Ugo Pipitone
Incógnitas del 98

A comienzos de cada año muchos economistas sienten una especie de llamado de la foresta: predecir el futuro. Por desgracia no hay muchas razones para suponer que estén más dotados que esa plétora de brujos y quiromantes que son la forma antigua y moderna para tranquilizar a los seres humanos frente a los enigmas del futuro. El hecho es que en tiempos de cambios técnicos, comerciales y financieros tan acelerados el vaticinio del futuro está a mitad de camino entre la bufonada y una dudosa seriedad profesional. Concentrémonos entonces en los problemas que el año pasado nos deja para éste que apenas comienza.

Por lo pronto hay algo que necesita señalarse. No obstante las redes de vínculos financieros internacionales, 1997 fue el año en que el contagio temido de las turbulencias asiáticas hacia el resto del mundo quedó, a final de cuentas, bastante contenido. Los datos de fin de año acerca de los indicadores bursátiles de distintos países, muestran que el desplome asiático no impidió a las bolsas del resto del mundo registrar utilidades elevadas. Y ahí, paradójicamente, está uno de los focos rojos. ¿Hasta cuándo serán sostenibles rendimientos financieros tan elevados en un contexto mundial de crecimiento moderado? No es fácil imaginar que los índices bursátiles sigan creciendo en forma tan acelerada mientras las economías avanzan lentamente. Y dejemos de lado las graves consecuencias en términos de polarización del ingreso que esto implica.

Y además, si las economías de mayor crecimiento mundial, las asiáticas justamente, experimentan una profunda crisis de ajuste de sus expectativas ¿es sensato imaginar que no haya contragolpes en el resto de la economía mundial? Naturalmente todo dependerá de la rapidez con la cual Corea del Sur, Malasia y Tailandia se recuperen del bache en en cual cayeron en la segunda mitad del año pasado. En este sentido constituye una buena indicación el hecho que el Fondo Monetario Internacional haya aprobado un paquete de financiamiento cuantioso y oportuno a favor de Corea del Sur. Y en el mismo sentido va la decisión de varios bancos europeos acreedores de aplazar el vencimiento de sus préstamos a corto plazo hacia varios de sus deudores asiáticos.

Y sin embargo, los enigmas acerca de las expectativas futuras siguen en pie. Hay que recordar que el principal acreedor de las economías asiáticas en crisis es justamente Japón. Una economía de lento crecimiento desde hace ya varios años que, además, registró en 1997 una brusca caída bursátil. Y si a esto se añade la demostrada fragilidad de algunos de sus bancos en los últimos meses del año pasado, ahí podría residir una fuente potencialmente grave de contagios para el resto de la economía mundial. A favor tanto de Japón como de las otras economías asiáticas está una circunstancia favorable: el alto nivel de ahorro interno que podría revelarse factor decisivo para una rápida recuperación y, sobre todo, para evitar una caída libre en la espiral de devaluaciones cambiarias, retrocesos productivos y crisis financieras.

¿Es posible sacar alguna enseñanza de la actual crisis asiática? Por lo menos una que es evidente. La crisis iniciada en Tailandia a comienzos de julio del año pasado ha afectado hasta ahora sobre todo a Malasia y Corea del Sur. Y es justamente en estos tres países donde el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos respecto al PIB ha alcanzado los niveles regionales más elevados en el año que acaba de terminar. Alrededor de 5 por ciento en Corea del Sur y Malasia y alrededor de 8 por ciento en Tailandia. Y es lo de siempre. Cuando el déficit externo se combina con atraso cambiario y problemas de cambio estructural en las exportaciones, la mezcla es casi siempre explosiva.

Una enseñanza para las políticas económicas latinoamericanas que demasiado a menudo en los últimos años han hecho del tipo de cambio un ancla inflacionaria tan pesada que amenaza la estabilidad del barco.