si acaso se pretende prolongar este periodo de estancamiento intencional en el que todo puede suceder?
Un Angel sin candados
El paso de José Angel Gurría Treviño por la Secretaría de Relaciones Exteriores fue devastador: se supeditaron los principios tradicionales de la política exterior mexicana al interés de Estados Unidos, y se privilegiaron los criterios empresariales y económicos (es decir, los negocios) a la hora de designar embajadores y cónsules.
Tan inaceptable fue la ofensiva desplegada por el canciller, que del seno mismo del personal de carrera de la SRE surgieron voces (aún a riesgo de su situación laboral) dispuestas a denunciar excesos y desviaciones. En el caso concreto de los exámenes para ascender en la escala del servicio de carrera hubo denuncias precisas (de las que esta columna dio detallada cuenta en su momento) de la consciente violación de las leyes del ramo por parte del secretario Gurría.
Hoy, con los antecedentes bien ganados durante su paso por la SRE, más los relativos a su papel como renegociador de la deuda externa mexicana, cuando se ganó el mote de Angel de la Dependencia, Gurría llega a Hacienda para demostrar que, en realidad, nada está cambiando en el escenario zedillista, a no ser los escritorios y las sillas en las que se instale cada funcionario reacomodado y, eventualmente, el grado ascendente de concesiones y entregas que cada uno pueda aportar a los intereses de los grandes capitales nacionales y extranjeros.
Con este nombramiento, por lo demás, Gurría se coloca en una posición privilegiada en la búsqueda de la candidatura presidencial priísta del año 2000. Es evidente, y el tiempo dará la sentencia final, que desde ahora está echada la suerte de la asamblea priísta que toque el tema de los famosos candados que actualmente condicionan la citada candidatura a la experiencia en puestos de elección del postulado. Los candados se abrirán porque así lo requiere el juego presidencial del tapadismo que no por negado ante la prensa extranjera ha dejado de existir. Ya de nada le servirá tal apertura de chapas a Guillermo Ortiz, quien en ciertos momentos se creyó viable como candidato presidencial, pero sí a Gurría, cuyos primeros promotores políticos se sitúan justo al otro lado de la frontera, en los centros financieros estadunidenses donde se ve con amplia simpatía el arribo de don José Angel a la Secretaría de Hacienda y su posible postulación presidencial.
Astillas: En previsión de que Julio César Ruiz Ferro llegase a dejar el gobierno chiapaneco, el raulsalinismo y el hankismo preparan ya al sucesor idóneo: Roberto Albores Guillén, actual diputado federal y miembro a nombre del PRI de la Cocopa, quien garantizaría a sus promotores que sus intereses estuvieran a salvo. En la búsqueda del relevo en el sureste, Albores Guillén contaría con el apoyo del nuevo secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa... Los otros aspirantes a suceder a Ruiz Ferro son los senadores Sami David David y Pablo Salazar Mendiguchía...