La justicia es un anhelo profundamente humano. ``Todos'' clamamos por ella. La mayoría de las veces para nosotros mismos. Pero en ocasiones ¡también para los demás! Esto parece una constatación evidente. E inútil. Sin embargo no es tan patente quiénes somos nosotros. Preguntémonos, por ejemplo, los indígenas ¿forman parte del nosotros? Y más en particular: los tan especiales indígenas ``zapatistas'' en su diversidad de variantes. Ante este cuestionamiento lo evidente es la multiplicidad de respuestas en la ciudad de México y en todo el país.
He aquí unas cuantas de esas respuestas, conscientes o inconscientes:
Nos son ajenos, muy ajenos (casi) completamente ignorados. Son los otros, los enemigos de la paz y del progreso, un gran obstáculo para que ingresemos al primer mundo (habría que aniquilarlos). Son los otros, los atados a la tradición y la pereza (si desean avanzar deben dejar de ser indios para parecerse a nosotros). Son los otros, los necios y los incómodos, los impacientes y faltos de realismo, que buscan la justicia de una manera torpe (deberían de pedirnos que nosotros les enseñáramos cómo). Son los otros, pero sus reclamos suenan semejantes a los nuestros (podríamos manipularlos en nuestro provecho)...
Se parecen a nosotros que contamos con años de experiencia y lucha por un México democrático (deberían de sumarse a nuestra organización o partido). Forman parte de un nosotros amplio que tenemos un interés común fundamental y otros intereses particulares (hemos de buscar caminos de colaboración y respeto). Constituyen una nueva ``vanguardia'' valiente y creativa que despierta la esperanza perdida (hemos de aprovechar su inspiración y brindarles nuestro apoyo). Son nuestros ``salvadores'', los únicos lúcidos (hemos de seguir fielmente todas sus directivas). Somos profundamente hermanos, formamos un mismo pueblo con diversidad de culturas (hemos de ayudarnos a buscar la justicia con amor, confianza y espíritu crítico).
Si el abanico de actitudes presentado corresponde a la realidad, queda claro que no es exacto hablar de la justicia, sino que en sinceridad debemos decir mi o nuestra visión de la justicia. Ya afirmaba Campoamor ``en este mundo traidor... todo es según el color del cristal con que se mira''. Es indispensable que (nos) confesemos cuál es nuestro cristal, en solidaridad con quién, desde qué intereses ``nos vestimos de luto, lamentamos y condenamos'' la matanza de Acteal.
Y la respuesta la encontraremos no en nuestras declaraciones más o menos maquilladas y oportunistas, sino en la indiscreta facticidad de nuestras prioridades cotidianas. A quiénes benefician --de hecho, no en supuestas intenciones-- nuestras actividades y proyectos.
Quiénes han visto crecer sus capitales y qué familias gozan de mayor bienestar durante la imposición de la economía gobiernista. Quiénes son favorecidos por la exoneración de la responsabilidad en la matanza de Aguas Blancas. Qué grupos han podido adquirir armas y reclutar elementos durante el gobierno del señor Ruiz Ferro...
Las intervenciones de la Secretaría de Gobernación en los últimos años en relación de los diálogos de San Andrés no confirman las repetidas protestas de buscar una paz justa. Los múltiples retenes, cuarteles y patrullas militares en aquella entidad no han tenido mucho éxito en controlar el tráfico de armas como lo prueba la reciente masacre de Acteal, o ¿solamente se controlan determinados movimientos de armas? Por otro lado, como constata la diócesis de San Cristóbal, hay un aumento en el tráfico de alcohol y mujeres para la prostitución.
Buscar la justicia auténtica exige sobrepasar nuestro egoísmo, ir más allá de nuestros intereses grupales, mirar el bien común. La mejor tradición judeocristiana plantea como criterio de verificación de la justicia la protección de los más desvalidos: ``el inmigrante, el huérfano y la viuda''.
Todo este párrafo puede sonar a idealismo trasnochado en el mundo de la aplastante competencia neoliberal o de la aún más salvaje competencia por el poder. Y es sin embargo lo que todo candidato ofrece en su campaña porque es lo verdadera y profundamente humano. Y luego los hechos ponen a prueba su veracidad. Y suelen mostrarlos como mentirosos. Deberían cumplir; pero si no cumplen deberían confesarlo para no acabar de quitarle toda credibilidad a la palabra.
Es aquí donde la ciudadanía necesita ejercer su responsabilidad. La república necesita de muchas personas que aunque no sean afectadas directamente se sientan dañadas por este abuso de la palabra, se sientan lastimadas porque se está lastimando a los indefensos. Que estas personas exijan que sus funcionarios les digan la verdad y no simplemente lo que les convenga. Y en esto, los medios de comunicación tienen un papel clave: que cumplan también con su vocación de buscar que se conozca la verdad y resistan más a las seducciones de entrar en el juego mentiroso de los poderosos.