Margo Glantz
La intimidad del dolor, el duelo social y las mujeres

En su libro Las madres en duelo, la historiadora francesa Nicole Loreaux, especialista en la cultura griega asegura: ``La intimidad del dolor se intensifica ante el sentimiento de la proximidad corporal agudizada por la pérdida''. Esta reflexión me provoca muchas asociaciones, relacionadas todas con los últimos acontecimientos de Acteal. Todos sabemos que en Chiapas siempre se ha practicado el genocidio y que desde hace varios siglos Fray Bartolomé de las Casas denunció de manera consistente las continuas masacres y la explotación de los indios. Este dato, en lugar de provocar horror, suele tranquilizar a algunas personas: ``el problema en Chiapas es imposible de resolver, ¿acaso no lleva ya 500 años?'' Y un cielo impasible despliega su manto...

Las escenas reportadas por Ricardo Rocha en su valiente y extraordinario programa Detrás de la noticia son muestra de ese sentimiento intensificado por la proximidad corporal que produce verdadero dolor, son el campo de batalla con los despojos de los cuerpos convertidos en basura, semejante a los desechos ominosos --aunque ordinarios-- de la sociedad industrial; los cadáveres en sus ataúdes de baja calidad --¿acaso un indio muerto necesita más?--; el hacinamiento insoportable de los niños, las mujeres, los hombres y los viejos en los campamentos de desplazados: los niños tiritando de frío, con los pies en el lodo, bajo los refugios --¿acaso pueden considerarse como refugios cobertizos con techo de plástico malamente sostenido por endebles palos?--; los sobrevivientes del hospital de San Cristóbal, los heridos de bala o destazados; los niños cuyos padres y hermanos fueron asesinados; las madres encintas muertas y cuyo feto fue destruido a machetazos.

Esa proximidad corporal agudiza el sentimiento, exacerba la indignación, exige respuestas, pero también plantea preguntas, de manera reiterada, casi vergonzosas, preguntas que forman parte de la historia, preguntas que se han hecho los poetas, cuando la guerra de Troya, cuando la cruenta lucha que se relata en el Mahabbarata que, como en Chiapas, se atacaba a las mujeres y asesinaba a sus fetos. ¿Por qué tantas mujeres violadas?, ¿por qué se clama contra el aborto y se acepta el asesinato de los niños en el vientre?

``Por ello --continúa Nicole Loreaux hablando de la historia y la literatura griegas-- no es sin problemas que se accede a lo íntimo y luego, como si fuera inevitable, se esbozan los gestos codificados del ritual, esos gestos que son los mismos para todas las mujeres y que estilizando los sobresaltos de la desesperación les permite a cada una de las madres expresar su duelo individual utilizando los signos genéricos del duelo. Así, desde la epopeya la madre es aquella cuyo dolor, de pronto exteriorizado, le da signo al duelo social''. Terrible contraste de esos párrafos con estas imágenes obsesivas, reiteradas, excesivas de Chiapas; las madres hacinadas en los campamentos mirando distraídas al vacío, madres recién paridas con sus bebés en brazos, perplejas e incapaces de exteriorizar su dolor, como si el gesto ordinario que exige el duelo se hubiese paralizado por la excesiva carga que ya son incapaces de soportar. Un paralelismo: el rostro detenido en una mueca inconcebible de dolor de una madre argelina cuyo hijo pequeño de 6 años ha sido degollado por los fundamentalistas.

Casi se diría que estamos de nuevo en Auschwitz, los cuerpos ocupando espacio minúsculos, personas disminuidas con la mirada pasiva, yerta. Rostros y cuerpos sumidos en el estupor, incapaces ya de esbozar los más mínimos gestos necesarios para expresar el dolor, lo más distintivo de lo humano. Dice también Nicole Loreaux que parecería ``...como si desde el origen, el duelo formase parte necesariamente de un destino de madre'', y yo agrego, como si en estas escenas ya no existiera el origen sino sólo la catástrofe.

Por eso glorifico otras fotografías: aquellas en que las madres, cargando a sus hijos con sus rebozos en la espalda y con gesto decidido y poderoso se acercan a los soldados y les exigen que las dejen vivir en paz. Acudo de nuevo, para terminar, a Loreaux: ``Se puede sugerir que una madre debe el lugar preeminente que ocupa cerca de sus muertos a la presencia absoluta que le ha otorgado su capacidad de dar a luz. Aquello que al ligar definitivamente el cuerpo maternal con el recuerdo del recién nacido, hace de `la raza de las mujeres' una raza que ama a sus hijos. Es lo que los hombres griegos desearían tanto arrebatarles''.