La Jornada jueves 8 de enero de 1998

Carlos Monsiváis
La ineficacia de la desesperación

El 5 de enero, de 7:15 a 10:35 de la mañana, 33 activistas del Frente Zapatista de Liberación Nacional, se apoderan de dos estaciones de radio del Grupo Imagen. Demandan el cese del hostigamiento militar al EZLN y difunden mensajes del FZLN en varias estaciones de radio. En la noche, el FZLN emite de modo insólito y necesario un mensaje autocrítico: ``Lo que sí decimos sin ambages es que consideramos que en este caso se cometió un grave error político, y por ello expresamos disculpas a los trabajadores de los medios de comunicación y en especial a los de las radiodifusoras afectadas''.

Son seguramente muy jóvenes los ``allanadores de morada radiofónica'', y se comprometieron de buena fe, lo que no justifica en modo alguno su proceder, pero no da motivo según creo a consecuencias penales. Pero la provocación objetiva (esos agentes de la PGR a punto de intervenir en una película de Steven Seagal) y la razón que le asiste a las empresas radiofónicas al señalar el atentado a la libertad de expresión, obligan a reflexiones que no disuelvan el episodio en el capítulo de las anécdotas bochornosas. ¿Qué sucede? ¿Cuál es el destino previsible de las tácticas teatrales de las oposiciones de izquierda conocidas hasta hoy?

En última instancia, al margen de la intención de los activistas, ese tipo de acciones exhibe con patetismo la desesperación, las sensaciones de acoso, la impotencia política, exactamente lo contrario de lo que se desea promover. ¿Cuál es al respecto la tradición disponible? En lo internacional, las técnicas del Zap, de las tomas simbólicas, han corrido especialmente a cargo de grupos contraculturales de Estados Unidos y Europa. Recuérdese, por ejemplo, en los 60 a Jerry Rubin y Abbie Hoffman interrumpiendo un programa de televisión para mostrar su repudio a la guerra de Vietnam, o en los 70, en París, al escritor Guy Hocquenhem y el Frente de Liberación Gay, que sorprenden la vigilancia de una estación televisora y perturban con discursos liberacionistas un programa homófobo. En años recientes, los grupos antisida de ACT-UP en Estados Unidos y Europa han mezclado resistencia civil con acciones que incluyen tomas pacíficas de radioemisoras y plantones ante la Bolsa de Nueva York y la catedral de San Patricio, condenando en el caso del sida la indiferencia monstruosa del gobierno estadunidense y la homofobia clerical y empresarial.

La tradición en México de tácticas límite ha sido prioridad de la izquierda partidaria y no de los grupos contraculturales. Las excepciones y las movilizaciones en contra de la planta nuclear de Laguna Verde y los esfuerzos recientes del Frente de Personas Afectadas por el VIH (Frenpavih) que, a semejanza de ACT-UP, ha realizado plantones obligando en cierta medida al diálogo con las autoridades de la Secretaría de Salud. Un caso singular se-rían los deudores congregados en El Barzón, que han recurrido a strip-teases colectivos en instituciones bancarias o que, en el caso de un grupo minoritario de barzonistas, ha llegado al extremo martirológico, según creo muy irracional, de coserse párpados y labios, con el añadido torpemente simbólico de degollar burros.

Lo más común en esas búsquedas de la atención han sido los strip-teases comunitarios (el Full Monty de mineros, barrenderos, deudores, vendedores ambulantes) y las huelgas de hambre, medida esta última conmovedora pero claramente sustituible, como se vio con las jornadas sacrificiales de los heroicos barrenderos tabasqueños, que expusieron sus vidas sin movilizar a la opinión pública, salvo el sector previsible, en esa ocasión no muy amplio. En un momento de acontecimientos múltiples y muy intensos, los procesos de autodestrucción en beneficio de organizaciones o ideas, y eso son las huelgas de hambre, apenas interesan en comunidades regidas por el egoísmo, brújula de la sobrevivencia o ideología del sometimiento al neoliberalismo. Los huelguistas arriesgan genuinamente la vida, pero la falta de respuesta tiene que ver con la desconfianza profunda a las causas, o con la conversión de las causas, por nobles que sean, en espectáculos periféricos. Esto empieza a cambiar, pero todavía nos hallamos en las primeras etapas del proceso de la solidaridad orgánica.

Por otra parte, y aquí la crítica se acrecienta, no se comprende el sentido de esa toma pacífica de las radiodifusoras. En México hay sin duda cerrazón informativa y conductas hipócritas de quienes se desvelan atacando a Cárdenas y al PRD, y justifican en todo al PRI y al PAN. Pero deben reconocerse los avances notables. En términos comparativos, que sí cuentan, ésta es la edad de oro de la libertad de expresión en el siglo XX. No es una libertad para todos, depende de factores todavía inestables y su distribución es muy desigual en las regiones y los medios informativos pero, por ejemplo, los programas especiales sobre Chiapas de Ricardo Rocha en el Canal 2 y la abundancia de noticias, análisis y comentarios sobre Acteal en publicaciones y radioemisoras, son hechos que despojan de sentido a las iniciativas de la angustia. Si no se acepta lo evidente, se tiende a la inmersión en los procedimientos explicables en otra época, ya hoy recursos del anacronismo mental. Una incursión irresponsable niega el respeto debido a la libertad de expresión y se olvida de lo fundamental: concentrar la atención pública en la matanza de Acteal, en los sufrimientos de los desplazados, en la militarización del estado, en la ingobernabilidad que se desprende de las redes cómplices de oligarquía chiapaneca y funcionarios. El cese fulminante, que es inútil disfrazar de renuncia, del gobernador Julio César Ruiz Ferro, es también una victoria de la opinión pública nacional e internacional, y corresponde al proceso de transformación informativa que, por desgracia, los jóvenes ocupantes de las radioemisoras no tomaron en cuenta por darle rienda suelta al solidario pero lamentable afán escénico de su aventura. No es lo mismo escalar montañas que pasamontañas, si vale la moraleja.