ASTILLERO Ť Julio Hernández López
La caída de Julio César Ruiz Ferro es una muestra (tramposa y condicionada, como se verá más delante) de la nueva actitud que el gobierno federal explorará en el problema de Chiapas.
Absolutamente inevitable, la salida del gobernador raulsalinista (que para ser justa y plausible deberá encaminarle hacia los tribunales para ser juzgado no sólo por la masacre de Acteal sino por muchas otras violaciones a la ley que cometió desde el cargo ahora perdido) fue producto de la prolongada reunión realizada este martes 6 de enero (regalo de reyes) entre el secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, y los integrantes de la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa).
Esa noche, luego de que en Los Pinos se hubo conocido en detalle del resultado y la evaluación del difícil encuentro de Bucareli, se tomó la decisión de remplazar a Ruiz Ferro. El Congreso de la entidad se mantenía aún en sesión, gracias a una tramposa maniobra dilatoria aplicada por el priísta presidente de esa Cámara, quien prolongó los trabajos legislativos en Tuxtla Gutiérrez el tiempo suficiente para que en Gobernación terminara la reunión con la Cocopa y en Los Pinos se tomara una decisión que, en el caso, fue dejar para el siguiente día (miércoles 7) el relevo, aprovechando la sesión matutina de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión ante la cual el diputado federal Roberto Albores Guillén (¿gobernador Guillén contra subcomandante Guillén?) pediría licencia para quedar en condiciones jurídicas de ser nombrado horas más tarde gobernador interino.
Trampas y condiciones
La rápida respuesta del gobierno federal a la postura de la Cocopa cuando ésta planteó la ingobernabilidad chiapaneca no debe llevar automáticamente a batir palmas, aun cuando vista con simpleza sea un gesto oficial positivo.
Conviene tener presente, en primer lugar, que en Chiapas lo que se decidió fue un cambio de personas (Albores por Ruiz Ferro), con todo lo que ello pudiera implicar de hipotéticas variaciones en cuanto a tonos y matices, pero de ninguna manera se está frente a un cambio de rumbo o de intereses.
Albores representa los mismos intereses que Ruiz Ferro, es decir, los ganaderos, empresariales, caciquiles y paramilitares. La pequeña variación que podría darse en la atención y defensa de los intereses raulsalinistas y hankistas (estos son, en la realidad chiapaneca, los correspondientes a Albores, y no los de un camachismo al que ahora se pretende invocar para inyectarle tintes de presunto y discutible democratismo) no representa nada en la visión de conjunto. Con un agregado peor: mientras que el desarraigo y la falta de pasión política de Ruiz Ferro le convirtió en una especie de marioneta de los intereses que le pusieron en el cargo, Albores tiene presencia política e iniciativa propias, lo que podría sumar al descompuesto cuadro actual los elementos de la ambición política, del revanchismo y de la intolerancia extrema.
Al no darse ningún cambio de fondo, al optarse por remover las apariencias pero sostener la esencia, el gobierno federal ha logrado con astucia colocar a la Cocopa y al zapatismo en una especie de deuda política que, en realidad, no es más que un efecto de ilusionismo al que, en todo caso, la propaganda oficial podría magnificar. En esa lógica, habiendo dado Los Pinos una muestra de flexibilidad al destituir a Ruiz Ferro, correspondería ahora a la Cocopa y a los zapatistas dar demostraciones similares.
Por otra parte, llevando al paredón al cadáver de Ruiz Ferro, el gobierno federal consiguió, además, una importante bocanada de aire para el secretario Labastida Ochoa quien, por lo demás, parece dispuesto a desarrollar una estrategia de comunicación y relaciones políticas en la que se atienda y escuche a todos los factores concurrentes en el conflicto chiapaneco.
Es necesario apuntar, sin embargo, que mientras las artes de la política se despliegan en la capital del país, y mientras se multiplican en los escritorios los análisis y las propuestas de conciliación, en el terreno de los hechos se mantiene el acoso militar, la provocación y la tentación del zarpazo. Ya la historia de otros países nos ha mostrado los trágicos desenlaces preparados por la mano dura mientras la mano suave daba esperanzas.
Sin respeto ni por las formas
El relevo chiapaneco aportó, por lo demás, otro elemento preocupante: por más discursos y declaraciones que se hagan en sentido contrario, el dedo presidencial sigue actuando sin atender más que a los otros dedos de la misma mano. La decisión centralista de quitar del tablero al peón Ruiz Ferro fue tan descarada como la de imponer al peón sucesor.
En ese desaseado proceso se asestó un nuevo agravio a la sociedad chiapaneca, que de inmediato protestó no por el despido del saliente, sino por la implantación del entrante, y a los partidos opositores representados en la Permanente, en especial el de la Revolución Democrática, a quienes se quiso hacer pasar como válido el pobre argumento de Albores de que pedía licencia para dedicarse ``de tiempo completo'' a atender asuntos políticos de su entidad, como si los legislativos para los que fue electo no fueran políticos y no requiriesen de la máxima disponibilidad de tiempo, y como si no supiera ya todo mundo que pretendía la licencia para asumir la gubernatura decidida en Los Pinos y no en el Congreso chiapaneco, donde la mayoría priísta --que la víspera, como en muchísimas otras ocasiones, había defendido hasta la ignominia a Ruiz Ferro-- aprobó sin chistar la orden presidencial de aceptar una renuncia y de autorizar un nuevo interinato.
Así pues, en esos términos y en esas condiciones, en el gobierno federal se ha abierto un nuevo canal de exploración que buscará encontrar salida al entrampamiento chiapaneco. Aún con las limitaciones del caso, es de desearse que se ensanchen tanto la voluntad política de avanzar como el entendimiento pleno del conflicto, de sus orígenes y de sus verdaderas soluciones. Y deseemos, también, que esa limitada muestra de apertura de la parte oficial, al aceptar el fusilamiento de un cadáver, no se vuelva endurecimiento al no encontrar reciprocidad en el grado que desde el gobierno suponen debería darse. Es un primer paso, o un boceto de primer paso, y así hay que entenderlo.
Astillas: El nombramiento de la senadora Rosario Green como secretaria de Relaciones Exteriores aporta una agradecible dosis de esperanza y optimismo en el turbio panorama político actual. Su designación es un acierto y reinscribe el máximo cargo de la diplomacia mexicana en la tradición de alto nivel que le había caracterizado... Don Leonardo Rodríguez Alzheimer, conocido en tiempos jurásicos como La Güera, y en su resurrección presente como El cuñado de los periodistas, dijo, con esa categoría y elegancia que le caracterizan, que el subcomandante Marcos no tiene pantalones, pues se esconde tras un pasamontañas... Roberto Armando Albores Guillén nació en Comitán, como Jorge de la Vega Domínguez, pero no en 1931, como éste, sino en 1943, exactamente el 10 de febrero. Es hijo del ganadero Horacio Albores Figueroa y de Cristina Guillén Castellanos. Está casado con María Gleason Alvite. Es economista por la UNAM y ha ocupado diversos cargos al lado o bajo el impulso de De la Vega, de Francisco Labastida Ochoa y de Manuel Camacho Solís. Con este último fue delegado en Venustiano Carranza y coordinador del programa de mejoramiento del comercio popular.
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