Pedro Miguel
Matanzas

Los entornos geográficos son diversos y abundantes: es en los Balcanes, es en el Magreb, es en los Altos de Chiapas, y las razones profundas van desde los pleitos milenarios entre cristianos y musulmanes y el grado de pureza de la fe hasta las independencias regionales. A veces, como en Acteal, no se requiere de coartada alguna: basta con la fobia a los pobres que de pronto se vuelven insumisos. Los saldos políticos son también diversos. Una carnicería como las que ha vivido el mundo este diciembre puede horrorizar hasta tal punto que allane los obstáculos a la paz, o bien puede ahondar la sentina de los rencores y desatar surtidores nuevos de agresiones y tripas al aire.

Pero las víctimas de los extremistas islámicos y de los paramilitares chiapanecos y de los artilleros serbios permanecen unidas para siempre, en las fotos cada vez más amarillas de las hemerotecas, por un aire de familia y por procesos que les son comunes y que se inician una vez que los exterminadores han hecho su tarea con balas expansivas o con alfanjes, bombas o machetes: la palidez, la rigidez, la descomposición; el llanto de los deudos --si quedaron algunos vivos-- y la inhumación o la cremación. Pero, sobre todo, comparten el desinterés rotundo y definitivo por las razones propias y las de sus victimarios, la indiferencia ante la democracia, la tierra, la justicia, la tolerancia y la libertad.

No ha de ser tan difícil armar a una banda de pobres diablos y convencerlos de que su tarea más importante en la vida consiste en privar de ella a unos prójimos que duermen o que rezan o que siembran. Pero después de consumada la hazaña, no hay quien logre disuadir a los muertos de su indiferencia irremediable ante todo lo que, a fin de cuentas, ya no los rodea. Por eso una matanza no determina victorias ni derrotas de uno u otro bando: es, en cambio, la derrota del juego mismo de estar vivos y convivir en la pelea, el sufragio, el trabajo, la lucha por el poder, la compraventa, el amor y el odio, la erección de naciones y la organización de partidos, iglesias, parlamentos, la redacción de ilíadas, popol vúhes, coranes, biblias y constituciones.

Estas matanzas también han dejado en las páginas de los diarios una profusión de fotos de bebés con sondas y vendajes. En ciertos estamentos de la desprotección extrema y del desamparo máximo, la vida es más resistente de lo que podría pensarse. De seguro, el bebé chiapaneco y el bebé argelino que se debaten entre tubos de suero en sus camas de hospital simultáneas y remotas, no llegarán a conocerse nunca cuando sean adultos. Pero acaso desarrollen percepciones parecidas sobre el mundo, los mundos, los países, que les dieron la bienvenida a punta de balazos y lesiones de arma blanca. Si logran sobrevivir a sus heridas, si logran abrirse paso en la intemperie social que de todos modos les espera, algo que por hoy nadie sabe nos dirán cuando aprendan a hablar, cuando sean ciudadanos de ese siglo XXI que --es un decir-- estamos construyendo.