Una buena y una mala. Así resultaron las solicitudes de licencia de la senadora Rosario Green Macías, para convertirse en secretaria de Relaciones Exteriores, y del diputado federal Roberto Albores Guillén, para estar en condiciones de encargarse del gobierno de su natal Chiapas.
Por muchas razones, el arribo de la embajadora Green al despacho principal de la cancillería mexicana resulta sumamente positivo. Ella es un miembro destacado del servicio diplomático de carrera, cuyos integrantes se sentían lesionados por la llegada masiva de improvisados embajadores y funcionarios; su trayectoria profesional ha sido de lo más brillante no sólo a nivel nacional, sino en el mundo, al grado que llegó a ser subsecretaria general de la ONU; y, además, es sin duda motivo de orgullo para su género. Ella es feminista, pero no de las estridentistas, ni de las que buscan cuotas de poder, sino de las que creen en el ascenso en función de los méritos personales, trátese de una mujer o de un hombre.
Pero lo más importante es que la primera secretaria de Relaciones Exteriores de nuestro país es una convencida de los principios rectores de la política externa mexicana, como lo demostró al hablar de ellos en la ceremonia de presentación, al lado del presidente Ernesto Zedillo. Su claridad y convicción la llevaron lejos de esos funcionarios que se aprenden una lección la víspera y al día siguiente la recitan como escolapios.
La mala, para Chiapas
El nombramiento de Rosario Green es responsabilidad, como lo establece la ley, del Presidente de la República, al cual se le atribuye también la destitución del gobernador de Chiapas y la designación en su remplazo del diputado Albores Guillén, aunque formalmente se trató de una renuncia y el nombramiento del sucesor fue decisión del Congreso de Chiapas.
Aunque en desacuerdo en muchos otros aspectos, los legisladores de la oposición y del PRI coincidieron ayer al afirmar en la Comisión Permanente que la solución de los ancestrales problemas de Chiapas no está en el cambio de un funcionario por otro.
El problema no radica en quién tiene más capacidad personal, si el saliente Julio César Ruiz Ferro o el entrante Roberto Albores Guillén.
Lo importante es que se permita que el gobernador de Chiapas, sea quien sea, realmente gobierne y no esté sometido a otros mandos. En Chiapas, la autoridad que debía radicar en el jefe del Ejecutivo del estado se ha repartido entre el gobierno federal, la jerarquía de la Iglesia católica, el Ejército, el EZLN, las comisiones legislativas y hasta los observadores extranjeros que no han perdido la oportunidad de dar ``consejos'' aunque desconozcan el terreno.
Con su buen trato, Ruiz Ferro intentó conciliar entre tantos intereses, pero no lo logró y ahora hasta corre el riesgo de ser víctima de los errores de otros y hasta cargar con una acusación penal.
Albores Guillén hará bien en tomar en cuenta estos antecedentes y recordar también el inútil sacrificio del anterior gobernador Eduardo Robledo Rincón, a quien de nada le valió haber sido elegido en las urnas.
Ante esta realidad, el nuevo gobernador de Chiapas debería iniciar su trabajo, aunque no sea aficionado taurino, con una expresión de los matadores de toros: ``Dejadme solo''.